Este libro constituye un gran acontecimiento literario y cultural que, como señaló Emilio Rosales, sólo podía acometer alguien que aunara dos requisitos: ser un buen conocedor de
Miguel de Cervantes y del Quijote¸ es decir, ser un cervantista, y ser un buen novelista.
Andrés Trapiello era el escritor perfecto, pues complementa ambas condiciones con una tercera: haberse ocupado narrativamente del Quijote en sus últimas obras.
Esta innovadora edición del libro de Cervantes es la primera traducción íntegra al castellano actual que se realiza. El pasado martes fue presentada en el lugar literario más adecuado que podría haber elegido la editorial Destino, la Residencia de Estudiantes, pues es heredera de la Institución Libre de Enseñanza y de las Misiones Pedagógicas, a cuya memoria dedica Trapiello el prólogo. Intervinieron por este orden el editor de Destino, Emilio Rosales, dos grandes filólogos, José Carlos Mainer y Jordi Gracia, y, por último, su autor,
Andrés Trapiello.
José Carlos Mainer comenzó su intervención señalando que, a partir de ahora, ser lector de Trapiello y de Cervantes se vuelve inseparable gracias a este libro. Su primera reflexión va destinada a desengañar a aquellos lectores que piensen que la intención que subyace es darle vueltas a la obra original de Cervantes para evitar leerla directamente: nada más lejos del objetivo de Trapiello o de la editorial Destino. Y recuerda una anécdota en ese sentido: en 1880
José María de Pereda en
Esbozos y rasguños se burlaba de la manía de usar el nombre de Cervantes para bautizar empresas, barcos, etc. porque hacían cualquier cosa menos ponerse a leer
El Quijote.Lo que resulta inadecuado es la utilización de los cervantistas, empeñados en ser zaoríes, de la vida y milagros de
Miguel de Cervantes, hasta el extremo de dar la vuelta a argumentos de muy dudosa fiabilidad. De ahí que en las cercanías del centenario Azorín escribiera dos libros,
Con Cervantes y
Con permiso de los cervantistas, y en el segundo se burlara de ese gremio diciendo de sí mismo que “era más bien un cervantista pelgar, un cervantista drope, un cervantista zarramplín, un cervantista chuchumeco. Con mi ralo discernimiento, con mi dismirriada erudición, no podría ser otra cosa”. Esas extrañas palabras significan lo mismo: persona ruin, o de escasos méritos, de poca capacidad para su oficio, cosa que él, por supuesto, no era.
Azorín sostiene que ante Cervantes se pueden adoptar dos actitudes: o el áspero camino de la erudición, o el acerbo camino de la vida. Y añade una frase visionaria que, según Mainer, profetizó la actual labor de Trapiello, pese a que fue escrita antes de que éste naciera: “Sentir a Cervantes es, ante todo, actualizar a Cervantes. Para sentir a Cervantes es preciso, antes que nada, despojarle de toda arqueología.”
El camino que ha seguido
Andrés Trapiello ha estado jalonado por varias etapas previas: leer El Quijote todos los días, escribir continuaciones, escribir una biografía y leerlo para volver a escribirlo, con el riesgo derivado de que está muy bien escrito, tanto que incluso podría pasarle lo que al Pierre Menard de Borges al que le salió igual.
En Cervantes casi todo es parodia, remedo de lenguajes, es un escritor que se divierte escribiendo, contraescribiendo, inventando. Para él escribir es jugar. De ahí que afirmara lo siguiente en el prólogo a sus Novelas ejemplares: “Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras”. La escritura como juego de dos y esa idea de recreación pueden tener que ver con todo esto y es lo que ha hecho en definitiva
Andrés Trapiello: seguir el juego con los personajes cervantinos hasta darles adecuado fin y jugar con el lenguaje en el que está escrito
El Quijote.
Para finalizar, Mainer señaló que este libro no es simplemente una traducción: se trata de escribir
El Quijote de forma y manera que los mismos efectos y las mismas intenciones del siglo XVII tengan que ver con la lengua de 2015. Para lograrlo, Trapiello se vuelve en ocasiones más purista que Cervantes, por ejemplo en el uso del subjuntivo, una de las correcciones que hace al estilo cervantino. Es una labor que entronca con aquella Biblioteca Literaria del Estudiante promovida en 1922 por la Junta para Ampliación de Estudios que pretendía introducir la lectura directa de los textos literarios fundamentales en los institutos de enseñanza media. E indudablemente no se puede dejar de mencionar la colección Odres Nuevos de Editorial Castalia inventada por Antonio Rodríguez Moñino.
Jordi Gracia destacó de este Quijote de
Andrés Trapiello la profunda coherencia con Cervantes, no por el lado quijotesco del proyecto, sino con el propio Cervantes y con el modo en que entendía la literatura, la prosa narrativa, la aventura, la voluntad de compartir relatos con los demás y hablarlos, relatos en los que siempre alguien cuenta algo y para ello lo ha de entender muy bien, para explicarlo adecuadamente, para divertirse y para coger los matices. De ahí que don Quijote enloquezca no sólo por leer libros de caballerías, sino por no entender lo que en ellos se cuenta.
El primer propósito de esta traducción es tratar de evitar esa incomprensión en los lectores contemporáneos, lectores que pueden ser tan variados que algunos resulten impensables de entrada para esta versión de la obra, en concreto aquellos que lo han leído ya, o incluso los que lo han empezado y se han parado en la aventura de los molinos o en la venta de Palomeque.
Cervantes no tenía una idea sagrada del arte y de la literatura porque nuestra sacralización actual era un concepto inexistente en el Siglo de Oro. Ello autoriza a Trapiello para jugar con los textos y la literatura, actualizarlos o, mejor aún, hacerlos atractivos para un lector que quiere pasárselo bien, no ampliar su cultura, sino divertirse. Y ese placer, ese ejercicio de disfrutar requieren superar de algún modo (traducción) la dificultad de una lengua con cuatrocientos años de historia encima.
En ese proceso de adaptación del texto emerge la parodia del estilo cervantino a modo de homenaje ya desde el subtítulo aclaratorio: “
Puesto en castellano actual íntegra y fielmente por Andrés Trapiello”, que remeda ese tono del narrador que elogia y ensalza a su gran caballero. Si leemos el prólogo aclaratorio descubrimos que lleva catorce años inventándose este Quijote, lo cual explica cómo Trapiello ha sabido captar con tal perfección la música asombrosa del libro original, música que se reconoce en esta edición que supera el obstáculo de una lengua ajena.
Si cotejamos este texto con el original, ante la sospecha de que
Andrés Trapiello ha intervenido en demasía, nos llevaremos la grata sorpresa de que no es así, pues el texto cervantino en ocasiones era mucho más moderno para su época de lo que nos puede parecer. Por tanto, la aventura de traducir esta obra ingente es también un prodigio de fidelidad a la misma.
Andrés Trapiello comenzó su intervención agradeciendo la colaboración y apoyo que ha tenido en esta obra de tantas y tantas personas, pero en especial la del editor, Alfonso Meléndez, quien, saltándose las normas de la editorial Destino, le permitió preparar este libro como como tipógrafo. Hace unos meses se filtró la noticia de la preparación de esta traducción y se armó un gran revuelo, debido al susto que podría generar en algunos círculos que este libro se pudiera leer entendiéndolo por fin por todos.
El Quijote es el libro de instrucción pública que ha cosechado más fracasos de lectura en la historia de nuestra lengua. Si nos acercamos a las ediciones del siglo XIX comprobamos que apenas incluían notas a pie de página, debido no a vaguería filológica, sino a que la lengua de ese momento estaba mucho más cercana a la del Siglo de Oro que la nuestra, de ahí que la actual edición de Francisco Rico, la mejor que se ha publicado, incluya un total de 5552 notas realmente imprescindibles para entenderlo correctamente.
Este libro de Cervantes ha trascendido la literatura para convertirse en una cuestión de estado y de instrucción pública. Las Misiones Pedagógicas ya tuvieron el empeño de devolver
El Quijote a los lectores, de ahí que Andrés Trapiello se convierta con esta traducción en continuador del espíritu de la Institución Libre de Enseñanza casi un siglo después, pues también acerca el acervo cultural, en concreto el cervantino, a gentes que no podían llegar a él ante el obstáculo insalvable de una lengua arcaica.
El objetivo que persigue Trapiello es lograr que el lector se olvide de que está leyendo una traducción, un libro, y se adentre en ese personaje que es maravilloso, jovial, melancólico. Don Quijote es un personaje cuyas risas merecerían un ensayo, se ríe muchas veces y de muy buena gana. Además, no se rinde nunca, es el personaje que siempre puede más. Para terminar su intervención, enumeró algunos ejemplos de cambios a que le obligó la traducción y señaló cómo gracias a algunos de ellos corrigió frases erróneas o erratas presentes en el texto original de Cervantes que desvirtuaban el sentido verdadero de algunos párrafos.
Por supuesto, como señaló Jordi Gracia, la existencia de este libro de
Andrés Trapiello no nos separa de leer
El Quijote en la edición original o en la que se quiera, pero la curiosidad nos anima a acercarnos a esta traducción al castellano actual para comprobar si difiere tanto de la obra original cervantina o si, por el contrario, respeta fielmente su espíritu y sólo modifica lo mínimo posible el lenguaje para hacerlo por fin entendible a los lectores de una era tan distinta como es el tecnológico siglo XXI.
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Autor de los vídeos: José Belló Aliaga