«Madurar/ era esto:/ no caer al suelo, chocar contra el suelo contemplar el/ pudrirse de la piel/ igual que un fruto antiguo». No hay crema que nos proteja del sol que nos quema poco a poco, día a día. ¿Madurar era esto? Sí, nadie nos enseñó a quedarnos quietos y pararnos a mirar, y en ese no movernos se nos quedó dibujada la pérdida de la sonrisa, como si fuéramos estatuas de humo pensadas con un soplo de nuestros pulmones. Vivir no significa fracasar, aunque, con el paso del tiempo, seamos conscientes en qué fondo de qué cajón se quedaron nuestros sueños. Fracasar es no poder decirnos que lo intentamos. Y ese miedo a esa pregunta es la que bordea los versos de este portentoso "
Chatterton", donde, cada una de las tres partes en las que se divide este poemario, que recibió el XXVI Premio Fundación Loewe a la Creación Joven, son una razón para seguir levantándonos cada mañana, por mucho que solo seamos capaces de arañar unas palabras al papel en blanco. La melancolía de la pérdida se convierte así en una fe que no conoce límites, porque la redención del fracaso siempre es un pozo rico en hallazgos, igual que las heridas de nuestros errores nos recorren el interior de nuestra piel. Disolver esas heridas con la luz es una de las opciones que nos quedan de cara al futuro, pues no hay nada mejor para afrontar el horizonte del mañana que hacerlo con la conciencia —de las heridas— limpia de inútiles remordimientos.
Este poemario, que ha sido calificado de "generacional", es el fruto de ocho años de trabajo, donde Elena Medel arranca espinas a la realidad y las clava cual chinchetas en sus versos. Ahí, donde se juntan esos pedacitos de realidad, gravitan la mirada de una JASP que nos inculca como nadie las ínfulas de que lo imposible es posible, hasta incluso, de que las mujeres que hay dentro de sí misma y a las que estas a su vez representan, sean las heroínas de una intrahistoria llamada
Chatterton que, a diferencia de la ópera en tres actos de la que toma el nombre y que recoge libremente la vida del poeta maldito inglés Thomas Chatterton, no necesita reivindicar únicamente la estética del fracaso para salir airosa de ese encuentro.
Elena Medel, igual que si fuera un profesor que ha escrito un manual de Geometría descriptiva en el que nos muestra la realidad tridimensional en solo dos dimensiones, nos descompone la realidad y contrapone la luz al fracaso, la esperanza a la melancolía, y algunas certezas a la duda: «Nadie se posa en el alféizar —son veintiocho años/ de espacio adolescente—,/ pero qué ocurriría si el pájaro sobre el que he leído/ en todos los poemas/ se colara por el patio de luces y asomara/ por el alféizar de mis veintiocho años,». En esa rendija de luz que se cuela por la poderosa superficie del fracaso es donde nos quedamos, por mucho que charlemos y escribamos acerca de la pérdida de la sonrisa.
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