Eco es un ensayista y semiólogo de renombre internacional. Con su primera novela El nombre de la rosa sorprendió a unos lectores que estaban acostumbrados a leer sus ensayos y no se esperaban una obra tan trepidante, llena de misterios y asesinatos dentro de un claustro monástico. La última no es tan vertiginosa como la primera, pero tiene un poso de novela más tranquila, más trabajada y más profunda que aquella que publicase hace ya treinta años.
La obra empieza con una cámara encima de una grúa y con el narrador, por supuesto, que va desplazándose por las sinuosas calles de un París de finales del siglo XIX. Busca de forma infatigable, entre paseos y casas, a un protagonista, el capitán Simonini, piamontés afincado en la capital francesa después del triunfo de Garibaldi en Italia, que vive de manera modesta en una notaría y que aún no se nos ha presentado a los lectores. De esta original manera conocemos al protagonista más despreciable de la literatura de los últimos años. Un estafador, un espía, un falsificador que se trasviste con ropas de clérigo y que casi todo lo que hace lo hace mal, pero rentable económicamente para él.
Comienza el relato en tercera persona, pero rápidamente cambia a primera persona: el capitán al que el propio autor define como la persona más odiosa del mundo, que habla mal de todos los habitantes de todos los países conocidos, de la Iglesia Católica, pero sobre todo de los jesuitas que para él son “masones vestidos de mujer”, también despotrica contra los masones, contra las mujeres, contra el sexo, contra…
Nadie escapa a su nefando criticismo, nadie se salva. Sólo parece disfrutar cuando relata las comidas con las que se atiborra, las recetas de las comidas que degusta en distintos restaurantes, desde los más sofisticados hasta los más costrosos donde se reúne el lumpen parisino. Son relatados con una pasión desmedida, que va deleitándose con parsimonia con unos procesos de elaboración minuciosos. En su última vista a Madrid, el autor dijo que “esto ya lo han hecho otros escritores como el recordado Manuel Vázquez Montalbán, también en la última novela que me he leído, la interesanteLa última noche en Twisted Riverde John Irving, incluye recetas de comida ySeda roja, novela con recetas algo más escatológicas”.
Pero este no es el único narrador del libro, Simonini en primera persona va escribiendo un diario con sus memorias. El abate Della Piccola es el otro narrador que se confunde con el capitán, que se leen los diarios el uno al otro y van haciendo acotaciones. Hay pues tres narradores que se van sobreponiendo, aunque el principal es el odioso Simonini. La visión de estos tres narradores va configurando un relato que vemos desde distintos puntos de vista, lo que hace que tengamos una panorámica más grande de unos acontecimientos históricos contados por un protagonista inventado.
El propio Eco lo dice en el libro en sus inútiles aclaraciones eruditas, “el único personaje inventado de esta historia es el protagonista”, señala. Estamos de acuerdo, pero la historia la maneja a su antojo, retorciéndola a su conveniencia, como lo relativo al caso Dreyfus. Ahora bien, eso enriquece lo que estamos leyendo y la propia historia al dar una visión diferente aunque sesgada de acontecimientos conocidos por todos. Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Garibaldi, Pío VII pasan por las páginas del diario de un capitán ácido con todos ellos y con las situaciones históricas a las que dan pié.
Sin embargo, Eco se reconoce deudor de Dumas en cuanto conocedor del alma humana. Muchos son los ejemplos a lo largo del libro, aunque destacaremos sólo uno, “y es que siempre pasa lo mismo, cuando fracasas en algo, buscas siempre alguien a quien acusar de tu incapacidad” (pág.346), ejemplo revelador de cómo el novelista piamontés disecciona las motivaciones de los protagonistas y cómo con un fino bisturí penetra en el interior de cuerpos, voluntades y almas de los que pasan por la novela.
Son muchas las frases sentenciosas del escritor que hacen que al protagonista le acaben odiando todos los lectores: las opiniones que da de los judíos, el espionaje y contraespionaje que despliega, cómo le importa lo más mínimo para quién trabaja si paga bien, cómo su misoginia le recluye en una oficina asfixiante y cada vez más reducida, le han convertido ya en un personaje detestable, odiado y vilipendiado por los lectores.
Hay que reconocer que
Umberto Eco ha conseguido lo que se ha propuesto. Ha creado un personaje repugnante que, de unos hechos casi inverosímiles, ha tejido una conspiración casi planetaria. El odio a los judíos ha existido desde siempre aireado por una iglesia y por unos pueblos sedientos de venganza. Simonini ayudó en esta empresa, de la que se sentía orgulloso y los lectores leen las aventuras de este personaje con la repugnancia hacia alguien odioso, pero no pueden dejar de leerlo porque está realmente bien escrito y muy bien traducido.
El lenguaje de Eco es culto, utiliza expresiones y términos en desuso, pero que enriquecen las situaciones con adjetivos brillantes e incisivos. La trama es complicada y él mismo lo reconoce al incluir al final del libro unas páginas donde recapitula la propia historia y trama. El juego de narradores es innovador y el lector tiene que estar atento a esos cambios, pero pese a todo eso, el libro se lee con fluidez, simplifica lo rebuscado, enriquece la historia y describe situaciones y personajes dando pinceladas pacientes y en movimiento. Una obra que devuelve a Eco a un primer plano después del pequeño bache que sufrió con obras anteriores.
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