09/03/2024@08:08:00
Arriba, frente a la pirámide tutelar del Txindoki, la frondose viguería de roble que sostiene la catedral de las ermitas vascas, la de la Antigua, en Zumárraga, el lugar de los olmos. Dentro, una Andra Mari con una manzana en su diestra. En el dintel, pinturas en las que se advierten pigmentos vegetales. Hijos de otras hierbas son los ungüentos naturales que elabora Fermín Goenaga Epelde a la sombra de esa ermita, en el Landaburu baserria. ¿De qué estamos hablando? Del libro que presentaremos mañana en la Casa de Cultura de esta villa. Un viaje en torno a las plantas sanadoras y la vieja medicina popular de Euskal-Herria, incluida su derivada al mundo del akelarre, que lleva por título “Etnobotanika”.
Una fotografía frontal de Juan Luis Goenaga a la manera de una figura de Giacometti, hierático y en pie, el torso desnudo, junto a su amigo invisible o su gemelo fantasma, un esqueleto en la misma postura, tal vez el antediluviano hombre de Alkiza, capta toda mi atención. A su lado, el cuerpo sumario de Juan Luis Goenaga casi parece el de Hércules Poirot. Un paso más y me atrapa un Jorge Oteiza que mira de frente muy enfadado, no sabes muy bien si a quien le ha puesto esa camisa limpia, o quizá a la selecta concurrencia que me acompaña en esta presentación privada de la última muestra de Isabel Azkarate en San Telmo.
El planteamiento presagia la catástrofe. Reiteración, monotonía, demasiada calma. La que respira este humilde funcionario japonés con vocación de monje zen consagrado a la limpieza de unos baños públicos. Habita un minúsculo apartamento, va en bicicleta al trabajo, hace una foto con su cámara analógica al mismo árbol -todos los días a la misma hora-, lee antes de dormir y, en apariencia, eso es todo. Pero sólo con eso, con eso y con su intransferible mirada, Wim Wenders construye una película exquisitamente sabia, delicadamente contestataria. Se titula ‘Perfect Days’, pero en cada fotograma se revelan por antítesis esos otros días, los Días del Trueno que nos ocupan.
La pandemia se expande por tres vías: la calle, el parlamento y la subcultura ambiente. ¿Cuál fue el primer brote? Valen todas las respuestas, pero la más aceptada apunta a la abdicación de las élites. Si una campaña electoral se puede leer como una guerra de palabras mal asunto cuando la crispación sustituye a la discrepancia, el desprecio al respeto y el insulto a la crítica. Si en la tribuna las ideas valen menos que los exabruptos, más aplausos en la calle para la basura vendida como libertad de expresión. De la chabacanería de cómicos como Leo Bassi o Pep Rubianes, sólo hay un paso a delitos como los perpetrados en su día por el rapero Pablo Hassel bajo la misma cobertura.
El escritor donostiarra acaba de publicar El libro de oro de los espejos mágicos, un gran homenaje a las ilusiones de la infancia.
Paradojas de la posmodernidad. Pronto cumplirá el siglo aquel ‘Napoleón’ que rodó Abel Gance en 1927. Cine mudo y, sin embargo, aun con todos sus excesos, un prodigio de elocuencia narrativa. La perfecta antítesis del biopic que acaba de estrenar Ridley Scott. Todas las hipérboles de la alta definición a su servicio, un presupuesto galáctico. Pero en lo que importa, del guion a la interpretación, precariedad, planitud, miseria.
Todo espejo es un libro abierto, igual que este. Un libro en el que se cruzan lo que vemos y lo que tememos o soñamos. Puertas hacia otras dimensiones, terroríficas inversiones de nosotros mismos, pero también personajes tan sugerentes como Nostradamus o el misterioso mago al servicio de Su Graciosa Majestad el doctor Dee: el primer agente 007 en la Inglaterra del XVI.
Todo espejo es un libro abierto en el que se cruzan lo que vemos y lo que imaginamos, tememos o soñamos. Seres de ultratumba, presencias etéreas, inquietantes inversiones de nosotros mismos. Dentro de la literatura del hechizo no hay tanta distancia entre la dulce Alicia y el terrorífico Horlá. La última publicación de Álvaro Bermejo, El libro de oro de los espejos mágicos (Algaida), abre una puerta dimensional hacia esos otros mundos que palpitan en el espejo de tinta, a la espera de quien se atreva a mirarse en ellos.
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Pocas experiencias más deletéreas que zambullirse en la rotonda del Hôtel du Palais, en Biarritz, llevando bajo el brazo ‘L’entretien d’embauche au KGB’ -la entrevista de enganche al KGB-. El escritor ruso Iegor Gran novela un documento hallado en 1969, en el que se detalla el proceso de captación de jóvenes agentes para el mítico servicio de inteligencia soviético, como quien dice desde la cuna al Komintern. No cabe lectura más apropiada para conmemorar el centenario de Stalin, contextualizando su derivada actual, en lo que afecta a la estructura interna de cualquier partido político.
En 2009 Israel desencadenó su primera operación terrestre sobre la Franja de Gaza. Incluía una derivada de la que apenas tuvimos noticia hasta que Lina Meruane se atrevió a contarlo. En ‘Zona ciega’ describe una táctica de asalto israelí conocida como el asesinato del ojo. Consistía en disparar al ojo de cualquier palestino acorralado, hombre, mujer o niño, de modo que su rostro apuntándole fuera lo último que viera: “Un niño pidió permiso para cruzar una calle, se lo concedieron y le dispararon. Aunque la bala penetró sólo en un ojo, quedó ciego de ambos”.
Todo en Balzac, incluso las porteras, tiene genio”, escribió Baudelaire. Cabe decir lo mismo de la adaptación cinematográfica de la segunda parte de su trilogía, ‘Las ilusiones perdidas’, con la que Xabier Giannoli se alzó con siete premios César. La piedra angular de su ‘Comedia Humana’ tallada como una pieza de orfebrería en cada plano, en el friso de personajes, tanto más cínicos, tanto más deslumbrantes, pero sobremanera en su puesta en escena. Una ópera en movimiento en torno al convulso periodo de la Restauración, con una derivada inquietante. Imposible una obra más lúcida, ni más devastadora, ni más actual. Doscientos años después nadie como Balzac. El gran cronista político de nuestro tiempo.
Tres milenios antes de que alguien escribiera ese primer vestigio euskaro sobre la mano de Irulegi –“Sorioneko”- el territorio que hoy conocemos como el País Vasco fue noticia a cuenta de otro acontecimiento no tan feliz. Se localizó en 1985 sobre un abrigo rocoso de la Rioja Alavesa -San Juan ante Portam Latinam-, datado en el Neolítico, hace cinco mil años. Año sobre año fueron apareciendo más restos humanos, hoy al menos 338, con signos de haber sido víctimas de una masacre. Según la revista Scientific Report se trataría de la primera guerra europea, mil años antes de las que se consideraban inaugurales.
Mochila al hombro, de desierto en desierto bajo un sol bíblico, veníamos de visitar el Krak de los Caballeros y esa noche dormiríamos en Damasco. A las puertas de la mezquita de los Omeyas, allá donde se espera la segunda venida de Cristo para anunciar el Juicio Final, parecía anticiparla un vociferante tumulto festivo. ¿Qué celebraban? La aparición de un comando muyahidín que, entre ráfagas de kalashnikov al aire, repartía puñados de copias de un folleto presidido por la palabra “entusiasmo” -Hamás en árabe-.
Sabemos que el Universo se expande, como si obedeciera a una antigravedad que distancia las galaxias. Desconocemos a qué se debe, por eso la llamamos Materia Oscura. También se expande dentro de nuestro planeta. Lo cuenta una película que se estrena mañana en nuestro país, la más polémica del año en EE.UU., también uno de los mayores éxitos.
Pelo trenzado y recogido, como cuadra a las casadas. Sombrero terciado a la valona. La mirada firme, profunda, inteligente y seductora. En el retrato que le pinta Clouet tiene treinta y nueve años. No lo aparenta. Todo lo dice con el lorito amazónico que sostiene sobre su índice. ¿Dónde apunta? A esos otros nuevos mundos que abren las nuevas ideas. El pensamiento de Erasmo, la mística de Hildegard von Bingen, la ironía de Rabelais.
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