Cuando Javier Olivares escribió la primera entrega de la trilogía "Isabel", basada en la serie del mismo título, se convirtió en un fenómeno de masas. La serie, como el libro, arrasó en todos los sentidos. Problemas con la productora provocaron que fuese apartado de ese proyecto. Sin él, fue cayendo en calidad. Ahora, esos productores están con la serie Carlos, sobre el emperador nacido en Gante. Con Felipe, se puede decir que el autor madrileño les ha metido un tanto por toda la escuadra porque el libro está escrito de tal forma que adaptarlo para hacer una serie sería facilísimo.
Felipe II nació en Valladolid en 1527 por expreso deseo de sus padres, Carlos I e Isabel de Portugal y heredó, como le dijo su padre en su juventud, el mundo. El rey Prudente siempre estuvo obsesionado por mantener todos los territorios que le legó su padre y está claro que cometió demasiados errores. Aunque logró mantener esas posesiones, sentó las bases para el ocaso que sufrió el reino.
Javier Olivares, como buen historiador que es, conoce a la perfección el reinado de Carlos V y de toda la Edad Moderna, pero no ha querido escribir una novela meramente histórica, aunque lo es, y no comete ningún error al contar la historia. Lo que ha querido es contar cómo era el rey Felipe II, una personalidad compleja y poliédrica que él va desentrañando poco a poco según va transcurriendo el libro.
De manera cronológica nos va contando toda la vida del rey, pero no sólo de él, también la de sus padres, la de sus hermanas, del hermanastro, don Juan de Austria, y de los principales personajes de su Corte. Felipe II vivió algunos de sus años de juventud en Flandes y, posteriormente, en Inglaterra a raíz de su matrimonio con María Tudor. Todos los datos utilizados son fidedignos pero donde gana el libro más valor es en la descripción psicológica del rey y de sus adláteres.
Javier Olivares no es precisamente indulgente con el monarca. Felipe es para él, el mayor fingidor del mundo, un rey sin sentimientos, el rey del disimulo cuya principal máxima era “secreto y disimulo”. Creó una red de espías que puso en manos de Idiáquez que operaba en medio mundo, pero tal era la corrupción y las intrigas que había en la corte que no le valieron de mucho, ya que tuvo como principal secretario y hombre de confianza al traidor Antonio Pérez.
La lentitud con que tomaba las decisiones el llamado rey Prudente hizo que llegase tarde a todos los sitios. Sus fieles se lo reprocharon y sus enemigos lo utilizaron en su contra. El autor desgrana todos estos episodios de manera rigurosa pero, también, cercana. La escritura de Javier Olivares es clara, sencilla y efectiva. Sus diálogos son burbujeantes y precisos y si no fueron así, deberían de haberlo sido. Algunos tienen el rango de sentencias, algo que el autor maneja a la perfección.
El gran enemigo de las novelas históricas es que ya conocemos lo que va a pasar, por lo tanto, el autor debe utilizar herramientas para que la tensión narrativa no decaiga. Olivares lo hace con acierto y tino y la novela no pierde en ningún momento el interés, bien al contrario, va ganando según avanza la narración. En definitiva, la novela le ha quedado bastante redonda al autor y no nos extrañaría que siguiese por ese camino mientras sigue rodando series de éxito. Está claro que ha dado con las claves del mismo, tanto para la televisión como para la literatura.
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