14/12/2020@08:06:56
Hay taras que nunca se borran por más tiempo que pase. Signos de una singularidad que en un principio creíamos maldita y de la que luego nos confesamos fervientes defensores. Quizá, porque la tara con la que la naturaleza nos hizo diferentes nos sirvió de leitmotiv en el empedrado y largo recorrido de la vida. Azote de pasiones y desesperanzas. Musgo que se aferra a nuestra identidad con la persistencia de la lealtad más inquebrantable. Nada sería igual sin esa señal que nos diferencia, esa cicatriz de la que no para de brotar sangre, o esa nube blanca sobre el iris de uno de nuestros ojos que no nos permite ver bien.