En efecto, éstas últimas constituyen el aspecto más destacado de la obra pues Pérez Vila rechaza deliberadamente caer en los parámetros de la corrección política, premisa que se aprecia en los reproches permanentes que hace a cómo ha ido olvidando la construcción europea el sustrato cristiano con el que nació. El gran ejemplo de esta afirmación pudo observarse con motivo de la fallida Constitución Europea (año 2005), la cual obvió la tesis defendida décadas atrás, entre otros, por el dirigente italiano Alcide De Gasperi: “las culturas europeas dispusieron de un elemento integrador que fue el Cristianismo, cuyo ideal se mantiene a lo largo de la historia. Nos guste o no, esas son nuestras raíces” (pág. 184).
Acercar al lector la historia de la Unión Europea exige precisión, dinamismo y sobre todo un carácter divulgativo que evite incurrir en el abuso del metalenguaje. Pérez Vila lo consigue. Además, logra también hacernos partícipes de un europeísmo realista que le lleva a valorar positivamente lo conseguido hasta la fecha por la UE, trazando para ésta una agenda de retos.
Asimismo, sobresalen las comparaciones, por ejemplo cuando explica el contexto europeo anterior a la creación de la CECA-CEE, caracterizado por un proteccionismo estatal de cortas miras que en última instancia “facilitó” que germinara en las naciones europeas un nacionalismo excluyente y tribal. Para corroborar el cambio producido a partir de 1945 en el viejo continente, Pérez Vila sentencia que, tras la mencionada fecha, “desaparecen las fronteras y las relaciones entre esos estados que antes eran (relaciones) internacionales, ahora se hacen nacionales” (pág.31).
Junto a ello, a lo largo de la obra efectúa referencias a la labor de los Padres Fundadores de las Comunidades Europeas, en particular al binomio Jean Monnet/Robert Schuman. Esto lo hace no sólo como reconocimiento a su tarea, sino con una finalidad mayor: desmentir, en alusión a los más euroescépticos, que el objetivo final de la integración europea consistiese en la fagocitación de sus Estados miembros, pues como advertía Schuman: “nuestros estados europeos son una realidad histórica y sería psicológicamente imposible hacerlos desaparecer. Su diversidad es profunda, pero hace falta una unión, una cohesión, una coordinación. (...) Se trata de una misión de paz” (págs. 69-70).
En palabras de la autora, el punto de vista del político de origen luxemburgués queda expresado del siguiente modo: “la Unión Europea no es un Estado. Es una Organización Internacional especial, dotada de personalidad jurídica; una integración de Estados, basada en el supranacionalismo (…) El deseo de los pioneros de hacer realidad los ideales fundacionales de la nueva Europa, hizo crecer en ellos una gran voluntad de unidad, cuyas ansias estaban asentadas en el alma del viejo Continente, y presentes en la conciencia europea. Aquellos hombres buscaban reconstruir la comunidad ética de Europa, capaz de generar la paz. Y esto no era solo un puro deseo, sino la necesidad de un cansado Continente que buscaba ser reconstruido y unido con espíritu de permanencia” (pág. 180).
En este sentido, Pérez Vila argumenta que ello se debió a que el método funcionalista se impuso al federalista, lo que generó que la construcción europea se hiciera de una forma gradual (pág. 81). Los resultados fueron evidentes de tal manera que “crecimiento”, “solidaridad” o “cohesión” se convirtieron en vocablos aptos para definir el éxito que conllevó el desarrollo de la CEE-UE.
Sin embargo, en los últimos años, en especial tras el fracaso de la Constitución Europea y sobre todo, con el desarrollo/acentuación de la crisis económica, sí es cierto que las dudas, en especial sobre el rumbo a seguir, han caracterizado el funcionamiento de la UE. Pérez Vila no pierde de vista esta circunstancia: “construir la Europa del siglo XXI no parece, en efecto, tarea fácil. Intereses particulares de países miembros de la Unión, afloran con cierta agresividad; el desarrollo del grado de convicción sobre principios de unidad y solidaridad, no se muestra suficientemente sólido; ni se considera el beneficio, que el ejercicio de esos principios podrían reportar a los pueblos del viejo Continente. Ciertamente, al ser humano le lleva mucho tiempo aprender la lección de la historia, y hacerla suya” (pág. 146).
En consecuencia, la UE a ojos de las actuales generaciones ha cobrado el aspecto de ser sólo un proyecto económico (por el énfasis en la moneda única), guiado esencialmente por parámetros comerciales. De seguir por esta senda, el resultado será desolador y aumentará el alejamiento de la sociedad civil con respecto a las instituciones comunitarias.
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