Leila, de quince años y marcada por el negro de su piel en las Islas Canarias, es la hija de una mujer africana que llegó a las Islas en busca de un trabajo envuelto en bonito papel, pero fino. Tanto, tan fino, que se desnudó nada más tenerlo cerca, que enseñó toda su verdad, una verdad que la obligó, a ella también, a desnudarse. Leila se encontrará con la desaparición de su madre, el único escudo de una niña la cual nace con la visión de que la mujer no es más que un objeto del hombre. Tras desaparecer su madre, Leila deberá irse a vivir con la dueña del prostíbulo, Doña Lucía, una mujer de muy avanzada edad que solo le transmite temor y repulsión. Teniendo que dormir con ella y notando que en sueños su piel no está sola, la mente de Leila irá hundiéndose a ritmo acelerado en un pozo sin fondo donde la oscuridad y la penumbra son quienes reinan, haciéndose también con la niña.
Descubriremos el interior roto de Leila a través de las conversaciones que tiene con Yurena, su compañera de clase, y con Morgana, la nueva prostituta de aquella casa en la que ella también habita. Siempre de noche en el devenir de Leila, sus estados de ánimo chocarán página tras página con el celeste azul de una isla idílica y envidiada, una isla ajena a los sentimientos de quienes la pisan. Prostitutas con su destino aceptado y con la picaresca como mantra, almas humanas dadas por completo a la costumbre de «hacer sin sentir», madurez a marchas forzadas, dureza a base de golpes. Todo ello completa una novela que refleja perfectamente el ambiente desolador de las bambalinas de un prostíbulo, la realidad en las relaciones humanas o la forma de hablar según la nacionalidad de cada uno de sus personajes. Todo ello decorado con aportaciones intercaladas de narradores que hablan directamente al lector para dotar de un perspectivismo peculiar a la obra, que se avanzan y se retrotraen a la historia, que saben más que todos e insinúan para seguir empujando al lector hacia el final de la narración. Unos empujones que, sinceramente, no son nada necesarios porque a ‘Amazonas dormidas’ le brota a raudales la adicción, la atención y la avidez de lectura. Una excelente novela moral que demuestra que siempre hay salida, que la distancia suele ser la mejor medicina, que conformarse es decirse a uno mismo adiós y que la niñez está para saborearla antes de que la dulzura en la lengua pase a ser amargor de vida adulta.
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