Sofía Segovia cuenta en “El murmullo de las abejas” las muchas anécdotas que oyó contar a su abuelo, desgraciadamente murió cuando ella tenía tan solo nueve años y tomó el testigo su padre. Muchas de esas anécdotas están reflejadas en su segunda novela y el resto de las historias han salido de la cabeza de esta mexicana de Monterrey que ha contado casi un siglo de la historia de México desde el punto de vista de los sentimientos. Algo que cada vez utilizamos menos.
“Para mí es muy importante que la historia brille y aunque sé que la complejidad de la misma está en su estructura no es muy complicada de entender”, reflexiona la periodista y escritora mexicana, que pasará más de quince días en España de promoción del libro y de vacaciones. En la novela hay dos narradores que al final se encontrarán: por una parte está un narrador omnisciente y por la otra, narrada en primera persona, Francisco Chico, el hijo de Francisco y Beatriz, dueños de la hacienda donde se desarrolla gran parte de la novela. Otra parte será en Monterrey, ciudad donde nació la escritora.
La narración de Francisco Chico comienza hablándole al lector de usted y termina de tú, “es un proceso natural. Nosotros empezamos una conversación con un desconocido pero a la hora y media ya estamos platicando de cosas profundas y de tú”, explica la escritora con su suave, pero fuerte, acento mexicano, pero tranquilos, que no nos va a cantar ninguna ranchera como Rocío Dúrcal.
Sofía Segovia es consciente de que tenía que contar la historia que debía, eligiendo el ritmo preciso para ello. “La novela empieza pausada y se va acelerando paulatinamente”, dice. En su narración hay pocas descripciones, pero la naturaleza está siempre presente hasta llegar a sorprender. “Quizá esto no sea mérito mío sino de la propia naturaleza. Desde el primer momento dejé que salieran de mí todas las sensaciones. Por eso las descripciones son muy sensoriales. Las sensaciones nos traen muchas más imágenes a la mente”, expone la autora de Monterrey.
La novela termina con un final abierto, como si se esfumase. “Siento que está contado todo y que ha finalizado. De hecho estoy con otra novela bastante diferente, aunque muchos lectores en México se hayan quedado con ganas de saber más de Simonopio”, apunta con un deje de misterio. El misterio de este niño que abandonaron nada más nacer que llevaba un enjambre de abejas cerca de él y que nació con la cara desfigurada con el labio superior casi inexistente y sin poder hablar, que no expresarse, para el resto de su vida.
Ese no poder hablar es muy elocuente, como decía el poeta. “Son muy sonoros sus silencios. Por eso la novela es muy sensorial. La vida es muy sensorial y hoy en día no nos damos cuenta de lo que estamos sintiendo”, expone Sofía Segovia en la entrevista que mantuvimos con ella en un hotel madrileño. En su familia tenía más silencios que historias y eso se ve reflejado en su novela, que no deja de ser un homenaje a su abuelo. “Me inspiré en sus anécdotas pero yo intenté ver sus historias desde distintos puntos de vista”, sostiene.
Si se le pregunta con qué personaje se siente más identificada no se decanta por ninguno, “todos tienen algo de mí y hasta al más malvado como Aspiricueta he intentado comprenderle, meterme en su pellejo y hasta quererle”, concreta. Este Aspiricueta es el coyote de la historia, el malvado al que le dan una segunda oportunidad y hasta una tercera para reconducir su vida. Es una persona que no puede separarse de sí misma y dejar atrás el pasado para vivir la nueva vida que le otorga la casualidad o la suerte.
Si bien es verdad que siente un cariño especial por Simonopio, “él vive en otro plano de existencia alejado de todo. Él lee la vida y no los libros. Está destinado a batallar. Viene del misterio y el único que lo entiende es Francisco Chico”, describe la escritora. Claro que también lo entiende su creadora. “Es la persona que escucha y no habla. De tanto hablar dejamos de escuchar. Cuando tenía publicada la novela, en una presentación se me acercó una profesora de universidad y me dijo que si Simonopio venía de Simón, que en hebreo significa el que escucha. Yo cuando lo escribí no era consciente de ello, pero así son las casualidades”, especifica la autora de “El murmullo de las abejas”.
“México es un país que se distingue mucho porque se recupera muy pronto de los problemas, aunque volvamos a cometer los mismos errores una y otra vez”, menciona. Pero también se le conoce al país azteca como uno de los más felices del mundo. “Siempre vamos buscando la paz y la convivencia, olvidándonos del rencor”, define a sus compatriotas y aunque la vida da muchos tumbos, “unas veces estamos abajo y otras estamos a arriba, es el momento de recordar nuestra historia”, expresa.
Aunque reconoce que en México se ríen de todo, hasta de lo más trágico. “Yo no quise que la novela se convirtiese en un melodrama de esos de las telenovelas”, detalla sonriendo. Y cree que esa es una de las mejores características que definen a los mexicanos: su sentido del humor. “Yo me divertí mucho escribiendo la novela”, se sincera.
La autora mexicana ha tardado tres años en escribirla. “Durante ese tiempo estuve escribiendo y documentándome a la vez. No me gusta documentarme antes de empezar a escribir la novela, ni quería demasiada documentación para que no pareciese una novela histórica”, nos descubre. Casi al poco de acabarla ya tenía editor y desde la editorial se pusieron a ofrecer la novela tanto a España como a los países de Centroamérica y a los Estados Unidos. Donde está habiendo un cierto auge de la literatura.
“Creo que la literatura está al alza en estos tiempos, sobre todo en Latinoamérica. En México cada vez se lee más, hay más blogs y vivimos en un mundo de mucha esperanza para los lectores”, concreta y concluye con una bonita sentencia: “Cuanto más lectores haya, el mundo será mejor”.
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