El poemario se abre con un prólogo del poeta Miguel Ángel Curiel, amigo del autor, donde propone un título alternativo, Eco o el eco, celebra la reunión de estos haikus en una edición para el gran público, y los define con acierto como pequeñas estrofas del gran poema que constituye este libro, donde cada haiku sería como un fotograma o estampa de un cuadro más amplio.
Como decíamos, el poemario se compone de tres libros o colecciones de haikus, que Ambrosio Gallego titula “Con breves ojos”, “Ventanillas en un tren” y “Naturaleza en vilo”, respectivamente. Con el primero consiguió el autor el VII Premio de Poesía César Simón en 2010. Las citas de Mario Benedetti, Manuel Altolaguirre y Claudio Rodríguez inciden en las nociones de lugar y tiempo pues si algo consiguen estos versos es eternizar un instante concreto.
El título sintetiza el espíritu que define a la estrofa japonesa, pues si por los sentidos el mundo existe para nosotros, el yo, el yo plural, debe estar ausente para ser solo meros testigos del milagro cotidiano que la naturaleza nos regala en silencio. Contemplación, serenidad y silencio son los requisitos necesarios para el alumbramiento, Ambrosio Gallego lo sabe y se ha entregado a ese ejercicio de desprendimiento para alumbrar estos haikus, que a medida que avanza el libro van conquistando el centro de la página, desde los haikus encadenados de “Con breves ojos”, dedicados a la memoria de su padre, hasta el concepto zen que pone en práctica en “Naturaleza en vilo”, donde encontramos un solo haiku por página, como una gota de tinta negra cuyo eco ondea en la hoja en blanco.
Levedad y esencialismo animan la brevedad de estos versos, donde el autor ha auscultado el horizonte con ojos abiertos, sólo así ha podido captar la verdadera belleza que anida en las cosas sencillas, veamos algunos ejemplos:
El agua rompe
sobre una poza umbría.
Desaparece.
Brillan las jaras
el tiempo que las miro.
Y su olor llega.
Un petirrojo
sobre una rama yerta,
estremeciéndose.
Ambrosio se sirve de todos los recursos clásicos, como el kigo o palabra que denota la estación del año, la onomatopeya, el aware o emoción estética, entre otros, para alcanzar eso que podríamos denominar “haiku verdadero”, sin renunciar en ocasiones al lirismo, pues el haiku, no lo olvidemos, es poesía, poesía henchida de espiritualidad.
En definitiva, se trata de una obra imprescindible para los incondicionales del haiku y un estímulo de concisión y condensación para los lectores torrenciales, que a buen seguro experimentarán una sensación de religación con las cosas que nos rodean, algo muy necesario en estos tiempos donde la certidumbre escasea.
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