Alfredo Muñiz no quiso en vida ver publicado su diario. Su hija Angelina Muñiz-Huberman, después de la muerte de su padre, mecanografió el diario que había sido escrito a mano, haciendo una gran labor para salvaguardar un legado profundamente singular. El autor, como periodista del periódico
El Heraldo de Madrid fue un testigo privilegiado de los acontecimientos políticos de aquella época. En los diarios, además de sus reflexiones y recuerdos incluye un par de discursos, uno de ellos del entonces presidente del gobierno, Manuel Azaña, y otro de Santiago Casares Quiroga, que realizaron en el Congreso de los Diputados, los cuales ayudan a entender mejor lo que estaba sucediendo en aquellos días.
El autor, desde una perspectiva profundamente republicana y marxista, va escribiendo en su diario, no sólo sus impresiones personales, los acontecimientos que se van sucediendo durante esos días, tanto lo que ocurre en el Congreso, como lo que ocurre en las calles de Madrid, a lo que añade los diversos teletipos que llegan a la redacción de su periódico desde los diferentes puntos de España y que, en muchísimas ocasiones, no pueden ser publicados por el periódico por motivos de censura.
“La censura es un mal que aqueja a todos los gobiernos”, se quejaba amargamente en las páginas del libro. Si en el bienio negro, estando los radicales-cedistas en el poder, la censura adquirió demasiado auge, en el periodo republicano ocurriría lo mismo. La libertad de información incluso en nuestra época se restringe, a ningún gobierno le gusta que sus ciudadanos estén realmente informados. Prefieren manipularla como ocurre en estos tiempos.
Y en cierta manera, era lógico. Lo que ocurrió en aquellos cinco meses fue un cúmulo de desgracias, donde hubo numerosos asesinatos, por ambos bandos, proletarios y fascistas, y huelgas constantes que hacían que la tranquilidad de las calles se viese asaltada a diario. Alfredo Muñiz dio un veredicto acertado viendo lo que sucedía: “España ha perdido el juicio”, escribió el 21 de marzo, en el inicio de los luctuosos sucesos que comenzaron a acontecer.
Como buen periodista, por el que pasaba información sensible, diagnosticó muchas más cosas. Por ejemplo, cuando a Manuel Azaña le postularon como futuro presidente de la República, dejando su cargo de presidente del gobierno. Él se mostró en contra de que Azaña dejase el primer plano de la política para pasar a un puesto meramente protocolario. En su opinión, Azaña era el único político español capaz de reconducir la situación en la que estaba el país. “¡Que la República no tenga que llorar nunca lágrimas de arrepentimiento!”, dice en su diario. Palabras atinadas y que se demostraron proféticas. Ni Casares Quiroga ni ningún político español tenían la talla para gobernar España. El único, Indalecio Prieto, que tuvo que desistir de ser presidente del gobierno por su pugna con un sector del PSOE encabezado por Largo Caballero, político nefasto donde los haya. Este hecho dejó el gobierno en manos de mediocres que condujeron el país al desastre.
Termina su diario con la narración de los asesinatos del teniente de Asalto José Castillo y de Calvo Sotelo, acontecimientos que, quizá, precipitaron un levantamiento que se venía venir, menos para los miembros del gobierno Casares Quiroga. Una queja constante del autor del diario eran las numerosas vacaciones que tenían nuestros diputados, algo que, pese al tiempo transcurrido, no ha cambiado mucho en nuestra clase política.
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Días de horca y cuchillo” es un gran libro que nos da un testimonio directo de los aciagos días anteriores a la guerra. Una obra sabiamente rescatada por la editorial Renacimiento que está haciendo una gran labor rescatando textos de nuestra historia cercana. Con un lenguaje, mitad periodístico, mitad personal, nos da las claves de la tragedia que se viviría en España. Un libro que toda persona interesada en la historia del siglo XX debería leer.
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