El añorado escritor vallisoletano Miguel Delibes solía decir que lo importante de una novela era coger el tono, pero que una vez cogido lo fácil era escribir una novela de 600 ó 1000 páginas; lo difícil era escribirla en 100 hojas. Pues bien, lo que Ken Follett ha escrito son diez novelas de 100 hojas con una lucidez tan brillante que nos ha contado la historia de Europa y América en un libro. Quizá toda la historia no, pero sí lo más importante y con una amenidad tal, que ya queremos leer el segundo tomo.
Plaza & Janés ha publicado en España la obra que ha salido en la misma fecha para todo el mundo. El esfuerzo de traducción ha sido notable y el resultado también, porque ésta no desmerece al original. Lo que cuenta Follett es la historia de la mayor desgracia del mundo hasta la actualidad y lo reflejaremos en esta reseña. Pero vayamos por partes.
La historia comienza en un pueblo minero donde los trabajadores conviven con una clase dirigente despótica y cruel. Un niño con trece años comienza a trabajar en la mina con un horario infernal. Su primer día en la mina, un ayudante de capataz le gasta una broma cruel, le mantiene con la luz apagada toda la jornada de trabajo, justo el día de su cumpleaños. Pasados tres años se convierte en un héroe al ser el único en saber reaccionar ante una explosión de grisú en la mina, algo parecido a lo que han sufrido los mineros chilenos recientemente liberados. El tiempo ha pasado pero las condiciones son casi las mismas un siglo después. El empresario de la mina no cumplía la ley de minas de 1911, estaban las cajas de las caretas anti-gas, pero no estaban las caretas y así infinidad de irregularidades como las hélices de extracción de humos, etc.
Este niño, Billy Williams, poco después combatiría en la Gran Guerra en Francia al mando del dueño de los terrenos donde se asentaban las minas de carbón, un aristócrata, el conde Fitzherbert, que se creía tocado por el don de la raza superior, que despreciaba por igual a trabajadores, soldados o mujeres y como se verá a lo largo de la novela no es más que un déspota, machista e imbécil que por el don de la cuna era representante de la Cámara de los Lores.
La novela sigue los avatares de estos dos distintos personajes que desde las islas británicas recorren medio mundo, ya que luchan en Francia, pero después se desplazan a Siberia y la Rusia blanca en una lucha sin sentido e ilegal contra los bolcheviques. Las dos hermanas de estos personajes son también personajes centrales de la novelas, Maud Fitzherbert y Ethel Leckwith, esta última seducida y embarazada por el presuntuoso conde incapaz de resolver el más mínimo problema, además de un arbitrario militar que mandó al matadero a los jóvenes galeses que dirigía en la batalla del Somme, llegando a mandar fusilar a un soldado de 16 años que no pudo soportar la tensión de esos momentos. Ambas fueron unas valerosas sufragistas que trabajaron juntas, pero que finalmente se separaron por distintos puntos de vista.
Pero el libro no cuenta sólo esto. Nos cuenta la Primera Guerra Mundial desde distintos puntos de mira. El británico, en este caso Gales; el alemán, con Walter von Ulrich, un joven diplomático alemán destinado en Londres que al inicio de la guerra tiene que volver a su país para pelear en los frentes ruso y francés; el ruso, con Grigori Peskow, trabajador en una fabrica de locomotoras que tiene que ir a la guerra y se convierte posteriormente en diputado del soviet, su hermano Lew huye a América perseguido por la policía y allí se cruza con otro joven diplomático a las órdenes del presidente americano Woodrow Wilson que también tiene que luchar en la misma batalla del Somme. Además, tangencialmente, se da el punto de vista austriaco de la mano del primo de Walter, el joven Robert von Ulrich.
Todos estos personajes conforman una novela coral que explican los acontecimientos que sufrió el mundo a comienzos del siglo XX en una guerra ocurrida en ese siglo, pero con dirigentes con una mentalidad del siglo anterior. Fueron quizá la segunda peor generación de políticos que ha habido en este mundo, sólo superada por la que padecemos en la actualidad. La miopía de esos dirigentes condujo al mundo a una guerra cruel de trincheras donde murieron más de diez millones de personas, por su ineptitud, que preferían sacrificar vidas humanas antes de razonar. Sólo la entrada de los Estados Unidos en la guerra inclinó la balanza de una guerra en la que los alemanes llevaban una ligerísima ventaja.
En la novela hay pasajes tremendamente emotivos, como el miércoles de los telegramas, cuando en Aberowen ese día comenzaron a llegar notificaciones a las familias de la muerte de sus hijos. Pero también hay amor, una bonita historia de amor, unos nuevos Romeo y Julieta, alemán el primero, británica la segunda que tienen que vivir separados por una guerra tremendamente irracional. También refleja la penuria con que se vivía en estos países, el bloqueo naval británico a Alemania desabasteció las despensas alemanas y los jardines dieron paso a pequeñas huertas. En Rusia el racionamiento dio paso a una población famélica y en Francia e Inglaterra no sufrieron ese desabastecimiento pero la vida, evidentemente, no era igual.
Follett describe con maestría cómo era la vida en esos países, cómo se comportaban sus políticos, su clase dirigente y el pueblo llano. También refleja cómo era la vida en las trincheras y describe con trazo maestro las batallas más importantes que se dieron; además hace un buen estudio sobre la revolución rusa, mezclando en todos los casos personajes ficticioscon personajes reales, dando una verosimilitud apabullante que parece, en algunos casos, que los personajes ficticios fueron totalmente reales.
El proceso de armisticio, fielmente reflejado en la novela, dio paso al acto más cruel que se ha dado en la historia de la humanidad. Las condiciones que impusieron los vencedores, en las cabezas visibles de Woodrow Wilson, David Lloyd George y, sobre todo, el presidente francés Georges Clemenceau, a los alemanes fueron tan penosas y crueles que éstos han estado pagando hasta hace pocas fechas las compensaciones de guerra impuestas por los aliados. Estas compensaciones fueron tan exigentes que el orgullo alemán fue herido en lo más hondo y reaccionaron con la creación del fascismo y su despótico líder Adolf Hitler. Si hubiesen sido menos drásticas, tal y como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, se hubiesen conducido con más generosidad, probablemente ésta no se hubiese producido.
Otro de los errores mayúsculos que trata la novela se basa en la creación de la Sociedad de Naciones, empeño del presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson, que fue un organismo inoperante desde su nacimiento, como se pudo comprobar años después con las guerras de Abisinia o la Guerra Civil Española.
Ken Follett analiza, disecciona el comienzo de siglo para que podamos entender cómo se comportaron los dirigentes políticos, pero también cómo se comportaban los ciudadanos en esa época. Se muestra duro con la clase dirigente, sobre todo la inglesa y la alemana, que eran de un elitismo intransigente. También con los zares y la aristocracia rusa, pero igual de duro se muestra con los bolcheviques, que nunca tuvieron en su cabeza la idea de la democracia. Es más indulgente con la clase trabajadora, que tuvo que padecer a esa aristocracia cruel y déspota que ahogaba cualquier atisbo de libertad, por eso refleja el ascenso del laboralismo inglés y la socialdemocracia alemana frente al rudo corsé conservador.
En fin, una novela que pasa a ser ya imprescindible para entender el comienzo del siglo XX y que suponemos que el resto de la trilogía explicará todo el resto del siglo. Perfectamente documentada, haciendo verosímil pasajes que no ocurrieron, llega en un momento álgido de plena actualidad del autor. Hace pocos días pudimos verlo en la televisión haciendo un “cameo” en la serie
Los Pilares de la Tierra y estamos seguros que no exageramos si decimos que esta obra es superior a aquélla y eso era algo realmente difícil de imaginar.
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