Una catedral medieval como un prodigio de alta tecnología. Esta es la idea. Una idea que se abre a un juego de binomios: forma y función, tiempo y espacio, sentido y sensibilidad. Hablamos de la catedral de Notre Dame, en París, restaurada en todo su esplendor cinco años después de que un incendio arrasara el “bosque” de su techumbre y esa aguja que se desplomó envuelta en llamas.
Lucrecia vestía un vestido ligero que no ocultaba sus pechos hinchados como dos granadas, cuyas palpitaciones despertaban el deseo”. Sólo es un extracto de ‘La historia de dos amantes’ -y un adulterio sin final feliz- el gran best-seller erótico del siglo XV. Lo extraordinario, sin embargo, remite a su autor. Enea Silvio Piccolomini, un candidato a Papa que accedería al pontificado en 1458. Algo así como si de pronto descubriésemos que el autor de ‘Cincuenta sombras de Grey’ es el papa Francisco.
Presencia vasca en Córdoba la hay al menos desde que cinco mujeres de ascendencia navarra se coronaron como sultanas, allá por los tiempos del Califato. Nosotros nos acercamos con una embajada más discreta: conmemorar el 150º aniversario de un pintor inconfundible, tanto más inclasificable, como Julio Romero de Torres. Santo laico en Córdoba, cuya devoción se sujeta a su adscripción más conocida. El que pintó a la mujer morena, “con los ojos de misterio y el alma llena de pena”. En esa dualidad está la clave de algo más grande. Trasciende su pintura, aparentemente folclórica, exquisita en fondo y forma, conectada a las vanguardias europeas, siempre con la mujer como epicentro de su secreta simbología.
Corría 1909 cuando Marinetti publicó su célebre Manifiesto Futurista: “El esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad”. Su paradigma, esos Bugatti que consideraba más bellos que la Victoria de Samotracia. Un siglo adelante la belleza se plasma en una aceleración del mundo comparable a los ciclones que rotan sobre nosotros a todos los niveles. El poder destructivo del Milton no es nada comparado con lo que subyace en el vigente culto al vértigo. Una distopía simultáneamente cibernética y política. Un sólo ojo del huracán: la velocidad absoluta.
"Al buio tutto è nero”. En la oscuridad todo es negro, palabra de Pirandello. Valdría para definir el estado de la geopolítica global. Una larga noche de la diplomacia, y hasta del raciocinio, iluminada por los misiles que cruzan los cielos de Oriente sumados a los que vienen detonando sobre Gaza noche y día. ¿Estamos en puertas de una Guerra Total? La respuesta es simultáneamente desoladora y tranquilizadora. Esa Guerra Total se inició hace años sin que ninguno de los agentes implicados hiciera nada por evitarla, sino todo lo contrario. Por eso no tendrá fin.
Una de las razones por las que detesto a Virginia Woolf pasa por su valoración del gigante de quien hoy celebramos su centenario, Joseph Conrad: “De origen extranjero, hablando un inglés defectuoso, y casado con una inepta”. ¿Qué hubiera dicho Conrad de ella y de los pedantes del Bloomsbury Group? Tal vez algo no muy diferente de lo que nos cuenta en ‘El corazón de las tinieblas’. Allá en el vientre de África, una inmersión en el infierno de los seres privados de redención. Tal vez los mismos que, en su tiempo, inauguraban el culto a las playas entendidas como un regreso al edén. Con una salvedad: el paraíso original solo contaba con una pareja de turistas. El nuestro ya es un vertedero para multitudes.
Del autor de ‘La metamorfosis’ -ahora se dice ‘La transformación’- creíamos saberlo todo, hasta sus no menos kafkianas relaciones amorosas. De pronto irrumpe una novela llevada al cine, ‘La grandeza de la vida’. Narra el último año de la de Kafka junto a Dora Diamant, aquella bailarina judía a la que conoció en una playa frente al Báltico en 1923, a un año de su muerte, y sólo es el comienzo de todo lo demás.
Por qué las novelas para adolescentes son cada vez más violentas, más degradantes, más basura?”, se pregunta el último número de una relevante publicación digital francesa. Analiza el impacto entre los jóvenes de un nuevo género, el ‘Dark Romance’ -romance tenebroso-, donde se maridan agresiones sexuales, relaciones de dominación, tortura explícita y psicológica, presentados como los ingredientes esenciales de la nueva sentimentalidad romántica.
Más allá de su rango como adelantada del I+D+I, cifrado en el mantra de acudir con pañales a sus conciertos, tres citas resumen el impacto suscitado por el nuevo oráculo global: esa chica de Wisconsin llamada Taylor Swift. “TS da su nombre a una calle, a una ciudad, y a un sándwich”. “Uno de cada cinco americanos seguiría la opinión de TS para elegir presidente”. “De su última gira se esperan beneficios superiores a los seis mil millones”. Un fenómeno socioeconómico, y un epifenómeno que, tal vez, tenga más que ver con la psiquiatría que con la política.
Cuando el presidente del condado de Brooklyn declaró oficialmente el 27 de febrero como el Día de Paul Auster, casi se lo tomó a broma: “Me ha hecho sentirme como cuando el Espantapájaros sin cerebro de ‘El mago de Oz’ recibe un diploma que lo reconoce como Doctor en Pensamiento”. De los tres personajes que acompañan a Dorothy, resulta muy ilustrativo que Auster eligiera compararse con el Espantapájaros que sueña con tener un cerebro, y no con el Hombre de Hojalata, el que quiere tener un corazón. Pero aún más que su referente fuera este relato maravilloso, con una lectura iniciática, y otra hermética.
Tal día como anteayer, hace trescientos años, en una pequeña ciudad prusiana que hoy es rusa -de Königsberg a Kaliningrado-, nacía un filósofo de hábitos tan discretos como su peluca, llamado a generar una revolución a partir de un simple gesto. La verdad es que se tomó su tiempo: cincuenta y siete años meditando hasta que publicó ese primer libro que lo cambiaría todo, ‘Crítica de la razón pura’, al que seguiría otra crítica, la de la razón práctica, y una más, la de nuestra manera de juzgar.
22 de marzo, 20 horas. Seis mil personas asisten al concierto de un grupo de rock en el Crocus City Hall, a 20 kilómetros de Moscú. Irrumpen cuatro terroristas fuertemente armados. ¿Dónde estaban las fuerzas de seguridad del recinto? ¿Por qué no hicieron nada por detenerlos? En veinte minutos, los asaltantes se cobran un balance de ciento cuarenta muertos y más de doscientos heridos. Los terroristas huyen.
El término comenzó a emplearse en Francia, a comienzos de este siglo y por parte de la izquierda woke, en principio para denigrar a los partidos que se oponían a la ofensiva islamista. Cuando la inercia de los hechos, atentado tras atentado, fue incluyendo en esa contestación a periodistas e intelectuales, también de izquierda, la “Fachosphère” acabó mutando en sinónimo universal de un complotismo delirante. Una suerte de Internacional Fascista, integrada por todos cuantos cuestionasen la “islamofilia” ambiente y, por extensión, cualquier crítica a los amaneceres radiantes. Una quinta columna entre masónica y judaizante, comparable a los no menos delirantes ‘Protocolos de los sabios de Sion’, no en vano citados explícitamente en la Carta Fundacional de Hamás.
Pocas experiencias más deletéreas que zambullirse en la rotonda del Hôtel du Palais, en Biarritz, llevando bajo el brazo ‘L’entretien d’embauche au KGB’ -la entrevista de enganche al KGB-. El escritor ruso Iegor Gran novela un documento hallado en 1969, en el que se detalla el proceso de captación de jóvenes agentes para el mítico servicio de inteligencia soviético, como quien dice desde la cuna al Komintern. No cabe lectura más apropiada para conmemorar el centenario de Stalin, contextualizando su derivada actual, en lo que afecta a la estructura interna de cualquier partido político.
El planteamiento presagia la catástrofe. Reiteración, monotonía, demasiada calma. La que respira este humilde funcionario japonés con vocación de monje zen consagrado a la limpieza de unos baños públicos. Habita un minúsculo apartamento, va en bicicleta al trabajo, hace una foto con su cámara analógica al mismo árbol -todos los días a la misma hora-, lee antes de dormir y, en apariencia, eso es todo. Pero sólo con eso, con eso y con su intransferible mirada, Wim Wenders construye una película exquisitamente sabia, delicadamente contestataria. Se titula ‘Perfect Days’, pero en cada fotograma se revelan por antítesis esos otros días, los Días del Trueno que nos ocupan.
La pandemia se expande por tres vías: la calle, el parlamento y la subcultura ambiente. ¿Cuál fue el primer brote? Valen todas las respuestas, pero la más aceptada apunta a la abdicación de las élites. Si una campaña electoral se puede leer como una guerra de palabras mal asunto cuando la crispación sustituye a la discrepancia, el desprecio al respeto y el insulto a la crítica. Si en la tribuna las ideas valen menos que los exabruptos, más aplausos en la calle para la basura vendida como libertad de expresión. De la chabacanería de cómicos como Leo Bassi o Pep Rubianes, sólo hay un paso a delitos como los perpetrados en su día por el rapero Pablo Hassel bajo la misma cobertura.
Tres milenios antes de que alguien escribiera ese primer vestigio euskaro sobre la mano de Irulegi –“Sorioneko”- el territorio que hoy conocemos como el País Vasco fue noticia a cuenta de otro acontecimiento no tan feliz. Se localizó en 1985 sobre un abrigo rocoso de la Rioja Alavesa -San Juan ante Portam Latinam-, datado en el Neolítico, hace cinco mil años. Año sobre año fueron apareciendo más restos humanos, hoy al menos 338, con signos de haber sido víctimas de una masacre. Según la revista Scientific Report se trataría de la primera guerra europea, mil años antes de las que se consideraban inaugurales.
El dandi enloquecido que encarnaba Jack Nicholson. El agente del caos con sus ojos hervidos en cráteres de khol al que dio vida Heath Ledger. El psicópata de sonrisa acuchillada que interpretó Joaquín Phoenix en su última versión. Todos se quedan en simulacros ante la estampa de Pedro Sánchez durante su sesión de investidura, el pasado 15/N. Han transcurrido quince días, y su imagen permanece indeleble.
Sabemos que el Universo se expande, como si obedeciera a una antigravedad que distancia las galaxias. Desconocemos a qué se debe, por eso la llamamos Materia Oscura. También se expande dentro de nuestro planeta. Lo cuenta una película que se estrena mañana en nuestro país, la más polémica del año en EE.UU., también uno de los mayores éxitos.
Aunque nuestro mundo no parezca un paraíso, en efecto, hace 130.000 años tuvimos un padre y una madre común. Lo que decía la Biblia lo ha confirmado la genómica. Eva, la Eva mitocondrial, fue la madre de todas las mujeres de nuestra especie, pero no necesariamente la primera pareja de Adán. Al contrario, apareció poco después. ¿Cómo se entiende? Lo explica un cromosoma tan diminuto como complicado, el Y, el marcador masculino diferencial frente al femenino, el X.
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Esta historia comienza en el Museo Histórico de La Haya, donde se preservan una lengua y un dedo humanos pertenecientes a uno de sus más insignes primeros ministros durante el Siglo de Oro neerlandés, Johan de Witt, víctima de un truculento episodio de canibalismo en la Europa del XVII. Pero llevemos el caso a la actualidad. La lengua que habla y el dedo que acusa. ¿Con qué podríamos relacionarlos?
Biología del espacio. Ekain Arte Lanak. Una cueva iluminada en la Parte Vieja donostiarra, como pudiera serlo en Montmartre. Lo primero que ves, un talismán de poder, el diente de Lumumba. Luego, entre dos acrílicos -Vegetal y Animal- tres visiones del río Congo. Ya en la sala, un Atardecer Zulú inspirado en un paisaje de Palamós, con una montaña mágica irradiada de sol, naranja intenso. ‘Un lugar’, así se presenta la muestra, que habla de ‘No lugares’. Más bien de moradas filosofales.
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Pronto se cumplirán dos siglos del manifiesto con que Marx y Engels convirtieron ese fantasma en una presencia real, la lucha de clases. Hoy, es otro proletariado fantasmal el que hace temblar a Europa, en dos dimensiones. La visible tiene el rostro de los millares de inmigrantes que abordan nuestras costas. La invisible, remite al miedo que genera esa creciente migratoria mientras la batalla ideológica cambia de signo. De la lucha de clases, primero a la contención del desclasado, y ahora su deportación explícita.
A los que seguimos sus partidos míticos desde que conquistó su primer Roland Garros, en 2005, con apenas diecinueve años. A los que presenciamos sus duelos homéricos con el mismo Federer, como aquella final de Wimbledon de 2008 -el mejor partido de la historia-, luego con Djokovic, desde Madrid a Australia. A los que le debemos postergarlo todo para apresar el mundo entre una raqueta y una red, mientras él jugaba cualquier final, la retirada de Nadal, por más previsible, sabemos que es inadmisible. Rafa se va, tanto más estará presente.
Quédense con estas dos frases: “Cada periódico es una tienda donde vendemos las palabras del color que ellos quieren”. “Otro siglo de periodismo y todas las palabras apestarán”. La primera es de Balzac, la segunda de Nietzsche. Ambas ilustran lo que subyace en el Plan de Acción por la Democracia aprobado por nuestro Gobierno.
Desplazamientos de la mirada. Ya no es necesario adentrarse en Masái Mara para asistir a la espectacular migración de los ñus, esa en la que millón y medio de estos bóvidos cruzan su río en busca de pastos frescos. Basta con acercarse a cualquier aeropuerto, a cualquier autopista, a cualquier lugar de veraneo con encanto, incluidas nuestras costas por estas fechas. El nuevo espectáculo natural son las manadas de turistas que todo lo saturan y todo lo devoran en busca de nuevas experiencias, naturalmente plastificadas, aunque a la carta. Precisamente las que tanto invertimos en promocionar, para denostar inmediatamente la masificación que nos invade.
Conocemos la ‘compleja’ dialéctica mediática imperante en estos tiempos electorales: superhéroes -los nuestros- frente a archivillanos -todos los demás-. Lo veníamos testando en la campaña que precedió al primer debate por la campaña presidencial en EE.UU., hace un par de semanas. Aunque las viéramos con nuestros ojos, todas las imágenes en las que Joe Biden aparecía algo más que desubicado o catatónico total eran bulos. En el debate los convirtió en realidades. El viejo Sleepy Joe -Joe el dormido-, entró en escena superando a Michael Jackson y su mítico ‘Moonwalk’. Si parecía caminar sobre la luna, el tono inaudible y farfullante acabó haciendo temer una abducción alienígena.
La antigua Roma, siempre moderna, cuánto nos enseña. Aún más sus mujeres, sobre todo las que nacieron en la cuna del poder, las grandes familias, la casta o la “gens”, como se llamaba entonces. ¿Qué hubiera sido de Julio César sin su madre, la imbatible Aurelia? ¿O de Servio Tulio sin aquella que lo adoptó cuando no era más que un esclavo, la visionaria Tanaquil? ¿O del mismo Cicerón sin la dote que aportó a su boda la bella Terencia, cuatrocientos mil sestercios, el precio exacto de una plaza en el Senado?
Sin el prescriptivo consenso de la Oposición parlamentaria, sin la anuencia de los países centrales de la UE, sin avanzar cuáles serían sus fronteras, ni las garantías de seguridad se establecerían, ¿qué margen de crédito puede recabar el reconocimiento de un Estado Palestino por parte de un presidente español que le niega ese derecho a un territorio todavía bajo su administración, como es el Sahara Occidental y su autoproclamada República Saharaui Democrática?
Sufro, luego soy. El shock de sus leales, la crisis de gobierno, todo el maremagno desatado por el arrebato entre peronista y absolutista de Pedro Sánchez –“Después de mí, el Diluvio”-, se resuelve en esa frase con la que Pascal Bruckner subtitula su último libro: ‘Portrait de la victime en héros’ -Retrato de la víctima como héroe-. Una pandemia de nuestro tiempo que el filósofo francés disecciona con la misma prosa incisiva con la que analizó las otras dos: ‘La euforia perpetua: sobre el deber de ser feliz’ y ‘La tiranía de la penitencia: sobre el masoquismo en Occidente’.
Aunque no me dejo ver en ninguna, salvo excepciones puntuales y por exigencias del guion, las redes sociales me interesan por lo que significan como fenómeno sociológico. Un mundo de pantallas a la medida de este tiempo líquido en el que prevalece la pulsión del instante. Un espejo sin profundidad pautado por la dictadura de las apariencias y, dentro de estas, por la tiranía de lo cool. ¿También una nueva dimensión de eso que Jung definía como nuestro inconsciente colectivo?
El título valdría para glosar las desventuras de Kate Middleton y su atribulada parentela, pero la protagonista estelar de esta película es la misma Emma Stone que deslumbró en ‘La Favorita’ a las órdenes del mismo realizador, uno de los más exuberantes de nuestro tiempo, quizá también el más disruptivo: Yorgos Lanthimos. Sobre un texto de Alasdair Gray, el William Blake de Glasgow, un concierto barroco en forma de cuento de hadas tan filosófico como amoral. Todo un homenaje a los escritores steampump del XIX, desde Mary Shelley a Stevenson. Y sobremanera, una revisión de la condición femenina entreverada con una sátira salvaje.
Arriba, frente a la pirámide tutelar del Txindoki, la frondose viguería de roble que sostiene la catedral de las ermitas vascas, la de la Antigua, en Zumárraga, el lugar de los olmos. Dentro, una Andra Mari con una manzana en su diestra. En el dintel, pinturas en las que se advierten pigmentos vegetales. Hijos de otras hierbas son los ungüentos naturales que elabora Fermín Goenaga Epelde a la sombra de esa ermita, en el Landaburu baserria. ¿De qué estamos hablando? Del libro que presentaremos mañana en la Casa de Cultura de esta villa. Un viaje en torno a las plantas sanadoras y la vieja medicina popular de Euskal-Herria, incluida su derivada al mundo del akelarre, que lleva por título “Etnobotanika”.
Una fotografía frontal de Juan Luis Goenaga a la manera de una figura de Giacometti, hierático y en pie, el torso desnudo, junto a su amigo invisible o su gemelo fantasma, un esqueleto en la misma postura, tal vez el antediluviano hombre de Alkiza, capta toda mi atención. A su lado, el cuerpo sumario de Juan Luis Goenaga casi parece el de Hércules Poirot. Un paso más y me atrapa un Jorge Oteiza que mira de frente muy enfadado, no sabes muy bien si a quien le ha puesto esa camisa limpia, o quizá a la selecta concurrencia que me acompaña en esta presentación privada de la última muestra de Isabel Azkarate en San Telmo.
En 2009 Israel desencadenó su primera operación terrestre sobre la Franja de Gaza. Incluía una derivada de la que apenas tuvimos noticia hasta que Lina Meruane se atrevió a contarlo. En ‘Zona ciega’ describe una táctica de asalto israelí conocida como el asesinato del ojo. Consistía en disparar al ojo de cualquier palestino acorralado, hombre, mujer o niño, de modo que su rostro apuntándole fuera lo último que viera: “Un niño pidió permiso para cruzar una calle, se lo concedieron y le dispararon. Aunque la bala penetró sólo en un ojo, quedó ciego de ambos”.
"Bueno, la Navidad con todos sus horrores ha vuelto a caer sobre nosotros” -escribe Raymond Chandler-, “los negocios están llenos de fantástica basura y todo lo que quiere uno no está”. No le sucedía sólo a él. Por los mismos años otro adorable perdedor, Charlie Brown, confesaba a su fiel Snoopy: “No me gusta la Navidad. Me gusta recibir regalos y escribir felicitaciones y todo eso, pero aun así no me siento feliz”. La Navidad, o más bien la realidad virtual en que la hemos convertido, como un cruce de novela negra y tira cómica.
Paradojas de la posmodernidad. Pronto cumplirá el siglo aquel ‘Napoleón’ que rodó Abel Gance en 1927. Cine mudo y, sin embargo, aun con todos sus excesos, un prodigio de elocuencia narrativa. La perfecta antítesis del biopic que acaba de estrenar Ridley Scott. Todas las hipérboles de la alta definición a su servicio, un presupuesto galáctico. Pero en lo que importa, del guion a la interpretación, precariedad, planitud, miseria.
Mochila al hombro, de desierto en desierto bajo un sol bíblico, veníamos de visitar el Krak de los Caballeros y esa noche dormiríamos en Damasco. A las puertas de la mezquita de los Omeyas, allá donde se espera la segunda venida de Cristo para anunciar el Juicio Final, parecía anticiparla un vociferante tumulto festivo. ¿Qué celebraban? La aparición de un comando muyahidín que, entre ráfagas de kalashnikov al aire, repartía puñados de copias de un folleto presidido por la palabra “entusiasmo” -Hamás en árabe-.
La brisa del Atlántico alcanza hasta el Béarn. En adelante, otro mar, el de los viñedos del Languedoc, anunciando la cercanía del Mediterráneo. Vacaciones en septiembre, tiempo de vendimias. Pero el tiempo, vuelto historia, mira hacia atrás. Esta es la tierra donde germinó la herejía cátara, allá por el siglo XII, envuelta en la leyenda del Santo Grial.
El beso nefando que distinguía a los adoradores de Satán. El beso templario, un equívoco beso entre caballeros. Y el que los armaba como tales, recibido de los labios de su señor con todas las bendiciones. Ciertamente, ya en la Edad Media el beso comportaba atributos ambivalentes. Jean Gerson se duele del signo de los tiempos: “No hay ninguna virtud que se haya perdido más que la ‘discretio’”. Discreción, delicadeza. Lo que tanto le ha faltado a ese pobre gañán marcado por su fatídico oxímoron: ser calvo y apellidarse Rubiales.
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