"Franciso de Cuéllar en su memorial revela cosas que no estaban muy claras todavía para España, por ejemplo cómo se habían perdido los 40 barcos que se extraviaron o cómo los españoles fueron masacrados y asesinados en las playas por los soldados ingleses nada más desembarcar", refirió en la presentación de libro.
Para presentar el libro nada mejor que el Museo Naval de Madrid; sin embargo, apenas hay restos expuestos en el museo y el escritor barcelonés escogió la sala dedicada a la batalla de Lepanto para explicar los pormenores de la hazaña de este intrépido capitán que salvó su vida del naufragio y deambuló en solitario por tierras extrañas hasta conseguir llegar a las posesiones españolas de Flandes.
"En su relato, Cuéllar pone en claro todo el drama de los supervivientes, los náufragos de aquella catástrofe en las costas de Irlanda", refiere el autor en la presentación del libro. Pero el libro no se queda sólo en eso. “Es una novela histórica, donde he intentado engranar los acontecimientos históricos con la ficción, de ahí que proporcione documentos de la época que se encontraron por casualidad a finales del siglo XIX en un legajo que se encontró en la Real Academia de la Historia”, refiere Fernando Martínez Laínez en la visita al Museo Naval.
“Cuando estudiaba de niño recuerdo que el profesor nos contaba lo que dijo Felipe II sobre aquel episodio de nuestra historia: Yo no envié a mis barcos a luchar contra los elementos. Ahora me doy cuenta de que realmente fue verdad, porque más que hablar de una derrota habría que hablar de una catástrofe. A veces los tópicos no son tan tópicos”, recuerda el autor de “El náufrago de la Gran Armada”.
La expedición que partió de Lisboa estaba formada por 127 barcos que debían coordinarse con otra partida que habría de salir de Flandes. No se llegaron a juntar porque una descoordinación y muchos errores, como no atacar a la flota británica que estaba fondeada en el puerto de Plymouth. Las condiciones meteorológicas hicieron que la flota se dispersase y apenas llegase a enfrentarse con los ingleses. “Aquello fue como un tsunami, nunca se habían visto unas condiciones meteorológicas tan extremas. Se hundieron algunos barcos, justo los que intentaron buscar refugio en las costas, las embarcaciones que salieron al océano. Las víctimas, en realidad, fueron muy pocas”, explica el escritor. De los 127 barcos lograron regresar a la península 87.
En opinión de Fernando Martínez Laínez hubo una serie de fallos que provocaron el desastre. “En primer lugar la elección del duque de Medina Sidonia para dirigir la Armada fue un error. No era hombre de mar y él se resistió al mandato real con todas sus fuerzas, pero Felipe II se lo ordenó taxativamente y no le quedó más remedio que acatar la orden”. Si no hubiese muerto por la peste Álvaro de Bazán, que iba a mandar la flota, probablemente la historia sería otra. Ya en la batalla de Lepanto demostró su preparación al comandar la retaguardia de la Santa Liga.
Otro de los errores fue idear un plan, mezcla de las dos posibles estrategias a seguir. Una, mandar la flota desde Lisboa y otra, la que mantenía Alejandro de Farnesio, otro de los héroes de Lepanto, de partir con los Tercios desde Flandes. Al final, se realizó una mezcla de las dos y la “descoordinación que hubo por culpa de las comunicaciones” llevó al desastre. La Armada no llegó a proteger a las tropas que estaban preparadas en Flandes por culpa del temporal, pero que, por otra parte, estaban más retrasadas de lo previsto. “Ninguno de los dos cuerpos sabían lo que estaba haciendo el otro”, remacha el autor del libro.
“Tampoco tuvieron preparado un plan alternativo ante las posibles eventualidades”, puntualiza Martínez Laínez. Todo este cúmulo de desgracias son referidas en el libro, pero no es sólo una novela histórica, es también una novela política y de espías. “Los espías fueron muy importantes en esta aventura, tanto los españoles como los británicos. Ya que éstos estuvieron al tanto de todos los preparativos de la Gran Armada, aprovechando que no se habían declarado la guerra los dos países, los espías pudieron trabajar sin cortapisas en tierras españolas”, recuerda.
Las características de la “Grande y Felicísima Armada”, como la denominó el rey Prudente, eran distintas a las de la flota británica. “La artillería británica era superior a la española, nuestra flota estaba preparada más para el abordaje. Los británicos lo sabían y en sus encuentros con la Armada seguían la estrategia de disparar sus cañones y virar inmediatamente para no dejarse alcanzar”, cuenta el escritor, que ha conseguido una narración vivísima y épica de uno de nuestros muchos héroes olvidados.
Puedes comprar el libro en: