En esta ocasión ha unido muchas de sus pasiones, sus conocimientos históricos con la trama policiaca y de espías. “El protagonista de la novela es Francisco de Cuéllar, capitán de uno de los barcos de la Gran Armada que naufragó en las costas irlandesas y vivió una aventura épica al tener que atravesar las islas Británicas hasta llegar a Flandes”, explica el escritor y añade “es un personaje relativamente desconocido y si no llega a ser por la carta que escribió a Felipe II desde Flandes y que llegó a mí de manera casual nunca lo hubiese conocido”.
Esa carta que escribe al rey Prudente desde Amberes cuenta la odisea que tuvo que pasar para atravesar Irlanda e Inglaterra con una pierna dolorida. “Así, vi la importancia que tiene esta historia en la Irlanda del siglo XVI. Quedando como un personaje de la historia de ese país”, cuenta. Pese a su heroísmo, no se conoce qué sucedió con él, ni dónde murió, ni dónde reposan sus restos”, apunta con profusión de detalles.
“Lo que he intentado en la novela es encajar este hecho histórico con un punto de vista novelesco. Contar una historia de espías de aquellos tiempos siempre buscando la verosimilitud del relato”, refiere con seguridad. Algo que realmente consigue, puesto que se ha documentado profusamente para escribir esta historia que a él le gusta decir que es de espías. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos los servicios de espionaje no eran tal y como ahora los conocemos, pero Felipe II, debido a la extensión de los territorios españoles, nombró a Juan de Idiáquez Espía Mayor, persona muy meticulosa que montó el servicio secreto más importante de Europa, intentando centralizar en la Corte los servicios de los diferentes países. Por desgracia, los británicos no le fueron a la zaga y sus espías pudieron trabajar en España sin ninguna traba debido a que los dos países no se habían declarado la guerra.
De ahí que una de las condiciones para que tuviese éxito la Gran Armada se desbarató, “los británicos tuvieron cumplida información de todos los planes de la escuadra”, subraya. Cuando la Gran Armada partió del puerto de Lisboa era sobradamente conocida su salida. “Siempre estuvieron al tanto de los planes españoles, por lo tanto el elemento sorpresa, que hubiera sido fundamental, fue nulo”, nos descubre en la charla que mantuvimos a unos metros del Museo Naval de Madrid.
Pero ese no fue el único error de la Armada Española. “Al morir Álvaro de Bazán, que había sido encargado por el monarca para dirigir esta empresa, le sustituyó el duque de Medina Sidonia, que no era un experto en la marina, ni siquiera en temas bélicos y que demostró su impericia en el paso del Canal de la Mancha”, detalla. Si a eso unimos que no se tenía un plan alternativo ante posibles incontinencias y a las dificultades enormes que tuvieron de mantener la comunicación con Alejandro de Farnesio, que esperaba en Flandes con los Tercios para ser llevados a las islas británicas, la aventura estaba destinada al fracaso.
En los planes de la Gran Armada no estaba la ocupación de Inglaterra, sino lo que pretendía era derrocar a la reina Isabel. Alejandro de Farnesio, uno de los héroes de la batalla de Lepanto y mano derecha de Juan de Austria, siempre se había opuesto al plan de Felipe II. Le hubiese gustado un plan de ataque rápido y por sorpresa a la isla. Felipe II optó por una solución intermedia, salir de Lisboa y de Flandes, pero la coordinación fue nefasta, “se hubiera necesitado una precisión logística y táctica muy precisa que era casi imposible para los medios de la época. Por tanto, la decisión del rey fue bastante desacertada”, expresa el autor de “El náufrago de la Gran Armada”.
“Desde el primer momento quise escapar de hacer una novela de capa y espada. Quería que la novela tuviera un peso histórico y político que hiciera comprensible el fenómeno de la Gran Armada”, razona Fernando Martínez Laínez. Y para ello la peripecia de Francisco de Cuéllar se ajustaba perfectamente. Le ha quedado, pues, una novela política, histórica y de espías. Reflejando a la perfección las intrigas de una Corte que estaba podrida, corrupta y llena de ineptos. “Quien mejor lo refleja es Antonio Pérez, secretario del rey, que era un personaje siniestro de ambición desmedida y un traidor”, remacha con convicción.
Esto se reflejaba en la tardanza con que se realizaban, en algunas ocasiones, los pagos a la tropa. “Y eso que España era un país rico, casi el único que manejaba oro en Europa”, sostiene el autor. Una tropa, por otro lado, que era excepcional y disciplinada. El primer ejército profesional de Europa, como señala.
Para Martínez Laínez, la novela no sólo refleja lo que ha dicho más arriba, también refleja el heroísmo de unos marinos que lucharon contra la mayor tempestad que se produjo hasta aquellos tiempos. “Los barcos que se intentaron refugiar en la costa fueron los peor parados y cuando los náufragos llegaron a la costa fueron masacrados por el ejército inglés de manera inmisericorde. Los que pudieron alejarse de la costa tuvieron mejor suerte y más de ochenta barcos pudieron regresar a los puertos españoles”, recuerda.
Francisco de Cuéllar fue uno de los pocos supervivientes de los que llegaron a las costas, bien sean irlandesas o inglesas. Su peripecia en solitario, pasando hambre y frío es digna de recordar y si a eso añadimos que el viaje lo hizo cojeando, raya el heroísmo. “El náufrago de la Gran Armada” es el relato de esa gesta personal, que como muchas que ocurren en nuestro país se quedan en el ostracismo. Gracias a Fernando Martínez Laínez recuperamos a uno de los muchos héroes anónimos que tenemos.
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