El libro está compuesto por las crónicas que Alfonso Armada escribió para su periódico en sus dos estancias en Sarajevo. La primera en 1991 y la segunda el año siguiente. Durante ese tiempo fue mandando sus inquisitivos trabajos a un periódico que parecía que le estorbaba lo que escribía. Lo que no publicaba, lo iba escribiendo en un diario con sus recuerdos más personales sobre todas las desgracias que iba viendo allí.
Estamos pues, ante un libro que tiene dos estilos radicalmente distintos. El primero el de un periodista que cumple con su obligación de la manera más profesional que puede, que cuenta los hechos que ve, siempre alejado del frente bélico, aunque esto no es del todo cierto porque Sarajevo estaba en la misma línea de fuego gracias a los francotiradores serbios que hostigaban día a día, minuto a minuto a la población civil de la capital de Bosnia. Además, los bombardeos se sucedían incansablemente durante todo el día como si de un diapasón se tratase.
Aún así, el frente de Srebrenica, aunque cercano, nunca lo visitó por el peligro que suponía. De todas formas, a Alfonso Armada no le interesan los movimientos de tropas, no le interesan las estrategias militares, lo que le interesa son las personas. Cómo viven las personas en una situación límite que se prolonga casi indefinidamente. Qué comen, cómo duermen, cómo se lavan,… todas esas pequeñas cosas cotidianas que en esa bella ciudad bosnia no se podían hacer de modo habitual. Es ahí donde sus crónicas alcanzan su más alto valor.
Sin embargo, hay otra cosa más importante. Cómo Europa se mantenía alejada de esa guerra o, más bien, debería decir de esa limpieza étnica que se estaba produciendo en el centro de Europa a unos centenares de kilómetros de algunas capitales europeas. Mientras sus habitantes, sus dirigentes, miraban hacia otro lado, dejando cometer las mayores atrocidades que se han visto en ese final de siglo XX.
Esto es algo que a Alfonso Armada le encrespa como lo haría a cualquier persona de bien, de los que tendremos que apartar a nuestra clase política europea. El periodista se lamenta, con razón, de este sinsentido. Si los periódicos trataron en un principio el cerco de Sarajevo, los corresponsales y enviados fueron abandonando la ciudad por ser un tema incómodo para la Unión Europea. Él lo dice, lo denuncia, pero las cosas son como son.
La segunda parte del libro, que alterna con la primera, es su diario personal de esos días, Ahí escribe lo que no podía contar en el periódico. Ahí se desnuda y se enfrenta con sus propios demonios. Es donde es más él. Donde expone sus sentimientos con absoluta libertad. Es el verdadero Alfonso Armada, el que nos gusta más leer. Sin embargo, una parte sin la otra no se entendería. Una complementa a la otra.
Concluye el libro con la narración de sus impresiones veinte años después, su tercer viaje a Sarajevo es un corolario que le hace constatar lo que ha cambiado. Una ciudad nueva en un país nuevo que vivió el apocalipsis en sus carnes. Algo que se necesita para entender lo que sucedió, si es que se puede entender. Estamos, pues, ante un libro imprescindible para comprender Sarajevo, para vivir Sarajevo, de uno de los periodistas más honestos que pueblan nuestras redacciones.
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