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Álvaro Bermejo

29/10/2022@11:11:00

Coup de tonnerre! No es habitual que un informativo francés abra con un trueno, el asunto no es para menos: la semana pasada el Departamento de Salud de Florida desaconsejaba las vacunas contra el Covid que incluyen ARN mensajero -las de Pfizer y Moderna- tras detectar que los accidentes cardiacos mortales habían aumentado un 84% entre los hombres de entre 18 y 39 años. No sólo eso: Florida se ha convertido en el primer Estado de EE.UU. que descarta la vacunación en niños.

Recuerdan esa imagen de ‘2001, una odisea del espacio’, en la que un homínido lanza un fémur al cielo y éste, dando vueltas a lo largo de una elipse temporal, acaba por convertirse en la nave Discovery 1? Hace un par de semanas ese hueso se convirtió en la sonda DART impactando conta el asteroide Dimorphos, para desviar su trayectoria.

La noticia de cabecera no podía ser otra: ayer el fallecimiento de Mijail Gorbachov, hoy el de Isabel de Inglaterra, dos personajes de enorme relevancia histórica. Entre esas dos efemérides, otro no menos relevante, pero invisible a lo largo de los últimos treinta años –“el hombre más solo del mundo”- ilustraba el cierre de los diarios con otro cierre.

Puede un poeta dar lecciones de alta política a las élites mediáticas concertadas en cretinizarnos? El canadiense Peter Dale Scott escribe versos, ejerce como profesor de literatura en Berkeley, pero se le conoce más por su rango como doctor en ciencias políticas. En 1972 emprendió un trabajo de investigación acerca de lo que se ha dado en llamar el Estado Profundo norteamericano -Deep State- de lectura obligada para entender el mundo contemporáneo tal como es y no como nos lo presentan.

Has aparecido, perfecto en el horizonte del cielo, oh, viviente Atón. Ahora entiendo por qué los egipcios descrismaron a Akenatón: componer un himno a Atón, lo que vale por decir al sol, con la que está cayendo. Toda Europa bajo la canícula asfixiante, aplastante, obsesiva en cada conversación, en cada pantalla. El sol como emisario apocalíptico, signo de los tiempos. Al galope de los cuatro jinetes del cambio climático, la factura de los aires acondicionados, los incendios que no cesan, los pantanos que se secan, el agua como un bien escaso, no hay suficiente hielo para el próximo gin-tonic.

Dudoso honor el mío: nací el mismo día, mes y año en que nació ETA. Escribo desde que tengo uso de razón y, en la prensa vasca, desde hace cerca de cuarenta años. No cuento los artículos acerca del drama que nos ocupó a lo largo y ancho, pero sobre todo a lo profundo de ese tiempo, publicados con mi firma. Advertido y amenazado, como tantos. Sin ninguna cobertura, sin ningún amparo, también como tantos. Cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco ya estaba cansado de ver todo lo que había detrás: el hundimiento moral, pero también el cálculo. Te avergüenzas hasta de la condición humana.

En su infancia tuvo como compañero de clase a un niño inestable con el que quizá vivió su primera experiencia homosexual, Adolf Hitler. Pese a ser hijos del rey del acero vienés tres de sus hermanos se suicidaron. Cuando viajó a Manchester para formarse como ingeniero de motores descubrió la filosofía. Ya elevado al Olimpo de los genios renunció su fortuna y emprendió una vida nómada, rozando la locura. Le veremos ejerciendo de jardinero en un convento, de camillero en un hospital y, sí, también de eminencia en el Trinity College. Devorado por el cáncer, poco antes de morir deja este epitafio: “Decidles que he tenido una vida maravillosa”.

Era lo habitual, una misión rutinaria dentro la estrategia ‘Seek and Destroy’ -buscar y destruir- diseñada por el Pentágono para masacrar a la población survietnamita. Aquel 5 de junio de 1972 los niños que jugaban en la aldea de Trang Bang elevaron sus ojos al cielo y, al instante, cayó sobre ellos un diluvio de napalm. Sólo cinco sobrevivieron. Entre ellos, una niña de nueve años, Kim Phuc. La fotografía en que seguimos viéndola correr desnuda y quemada viva, llorando y aullando de dolor, cumple cincuenta años. No así la amnesia colectiva en todo lo que afecta a los crímenes de guerra perpetrados por la gran democracia norteamericana. Justo esa que hoy se erige en autoridad moral, sin que ningún Tribunal Penal Internacional llame a las puertas de su conciencia.

Panatismo: término empleado con sumo acierto por el portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, para definir el babeante vasallaje rendido en nuestro país ante el fallecimiento de una reina británica cuya única virtud conocida no iba más allá de combinar los tonos de sus bolsos y sus sombreros. Pageantry: término inglés que se traduce como pompa, boato o esplendor, cuyo sentido tampoco es inocente. Busca restaurar el relato de la grandeza nacional junto con el de ese mundo de ayer donde las monarquías tenían un sentido: preservar el aura del mito.

Pero qué aberración! ¡Es intolerable! Suministramos a Ucrania miles de millones de euros en armamento, multiplicamos las sanciones contra Rusia, declaramos a Putin enemigo de la humanidad, ¡y el autócrata del Kremlin responde cortándonos la llave del gas! Tras escuchar a diario razonamientos de este nivel uno se pregunta, no ya tanto por la locura inherente a cualquier guerra, sino por los límites de la cordura, incluido el cociente intelectual del establishment que rige nuestros destinos.

Sean físicas o metafísicas, las únicas fronteras que me interesan son las permeables. Más de que de geopolítica, hablemos entonces de “geopoética”. Un día te pierdes por la Francia secreta y, de repente, en una pequeña librería, te encuentras con lo último de Claudio Magris. ¿Qué más puedes pedir?

En el siglo I, según cuenta Estrabón, una ardilla podía cruzar Iberia desde los Pirineos a Tarifa saltando de árbol en árbol sin tocar el suelo. Hoy lo haría huyendo de incendio en incendio, mientras los “Estrabones” de servicio se limitan a imputar la calamidad al cambio climático, con la misma desvergüenza con que aquel decrépito dictador atribuía el tercermundismo nacional a la “pertinaz sequía”.

Apenas veintiocho metros de eslora, siete de manga, sólo dos de calado. “¡Qué pequeña es!” No escuchas otro comentario entre quienes visitan la réplica de la nao ‘Victoria’ fondeada en el puerto de San Sebastián para rendir honores a la gesta de Elcano.

En 2007 Luis Ramírez comienza a trabajar como educador en el Centro de Acogida Niño Jesús, concertado con la Consejería de Igualdad de la Generalitat valenciana. Elige el turno de noche. A finales de 2016 una de sus internas tuteladas, una niña de catorce años, comienza a ser castigada con una inquietante regularidad. El castigo consiste en dormir en una habitación separada. Alegando que tiene dificultades para conciliar el sueño, Ramírez se ofrece a darle masajes. Concluye los masajes cogiendo la mano de la niña y masturbándose con ella. Al acabar su turno regresa al hogar conyugal. Besa a sus hijos, besa a su mujer. Un padre de familia ejemplar.

Desde los micrófonos de ‘El Faro’ Mara Torres me preguntaba lo que tantas veces me han preguntado este año: “¿Sigue habiendo dragones?” Cerca estuve de responderle con otra pregunta: “¿Alguien lo duda?” Todavía tenía en la memoria la final de Roland Garros, esa en la que Rafael Nadal se reveló como un ser mitológico y, sin embargo, monstruosamente humano.