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El destinatario importa sobremanera, aunque se encuentre –o haya de encontrarse- dentro del propio argumento. El entomólogo, que ha hecho de un animal de la naturaleza su materia sensible de interlocutor, piensa con su corazón animista: “En aquel silencio primero, intacto como/ cuando no estaba el hombre y el dolor,/ ¡he ahí la bella princesa alpestre!”