Acaso sea el dolor, después del (eterno) amor, uno de los significados que más convoquen, con mayor premura, a la atención y el interés del lector. Claro que ello lleva en sí una función desigual, pues mientras, como especie, pensamos (y queremos pensar) en el dolor como un atributo inexcusable de nuestra naturaleza (y por eso, como instinto, deseamos asociarnos al miedo para familiarizarnos con él, para neutralizarlo), de otra parte si éste se hace tema recurrente deja de tener interés individual para aceptarlo socialmente como una forma más de la realidad, como casi una anécdota, y eso puede debilitar nuestra implicación en su contenido, en su valor.