A Hermógenes Arbusto se le aparece la Muerte en su despacho. En vez de doblegarse a su voluntad, intenta zafarse de ella. Así comienza “Los poderosos lo quieren todo”, que tiene entre sus protagonistas a la Parca; “tiene este diablo algo del de Gogol, solo que el mío es todo un seductor”, explica nada más empezar la conversación. “La novela la empecé a escribir porque vi esta imagen y no sabía a dónde iba, dónde iba a conducirme. El siguiente paso fue encontrar un tono adecuado, que es el que está implícito en el primer capítulo”, cuenta sin remilgos.
Con esta novela, reconoce que se lo ha pasado bien escribiendo. “Normalmente me cuesta unos dos años escribir una novela. En este caso tardé cerca ocho meses. Tenía ganas de contar un historia con humor sarcástico, una sátira de brocha gorda, como hacían Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville o los autores de La Codorniz, como he dicho antes”, se explaya riendo y continúa diciendo con toda la razón: “el humor español aparece con Miguel de Cervantes, pero no tira nadie de él, los ingleses sí lo supieron ver y aprendieron de su magisterio”.
El libro comienza con unas citas de Cervantes y Valle-Inclán que indican por dónde va a ir la novela. “Ambos autores nos hacían ver una realidad inquietante y divertida. Valle utilizaba esos espejos deformantes del Callejón del Gato. Ahora lo que hay es una gran dosis de realismo tradicional, que es muy pesado y que no avanza. No progresa. No hay riesgo en nuestra literatura. Reproducir la realidad me cansa y da la sensación de que se está atascado”, elucubra con rigor.
Para José María Guelbenzu, “el sentido del humor tiene que ser sarcástico tirando a negro y que el lector se tenga que preguntar por qué me estoy riendo de esto. El humor que se hace ahora mismo es costumbrista, muy alejado del humor del absurdo que tanto me gusta”, opina, como tampoco le gusta nada “la literatura negra nórdica. Abusan del psicópata y no construyen bien los personajes, todo lo achacan a que es un psicópata”, analiza con precisión hispana, que no nórdica.
“El escritor no debe tener simpatía por sus personajes. Por eso para mí todos los personajes son idénticos, aunque bien es verdad que por algunos siento una cierta ternura”, estima con rigurosidad, lo que da una idea de cómo se enfrenta con sus originales personajes. “El secreto del arte debe ser la verdad”, afirma rotundo. En sus escritos hay verdad pero también el bien “es plantar cara a las cosas para acabar con el mal”, apunta.
José María Guelbenzu reconoce un cierto “hartazgo vital en estos momentos con este país. Lo que están haciendo con las pensiones de los escritores es indigno. Mi pensión no me da para vivir. Yo todavía tengo hijos en edad universitaria y de ahí que tenga que hacer otras labores, además de escribir. Están haciendo un daño cruel”, expresa con rotundidad y con toda la razón. Al poder político nunca le ha gustado la cultura y como dice, “en estas edades se está en una situación espléndida para seguir escribiendo”.
“El poder y la cultura siempre han sido enemigos”, recuerda y agrega “la derecha española, a diferencia de la francesa que recibía en sus salones a literatos, recibía a toreros e ignorantes, pero la izquierda tampoco es mejor. La censura ha sido más dura con la izquierda porque saben el valor de las ideas con las que han llegado al poder. A la derecha le molesta que seamos faltones”.
En su opinión se necesitaría una educación basada en la expresión del pensamiento. “Hay que enseñar a pensar en vez de tantos ejercicios memorísticos. Se necesita una enseñanza práctica y pragmática como hacen los anglosajones o los nórdicos. Sólo en la Universidad tendría que llegar la especialización”. Es el diagnóstico sobre la educación caduca que se da en nuestros colegios y universidades. Por eso entendemos perfectamente el hartazgo que tiene sobre nuestro país.
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