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Lucía Etxebarria publica una novela basada en hechos reales, "Dios no tiene tiempo libre"

domingo 07 de junio de 2015, 09:44h
Lucía Etxebarria publica una novela basada en hechos reales, 'Dios no tiene tiempo libre'

"Dios no tiene tiempo libre" de Lucía Etxebarría es la historia de un amor fingido, de una impostura romántica que se vive en la fe de los silencios y las buenas maneras. Pero puestos a profundizar, esta también podría ser la historia de tres personajes que se mueven en el inestable mundo de los intereses y las medias verdades; o la de una mujer desahuciada que apura los últimos días ansiando una redención tan falsa como sus arraigados principios.

En el triángulo vital que forman los personajes centrales, David, Alexia y Elena, no prima precisamente la sinceridad, sino más bien todo lo contrario, la mentira, aquella que cuentan a los demás y sobre todo la que se imponen a sí mismos… Porque en el fondo, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Todo comienza con la extraña e incierta cita entre David y Alexia, que se acaba convirtiendo en toda una proposición indecente: ella es una mujer adinerada que, en un arranque de buena voluntad con su prima moribunda Elena, ha decidido contratar a David –antiguo amor de la enferma–, y sus servicios como actor, para que éste haga compañía a Elena en sus últimos días de reclusión hospitalaria. Las dos son mujeres maduras, separadas y de buena posición económica, pero con un escaso éxito en el amor. Él es un vividor cuya carrera profesional no pasa por sus mejores momentos y que parece descubrirse como un hombre capaz de todo por dinero. Las carencias de uno y las necesidades afectivas de otra parecen coincidir en una historia cruzada de intensas relaciones humanas y sentimentales.

Corría julio de 2006, Rodrigo de Santos López, concejal de Urbanismo y número dos del Ayuntamiento de Palma de Mallorca por el PP, salía del equipo de Gobierno por decisión propia alegando que «había mucha corrupción en su partido».

Rodrigo podría dedicar a partir de entonces más tiempo a sus cinco hijos y al Camino Neocatecumenal (“Los Kikos”), un movimiento católico ultraconservador.

Su esposa, Marisa, estaba muy contenta de poder contar de nuevo con la presencia de su marido. Mientras estuvo en política Rodrigo volvía a casa a altas horas de la madrugada. Trabajaba mucho, decía. Cenas con las asociaciones de vecinos, con promotores inmobiliarios, con políticos... Marisa, mientras, le esperaba sola. En ocasiones, quedaban a cenar con amigos y él no aparecía.

Cuando Rodrigo dejó la política, retornó a su puesto de funcionario en Hacienda e impartió clases como catequista en varias parroquias de Palma.

Marisa y Rodrigo llenaban su casa de Palma, los fines de semana, de niños de los barrios más depauperados de la isla, a los que Rodrigo impartía catequesis. «Para que vieran lo que era una familia normal», explicaba Rodrigo.

Pero poco después salta a la luz el escándalo.

Una investigación demostraba que De Santos, conservador en política y prédica, virtuoso de día, era insaciable al caer el sol. En octubre de 2005, gastó 1.500 euros en una sola noche y en el mismo burdel. El equivalente a 25 servicios sexuales. Lo pagó con la tarjeta de crédito del Consistorio y ocultó los trapos sucios como servicios de lavandería. Otras veces alegó que se trataba de donaciones.

Rodrigo había gastado casi sesenta mil euros en burdeles a cuenta de la tarjeta del Ayuntamiento.

En burdeles de servicios masculinos.

Marisa concedió el perdón a su esposo, a pesar de su adicción a la cocaína, a pesar de sus prácticas homosexuales con chaperos. Ella le acompañaba siempre a la clínica de desintoxicación. «Tengo que estar al lado del pecador», explicaba a sus amigas.

Porque Marisa creía en las palabras de Kiko Argüello, fundador del Camino Neocatecumenal: «Podemos amar al enemigo, amar cuando la mujer o el marido son nuestro enemigo. Gracias al amor de Dios en nosotros podemos amar mas allá de la muerte, por eso, en el sermón de la montaña, el Señor nos dijo: "Amad a vuestros enemigos"».

El ex concejal pidió perdón públicamente desde el aeropuerto de Madrid, a donde emigró con su familia para superar su pasado.
Un nuevo bebé vino a bendecir al matrimonio reencontrado: el pequeño Rodrigo. Cuando Rodrigo fue a declarar a Palma de Mallorca sobre la malversación de fondos cometida desde su cargo, fue arrestado.

Porque algo más había salido a la luz:
Rodrigo había abusado de varios menores, inmigrantes que tenían en las actividades de la parroquia casi su único vínculo de integración. Esos menores que dormían en su casa. Y lo había hecho en la misma casa donde dormían sus propios hijos.

En el juicio por abuso de menores varios sacerdotes de El Camino Neocatecumenal declararon a favor de Rodrigo de Santos. Cuando era concejal de urbanismo, Rodrigo de Santos había donado a esa organización católica seis solares de propiedad pública.

Finalmente Rodrigo fue condenado a dos años por malversación de caudales públicos, trece años y medio por abusar de menores. Su atenuante: la adicción a la cocaína, que redujo ambas condenas a la mitad.

Rodrigo de Santos es responsable de su comportamiento, pero su alcaldesa y su partido lo eran del dinero público que su número dos desvió hacia prostíbulos homosexuales. Ni el equipo del Ayuntamiento ni el Partido reaccionaron cuando se les informó sobre la conducta del responsable de Urbanismo, sobre sus adicciones y los riesgos que conllevaba. Por lo tanto compartían la responsabilidad. Nunca hubieran participado de unas prácticas que les horrorizan, pero no hicieron nada por impedirlas, pues confiaban en la impunidad tradicional de su partido.

La historia de Rodrigo de Santos impulsó a Extxebarria a escribir una novela sobre los que están alrededor y no ven porque no quieren ver. ¿De verdad Marisa no se había dado cuenta de nada? ¿No le habían llegado los rumores que conocía toda Palma? ¿Cómo pudieron los sacerdotes defender a un hombre así y decirle a un juez que los menores que declararon se lo inventaban todo?

La segunda historia es la de Elena Figueras Albi, escritora que falleció de leucemia a los 49 años. Nada apegada a unos padres fríos y distantes, excelentemente retratados en su única novela, Creíamos que también era mentira, Elena se casó in extremis con un amigo para evitar que sus padres la heredaran. Elena misma explicó a Extxebarria las razones de su decisión en una conversación en el hospital, una decisión que entendí perfectamente y una conversación que está reproducida en la novela. Elena era hija única.

Partiendo de estas dos historias y de algunas otras Etxebarria ha construido una historia sobre el amor, sobre la corrupción, sobre la redención, sobre lo que pudo ser y no fue. Una historia que está contada, intencionadamente, desde la poesía, la ternura y el sentido del humor, porque cree que si este mundo merece la pena a pesar de que sucedan historias tan negras como las que he relatado, es precisamente porque contamos con la poesía, con el humor y con el amor para sobrevivir.

Lucía Etxebarria ha escrito un libro entretenido, fácil de leer, con estructura de thriller, con prosa cuidada y, al contrario de las historias que me inspiraron, con un final feliz. La Elena de este libro es tan intensa y tan poética como lo fue Elena Figueras, pero vive el calvario que vivió Marisa.

En cuanto a las otras dos figuras clave del libro, Alexia y David, Alexia representa a tantas mujeres de la burguesía de este país que no ven porque no quieren ver, porque se sienten bien en la vida que tienen, porque han aprendido a instalarse cómodamente en sus sepulcros blanqueados. David representa el lado cotidiano de la corrupción, el de las pequeñas corruptelas del día a día, esas triquiñuelas que todos, alguna vez, hemos hecho. Las pequeñas mentiras, las verdades a medias, las falsas promesas.

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