“La mujer del reloj” tiene claras influencias de las novelas que sobre la Guerra de la Independencia escribieron Benito Pérez Galdós y Pío Baroja. Álvaro Arbina ha puesto de moda con su novela la guerra contra las tropas napoleónicas que duraron seis trágicos años y, también, de las novelas de aventuras de Víctor Hugo y Alejandro Dumas, sobre todo en lo concerniente al misterio que rodea a algunos de los protagonistas principales de su obra.
El autor vitoriano ha tratado en todo momento de mantenerse fiel a la historia y, aunque su texto tiene algún hecho debidamente manipulado para realzar la trama, son los menos y sólo lo hace para que esos hechos se ajusten a sus necesidades en el desarrollo argumental. También parece conocer muy bien lo que realmente sucedió, tanto en su tierra alavesa, como en Cádiz y en la isla de la Cabrera.
A toda la novela le ha dado un barniz de modernidad, utilizando recursos de thriller, de novela de intriga y, sobre todo, de una gran historia de amor, donde las mujeres no son meras correas de transmisión de los deseos de los padres, sino que asumen sus propias decisiones, equiparándose al varón en un tiempo en el que no era fácil. En la novela, además de Clara, hay varias mujeres que antes se denominarían de rompe y rasga y que ahora serían mujeres que saben lo que quieren y son totalmente independientes.
La historia transcurre en los años en los que las tropas de Napoleón se establecen en España. Los dos bandos enfrentados hacen que en la trama haya muchos momentos de enfrentamiento. Es la lucha de David contra Goliath, asumiendo el pueblo español el papel del primero, mientras su monarca se encontraba en Francia dándose la gran vida después de haber renunciado a la corona por un plato de lentejas. Los saqueos protagonizados por las tropas francesas, inglesas e, incluso, de los propios guerrilleros españoles, nos demuestran que la condición humana distaba mucho de lo que se entiende por honestidad y sí de violencia.
Álvaro Arbina plantea las condiciones sociales en las que vivía la población de manera lúcida y rigurosa. Al igual, disecciona parte de la elaboración de la constitución de 1812, conocida popularmente como la de la Pepa, y la influencia que tuvieron los diputados del partido liberal en la misma, así como las logias masónicas de aquel tiempo. Aquí es donde vemos la importancia en la trama de La Orden de los Dos Caminos, logia que nace de la imaginación del autor pero que bien podría haber existido.
La Orden de los Dos Caminos, fundada por el abuelo del protagonista Julián, es el quid de la novela. En torno a ella se desarrollan todas las peripecias de la misma. Y aquí es donde realmente nos encontramos con las motivaciones del escritor y lo que él piensa sobra la condición humana. Es casi al final, cuando se desvelan todos los misterios con los que tan bien ha sabido jugar Álvaro Arbina, cuando nos damos cuenta de que él cree que las personas, por crueles que puedan parecer, lo son por lo que han sufrido en sus vidas. Para el autor, todo el mundo se puede redimir. Julián de Aldecoa se da cuenta en el “campo de concentración” de la isla de Cabrera de que el odio sólo genera odio y que los soldados enemigos tienen los mismos sentimientos que los suyos.
Es a partir de ese momento cuando Julián se plantea una nueva vida alejada de la violencia y el odio, donde la compasión queda en un primer plano. Álvaro de Arbina ha escrito algo más que una novela histórica con elementos de thriller; ha escrito una novela de pasiones humanas, de sentimientos y con una nueva visión, tal y como concibe el mundo. Todo envuelto por tramas increíbles, misterios que se desvelan en las últimas páginas que discurren de manera trepidante ante los ojos del lector.
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