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Álvaro Bermejo

08/03/2025@21:05:00

De las fiestas patronales de cada territorio a las de Navidad, enseguida los desfiles procesionales de Semana Santa y todo lo que arrastran. Celtiberia Show, todo lo celebramos. Pero, en realidad, ¿qué celebramos, si en nuestro mundo todas las fiestas han perdido su sentido y no dejan de ser la misma? Un infinito Día de la Marmota donde vale cualquier pretexto para zambullirse en el Carpe Diem. Sólo cambian los disfraces, no las máscaras. Precisamente por eso el Carnaval, tal como lo vivimos hoy, sea el evento que mejor ejemplifica lo que perpetúa, naturalmente, a su pesar.

Hace tres semanas lo avanzamos en esta sección de Todoliteratura: el segundo mandato de Trump precipitará un cambio de paradigma global. Hace tres años nos atrevimos a más: Ucrania no ganará la guerra y quien la perderá será Europa. No resulta reconfortante acertar en un diagnóstico cuando sus derivadas van a ser funestas para todos nosotros.

Convertir Gaza en la Riviera del Mediterráneo Oriental. Ya le he encontrado un sentido al último disparate de Donald Trump: alojar en esa Riviera a las víctimas de la guerra interna que sobrecoge a su país. Cada siete minutos, un norteamericano pierde la vida en el Frente del Fentanilo. Una droga sintética altamente adictiva, cincuenta veces más mortal que la heroína, cien veces más potente que la morfina. Cincuenta mil caídos en 2015, más de cien mil en el ’22. Tantos como los ocasionados por las masacres de Gaza y Ucrania, en su propia casa.

El que suscribe todavía llevaba pantalón corto cuando vio caminar a Neil Armstrong sobre la superficie de la luna en el televisor blanco y negro de su colegio, en casa no lo teníamos -un lujo-. En aquel 1969, sin embargo, los receptores en color habían inundado EE.UU. junto con otros mil avances tecnológicos en todos los órdenes. Lo propio de ese tiempo optimista era tararear el ‘Good Morning Starshine’ de Oliver o el ‘Gliddy glub’ de Hair. Pero de pronto, un dúo de Nebraska escalaba las listas del Billboard con una balada de tono apocalíptico. Escuchabas ‘In the year 2525’ y se te helaba la sangre en las venas.

Se ha presentado en Madrid el libro titulado "Mírame: mujer y misterio en Julio Romero de Torres". El evento tuvo lugar en Euskal Etxea con la presencia de los urdidores del proyecto. Álvaro Bermejo se encargó del texto, Joseba Urretavizcaya estuvo a los mandos de la cámara fotográfica y el librero Juan Luis Piqueras de la edición y coordinación de todos los medios; fueron muchos, para llevar a cabo la espectacular edición en este 150 aniversario del nacimiento del pintor cordobés.

Presencia vasca en Córdoba la hay al menos desde que cinco mujeres de ascendencia navarra se coronaron como sultanas, allá por los tiempos del Califato. Nosotros nos acercamos con una embajada más discreta: conmemorar el 150º aniversario de un pintor inconfundible, tanto más inclasificable, como Julio Romero de Torres. Santo laico en Córdoba, cuya devoción se sujeta a su adscripción más conocida. El que pintó a la mujer morena, “con los ojos de misterio y el alma llena de pena”. En esa dualidad está la clave de algo más grande. Trasciende su pintura, aparentemente folclórica, exquisita en fondo y forma, conectada a las vanguardias europeas, siempre con la mujer como epicentro de su secreta simbología.

Corría 1909 cuando Marinetti publicó su célebre Manifiesto Futurista: “El esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad”. Su paradigma, esos Bugatti que consideraba más bellos que la Victoria de Samotracia. Un siglo adelante la belleza se plasma en una aceleración del mundo comparable a los ciclones que rotan sobre nosotros a todos los niveles. El poder destructivo del Milton no es nada comparado con lo que subyace en el vigente culto al vértigo. Una distopía simultáneamente cibernética y política. Un sólo ojo del huracán: la velocidad absoluta.

"Al buio tutto è nero”. En la oscuridad todo es negro, palabra de Pirandello. Valdría para definir el estado de la geopolítica global. Una larga noche de la diplomacia, y hasta del raciocinio, iluminada por los misiles que cruzan los cielos de Oriente sumados a los que vienen detonando sobre Gaza noche y día. ¿Estamos en puertas de una Guerra Total? La respuesta es simultáneamente desoladora y tranquilizadora. Esa Guerra Total se inició hace años sin que ninguno de los agentes implicados hiciera nada por evitarla, sino todo lo contrario. Por eso no tendrá fin.

La nueva temporada primavera-verano viene definida por un filósofo con alma de periodista. Su crónica continua: las metamorfosis de la hipermodernidad. Tras ‘La era del vacío’ y ‘El imperio de la efímero’, Gilles Lipovetsky vuelve con ‘Le nouvel âge du kitsh’, un ensayo sobre la civilización del exceso.

Lo que suena podría parecer una balada de los Apalaches en la voz de una mezzosoprano fantasmal, una melodía del viejo Broadway cruzada con rock psicodélico, o, simplemente, una canción del alma fuera de todo tiempo y lugar. Escuchar a Josephine Foster es toda una experiencia al margen y en los márgenes de lo convencional. La idónea para iniciar este nuevo año al lento vibrato de su ‘I’m a dreamer’.

Una catedral medieval como un prodigio de alta tecnología. Esta es la idea. Una idea que se abre a un juego de binomios: forma y función, tiempo y espacio, sentido y sensibilidad. Hablamos de la catedral de Notre Dame, en París, restaurada en todo su esplendor cinco años después de que un incendio arrasara el “bosque” de su techumbre y esa aguja que se desplomó envuelta en llamas.

Biología del espacio. Ekain Arte Lanak. Una cueva iluminada en la Parte Vieja donostiarra, como pudiera serlo en Montmartre. Lo primero que ves, un talismán de poder, el diente de Lumumba. Luego, entre dos acrílicos -Vegetal y Animal- tres visiones del río Congo. Ya en la sala, un Atardecer Zulú inspirado en un paisaje de Palamós, con una montaña mágica irradiada de sol, naranja intenso. ‘Un lugar’, así se presenta la muestra, que habla de ‘No lugares’. Más bien de moradas filosofales.

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Pronto se cumplirán dos siglos del manifiesto con que Marx y Engels convirtieron ese fantasma en una presencia real, la lucha de clases. Hoy, es otro proletariado fantasmal el que hace temblar a Europa, en dos dimensiones. La visible tiene el rostro de los millares de inmigrantes que abordan nuestras costas. La invisible, remite al miedo que genera esa creciente migratoria mientras la batalla ideológica cambia de signo. De la lucha de clases, primero a la contención del desclasado, y ahora su deportación explícita.

A los que seguimos sus partidos míticos desde que conquistó su primer Roland Garros, en 2005, con apenas diecinueve años. A los que presenciamos sus duelos homéricos con el mismo Federer, como aquella final de Wimbledon de 2008 -el mejor partido de la historia-, luego con Djokovic, desde Madrid a Australia. A los que le debemos postergarlo todo para apresar el mundo entre una raqueta y una red, mientras él jugaba cualquier final, la retirada de Nadal, por más previsible, sabemos que es inadmisible. Rafa se va, tanto más estará presente.

Desplazamientos de la mirada. Ya no es necesario adentrarse en Masái Mara para asistir a la espectacular migración de los ñus, esa en la que millón y medio de estos bóvidos cruzan su río en busca de pastos frescos. Basta con acercarse a cualquier aeropuerto, a cualquier autopista, a cualquier lugar de veraneo con encanto, incluidas nuestras costas por estas fechas. El nuevo espectáculo natural son las manadas de turistas que todo lo saturan y todo lo devoran en busca de nuevas experiencias, naturalmente plastificadas, aunque a la carta. Precisamente las que tanto invertimos en promocionar, para denostar inmediatamente la masificación que nos invade.