Sin embargo, cabe anticipar que no se trata de una disertación abstracta o retórica por parte del autor, plagada de definiciones solo comprensibles para especialistas en la materia. Por el contrario, Sardón se decanta por una estructura y una técnica expositiva dinámica y ordenada, hilvanando coherentemente un conjunto de conferencias dictadas por él. Además, al final de la obra hallaremos un ingente listado bibliográfico que muestra su solvencia académica y científica, permitiendo que el lector profundice en el objeto de estudio.
A lo largo de las 173 páginas de que consta el libro, hay una tesis fundamental que permea los 9 capítulos en que se divide: la defensa que hace el autor del sistema de dos partidos como condición necesaria, que no receta infalible, para la libertad económica, entre otras razones porque genera una suerte de continuidad en la actividad política. Frente a esta opción, el multipartidismo fomenta el desgobierno (como se comprobó en la Alemania de la República de Weimar) y no favorece el pluralismo, ni social ni político.
En este sentido, aunque Sardón demuestra un conocimiento exhaustivo del sistema de partidos de Europa Occidental, prioriza sus análisis (o reproches) en el de América Latina (en particular, en el de Perú, su país natal). La conclusión que extrae resulta tan desoladora como realista: América Latina (con ciertas excepciones, como Chile) carece de un sistema de partidos debidamente institucionalizado, lo que facilita la aparición del populismo.
Así, en función de este argumento protagonista, Sardón va desentrañando algunos otros. Al respecto, conviene detenerse en sus ideas sobre el crecimiento económico: para que éste se produzca, tiene que haber una combinación de libertad económica y estabilidad política. Dicho con otras palabras: todo sistema político debe garantizar los derechos de propiedad (en Suiza o Estados Unidos nunca se han producido confiscaciones, puntualiza) para que no queden al libre arbitrio de los cambios de gobierno.
Al respecto, limitar los mandatos puede ser una herramienta eficaz y si de lo que se trata es de otorgar protagonismo a la sociedad civil, la mejor manera de hacerlo es a través de las asociaciones. En este punto, el autor reivindica las teorías de Alexis de Tocqueville y los consejos que el francés dio tras visitar Estados Unidos en el siglo XIX.
En cuanto a sus reflexiones sobre la democracia, Sardón ofrece algunas críticas relevantes, derivadas de su observación. A modo de ejemplo, reprocha la manipulación del déficit fiscal con fines electorales, fenómeno que percibe en el aumento del gasto público cuando se acercan las elecciones, “pecado” en el que incurren incluso las democracias maduras (pág. 27).
Además, rechaza la obligatoriedad del voto ya que fomenta que se haga irreflexivo y pueda ser manipulado por los programas “clientelistas” de los gobiernos de turno. De hecho, América Latina ha sido paradigma de gobiernos surgidos tras celebrar procesos electorales, cuyo comportamiento posterior devino en autoritario, eliminando la libertad de prensa y multiplicando el intervencionismo. Son las denominadas “democracias iliberales” (pág. 144), concepto cuya paternidad otorga a Fareed Zakaria, si bien resulta pertinente la explicación conexa que propone Sardón: el autoritarismo (político) no genera necesariamente intervencionismo (económico), indicando que los gobiernos de Fujimori en Perú así lo corroboran.
En definitiva, una obra que rechaza el buenismo y desenmascara tópicos asociados a la democracia, ofreciendo soluciones, algunas de las cuales chocan frontalmente con los parámetros de la corrección política, como por ejemplo, su visión de las ONGs.
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