A la pastora le exigen una quimera, amor, y ella, que no sabe que es una quimera, asegura que no lo dará si Dios no se lo manda. Ella cree que rompe una estructura política porque niega un concepto metafísico. Cualquier estructura política mal acaba cuando se sustenta en un concepto sin objeto como lo es el amor.
Leemos que la “hermosura”, encarnada en Marcela, es “fuego apartado” y “espada aguda”, afirmación insostenible, pues ya se había dicho que todo lo “hermoso” es amable. Saltan a la vista los estragos que las antinomias que Kant ha descrito en su obra causan en el entendimiento humano, que siempre quiere justificar sus motivos con discursos bastante mal hilvanados. Por pensar sólo nimiedades se dicen sólo nimiedades. Por decir lo que todos dicen nunca llegamos a un lenguaje auténtico. Todos somos víctimas de tamaño defecto. Pero sigamos.
La pastora dispensa un juicio relacional, disyuntivo, que dice: “Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran”. Vuelve la pastora a contradecirse asegurando que “no todas las hermosuras enamoran”. ¿No decía que todo lo hermoso es amable? Para no cansar al lector enlistaré los restantes dogmas que se encuentran en el discurso que analizamos: 1) “La honra y las virtudes son adornos del alma” (conceptos todos sin objeto); 2) “Yo nací libre” (objeto sin concepto); 3) “la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, por habérsela dado naturaleza” (comparación forzada, pues la relación que hay entre la víbora y la pastora, que es la de haber recibido algo de la naturaleza, está estibada sobre la idea de “naturaleza”, que es un objeto sin concepto).
Podríamos decir que los tres ejes del discurso de la pastora son la libertad, Dios y el alma. Ella se tiene por víctima, por resultado de la voluntad de Dios, pero al mismo tiempo por un ser libre capaz de espontaneidad, lo cual la lleva a proferir el siguiente sinsentido: “si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?”. Es imposible imaginar que somos otros. Podemos imaginar que vestimos como los otros, que hablamos como los otros, pero no que somos estrictamente otros.
No encuentro en el discurso de la pastora Marcela ningún “axioma” de la intuición, nada material que sustente la credibilidad del cap. XIV del Quijote. Hablo, claro, sólo desde la perspectiva kantiana. No conozco a nadie que por meras promesas de amor, que son “anticipaciones” de la percepción, se haya suicidado o haya mudado radicalmente su vida. Lo dicho demuestra lo que todos saben, que la literatura no otorga claridad discursiva, lógica, pero sí claridad intuitiva, estética. Pero las representaciones que la claridad estética nos da son como los ejemplos, que nos distraen y que nos impiden ver la totalidad de las cosas, según Kant.
En dificultades se verá quien use el discurso de la pastora Marcela para fundamentar o para ilustrar sus tesis políticas, pues la política trata de lo concreto y el discurso que hemos analizado trata de meras abstracciones, tanto, que llega a decir que “los deseos se sustentan con esperanzas”, afirmación que carece de principios científicos y de demostración y que algunos han querido usar para justificar la libertad de la mujer.
El discurso de la pastora Marcela, contrariando a Imperiale, no es el discurso de una mujer extraordinaria, sino el de un hombre genial, el de Cervantes, que disfrazó lo que opinaba sobre los hombres con voz femenina. Es imposible crear un discurso revolucionario, femenino o iconoclasta con la retórica clásica, pues los motivos que nos obligan, por ejemplo, a probar nuestros asertos echando mano de la voz popular, también nos obligan hacer caso de la voz popular; y si nuestro pueblo es uno imperado por hombres, uno donde la opinión masculina es la que más pesa, tenemos que un discurso basado en la voz popular no puede ser un discurso representativo de la sensibilidad de la mujer. La pastora Marcela, como dice Gerchunoff, es fantástica, imposible, pero tiene un “encanto esencial” que saca de la metafísica de Cervantes, que anduvo siempre, como su caballero, buscando algo, ya aventuras y batallas, ya amigos y almas afines.
Ya podemos responder las cuatro preguntas que al principio hicimos. ¿A qué metafísica servía Cervantes? Cervantes, padre de Don Quijote y de la pastora Marcela, tal vez no creía ciegamente en los valores teologales, en la fe, en la esperanza y en la caridad. Marcela no era mala, pero tampoco piadosa o caritativa; era, y su gusto por árboles y arroyos lo dice, medio pagana, medio griega. La metafísica de Marcela, la de Cervantes, era la renacentista, amante del individuo, de la naturaleza, de los paisajes, de la libertad.
¿Y no es lógico que un hombre tan desgraciado como Cervantes se sostenga de una metafísica antikantiana? ¿Y no es natural que una mujer con el alma de Cervantes se muestre dura ante blandengues incapaces de contenerse ante la belleza? Borges, como Cervantes, decía que para él cada mañana la realidad se parecía más a una pesadilla y que por eso leía obras de teología o de metafísica.
¿Cuál era la religión de Cervantes según lo dicho por la pastora Marcela? Todo individuo, declárese ateo, agnóstico, judío o islámico, cree en algo, y la pastora creía en la libertad, en el libre albedrío. Ella veía en la naturaleza el lugar idóneo para ser libre, lugar contradictorio, pues es justo la naturaleza el lugar menos libre que hay, pues en ella todo obedece a alguna ley, según Kant. Para la pastora la libertad era no tener que acatar los dictados matrimoniales, no tener que cargar el peso de la familia. Prefería las ataduras rurales, que son materiales, a las sociales, que son metafísicas. Mejor es acarrear agua que acarrear opiniones. Más quería, de acuerdo al texto, tratar con árboles y arroyos que con hombres. Tal vez deseaba, usando el lenguaje de los místicos, unirse a Dios a través de su creación.
¿Qué moral tenía Cervantes según el discurso de la pastora Marcela? ¿Qué creía que debía hacer? Toda sociedad, para sobrevivir, para perfeccionar su economía, divide el trabajo, división que genera jerarquías políticas, es decir, derechos y obligaciones. Después de analizar el discurso de la pastora notamos que ella, por ser meramente un ser metafísico, sólo tiene restricciones y derechos, mas ninguna obligación social (¿no era Cervantes un ser con derechos que no le daban dinero y con muchas obligaciones?). ¿Era la vida de la pastora la vida ideal para Cervantes? Ella no quiere quemar ni cortar con su belleza para mantener su honestidad. Pero una vida dirigida por simples restricciones no es una vida libre, ni material ni espiritualmente.
Sólo pueden soportar una vida guiada por la restricción los que tienen fe, y ya vimos que Marcela no es mujer de fe. Algún autor valiente escribirá la vida del “fuego apartado” del que hemos estado hablando. Indigno de imitación es cualquiera que rechace una vida llena de obligaciones. El discurso de la pastora, antes de ser sometido a los rigores de Kant, parecía loable, pero ahora parece un simple pretexto para no vivir entre los hombres. Pero ésta es sólo mi opinión.
¿Qué era el ser humano para ella? Cualquier tribu o nación necesita definir, determinar qué es el hombre, para trazar caminos hacia el futuro. Algunas sociedades piensan que el hombre es un ser social y otras que es un ser fabricador de utensilios; otras ven en el hombre un artista y otras un fornicador. Para la pastora los hombres eran seres destemplados, bajos, imprudentes, niños ocupados en bagatelas y no en altas cuestiones metafísicas. Pero calificar al ser humano por su mediocridad para la metafísica imposibilita la invención de cualquier antropología. Sin antropología, que es el estudio lógico del hombre, no hay filosofía, y alguien sin filosofía es alguien carente de metafísica. La metafísica, vemos, cuando no se sustenta en la crítica acaba siendo ideología, inutilidad, una bufonada.
Fuentes de consulta: BLOOM, Harold, ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, Punto de lectura, Madrid, 2006.
BORGES, Jorge, Prólogos con un prólogo de prólogos, Alianza Editorial, Madrid, 2005.
CERVANTES, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, Alfaguara, Madrid, 2004.
CROSAS, Francisco, ¿Quintiliano en el Quijote?, Depósito Académico Digital de la Universidad de Navarra. Recuperado de: http://dadun.unav.edu/bitstream/10171/4488/1/.pdf
GERCHUNOFF, Alberto, Retorno a Don Quijote, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1951.
IMPERIALE, Louis, Marcela como construcción ideológica de Grisóstomo: la dura realidad de la ficción. Recuperado de: dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/91827.pdf
KANT, Immanuel, Crítica de la razón pura, traducción de García Morente, Porrúa, México, D.F., 2005.
PAZ, Octavio, El arco y la lira, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 2008.