Fuera de casa, la cotidianidad de la protagonista pasa por las experiencias que vive en el instituto de su ciudad de provincias, por el amor adolescente y en libertad, por el anhelo del sexo aún por descubrir. Pasa también por la pasión por la literatura, a través de la cual se abre a un nuevo mundo del que aprende con deleite. Pero, en su casa, la realidad es muy diferente, el mundo se ha parado y todo sigue siendo como era años atrás en el pequeño pueblecito de Marruecos de donde se marchó cuando era una niña.
El Hachmi refleja en
La hija extranjera todos los miedos de la protagonista, las ilusiones y las angustias de verse oprimida por sus raíces, por sentirse responsable de una madre sola —el padre las abandonó—. Miedo de la propia comunidad marroquí, que la observa con ojo crítico, y a la vez incertidumbre e incomodidad en una ciudad de acogida que no ha terminado de convertirse en su casa, una ciudad demasiado hostil, cerrada y sucia.
En la novela, la autora utiliza el lenguaje para hacer evidente la diferencia entre la madre y la hija, sus problemas de comunicación y la enorme distancia que las separa. El idioma oral de la madre, que la protagonista va perdiendo a medida que crece, tiene palabras propias y expresiones que ella ni siquiera puede traducir, porque pertenecen a otro mundo muy alejado del suyo, y al que a pesar de todo intenta acercarse sabiendo que el precio que deberá pagar es su libertad. Pero, cuanto más se adentra en el mundo de su madre, menos capaz es de encontrar las palabras y las expresiones equivalentes en castellano y, por lo tanto, más se aleja de su pasado.
La historia de
La hija extranjera se inicia cuando la protagonista acaba el Bachillerato y tiene que pensar en su futuro. Ha sacado muy buena nota en la Selectividad, una de las mejores del país, pero aún no saber qué hacer. Al ahogo que siente y a las dudas del final de la adolescencia se les añade un desengaño amoroso, y el primer impulso es huir de casa. Pero ¿qué pensarán los otros de su huida? ¿No está en deuda con su madre por todo lo que ha sacrificado por ella? Así pues, decide aparcar todas sus ansias e ilusiones durante un tiempo para quedarse en el hogar materno, en ese mundo opresivo que poco a poco la va anulando.
De esta forma, poco a poco, la protagonista se va hundiendo en el pozo que ella misma ha abierto: acepta dejar los estudios y empieza a trabajar, da su consentimiento para que la casen con su primo materno, un hombre 20 años mayor que ella y que casi no conoce, aprende a hacer las tareas que se esperan de una mujer musulmana, se somete al velo... Pero en su interior queda la angustia porque sabe que tampoco es eso lo que quiere.
La autora utiliza el monólogo para ponerse en la piel de la protagonista y acompañarla en su camino, reflejando a lo largo de más de 200 páginas la opresión que siente, y la decepción y el desengaño constantes que le ofrece la vida que ha escogido. Y a pesar de que sabe que apuesta a perder, no se rinde y lucha contra sí misma para salir adelante, acercándose a sus admiradas heroínas de las novelas de Mercè Rodorera o Montserrat Roig, mujeres fuertes que a veces pueden tomar decisiones equivocadas y que se enfrentan a las dificultades solas y a su manera.
En
La hija extranjera,
Najat El Hachmi también es muy crítica con el punto de vista de la sociedad de acogida. Y cuando la protagonista de la novela decide hacer un paso hacia sus raíces y romper con el futuro que siempre había imaginado, es decir, haciendo lo contrario de lo que la sociedad espera de ella, también tiene que sufrir la extrañeza y las críticas de los que no son inmigrantes y que la consideran una desagradecida por rechazar y menospreciar (eso es lo que ellos creen) todo lo que la sociedad de acogida le ha dado. De esta forma, a través de la trayectoria vital de la protagonista, El Hachmi denuncia también algunas de las injusticias que se cometen contra los inmigrantes, especialmente en el caso del acceso al mundo laboral o a la vivienda, y denuncia los tópicos que muchas veces deben oír por parte de personas bienintencionadas pero también desinformadas.
En
La hija extranjera, la protagonista hace el trayecto que ya había hecho El Hachmi en El último patriarca, pero al revés. En este caso, la joven va de la libertad más o menos consentida a la sumisión total a las tradiciones de la familia hasta llegar a verse anulada como persona.
Aunque, como ocurre muchas veces, aún no ha dicho la última palabra.
Najat El Hachmi nació en Nador, Marruecos, en 1979, y se trasladó con su familia a Vic (Barcelona) a los ocho años, donde les esperaba su padre. En 2004 publicó Yo también soy catalana y en 2008 ganó el premio Ramon Llull con
El último patriarca, que al año siguiente le valió el Prix Ulysse a la primera novela. Es columnista en prensa i colabora en programas de radio. Con
La hija extranjera ganó el premio BBVA Sant Joan de literatura catalana.
El Hachmi siempre se ha recordado escribiendo y afirma que lo hace para conjugar las piezas que forman su identidad y descubrir qué elementos conflictivos hay en ellas. «Primero pensaba que escribía porque había leído mucho», pero descubrió que lo hacía por otro motivo: «Me sentía de dos lugares a la vez y la escritura me permitía hacer frente al desasosiego de no saber exactamente de dónde era y cómo tenía que sobrevivir a las contradicciones que conllevaba para mí este espacio fronterizo.»
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