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Julio Llamazares
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Entrevista a Julio Llamazares, autor de “Distintas formas de mirar el agua”

“La literatura no es una profesión, es un consuelo”

lunes 16 de febrero de 2015, 08:54h

Con “Distintas formas de mirar el agua” el escritor leonés Julio Llamazares vuelve a sus orígenes, a su tierra que le vio nacer y no puede casi recordar por qué su pueblo Vegamián desapareció en las aguas del Embalse del Porma, que cambió su nombre en 1994 por Embalse Juan Benet, ingeniero y escritor madrileño que diseñó la presa, tras su fallecimiento. Algo que las personas de aquellas tierras no aceptan por lo mal que se llevó a cabo su construcción y el posterior realojo de los habitantes de la zona.

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Julio Llamazares (Fotos: Javier Velasco)
Julio Llamazares (Fotos: Javier Velasco)

“En cada libro vuelvo a mis orígenes. La memoria es la sustancia de lo vivido que está vinculada íntimamente a mi experiencia”, nos dice nada más comenzar la entrevista. Su literatura está muy apegada a su tierra y también a sus recuerdos. En esta ocasión, son sus recuerdos de infancia los que predominan, los recuerdos y lo que muchas personas le han ido contando sobre cómo vivieron ese exilio interior que sufrieron cuando tuvieron que abandonar sus tierras, sus vidas y sus sueños.

Julio Llamazares escribe sobre lo que le impacta y le impresiona. “La literatura no es una profesión, es un consuelo, una punzada en el corazón”, dice el escritor de Luna de lobos y añade que “siempre he guardado fidelidad a mis orígenes. Precisamente la novedad está en el origen”. Y son sus orígenes, pero también los de otras muchas personas los que cuenta en “Distintas formas de mirar el agua”.

El paisaje de su infancia y el de sus padres es el que aparece en la novela y ese paisaje que fue real, aparece también en la ficción, su novela es pura ficción del recuerdo. “Los escenarios ya no viven más, pero en la ficción y en la memoria continúa su recuerdo viviendo”, explica añorando unos sucesos que se debieron vivir de otra forma, no como ocurrieron. Sus personajes de la novela son inventados pero todos tienen algo de él mismo.

A su parecer “la mentira sobrevive a la verdad. La ficción sobrevive a la historia. ¿Quién recuerda al monarca que reinaba cuando se publicó el Quijote? casi nadie sabe que era Felipe III, sin embargo todos recordamos al hidalgo caballero. La ficción sobrevive a la historia. Al fin y al cabo, lo que queda de un país es su literatura”, explica con convencimiento. Se recuerda el Siglo de Oro Español, pero no a los reyes que reinaron en ese periodo, también es posible porque los planes de educación son cada vez más penosos.

Distintas formas de mirar el agua” es una novela coral con formato de tragedia griega donde dieciséis personas, y un automovilista accidental, profundamente implicadas con la desaparición de Ferreras, cuentan sus experiencias de un viaje donde llevarán, hasta el pantano que cubrió el pueblo del protagonista Domingo, que no llega a hablar en la novela, y su familia, sus cenizas. “Él nunca quiso volver cerca de donde estaba sumergido su pueblo, ni quiso hablar sobre ello”, cuenta el escritor leonés. El resto de la familia sí lo hizo.

“He preferido que los personajes diesen su visión particular en primera persona en vez de hacerlo con un narrador omnisciente”, declara, para que así el lector tenga una visión más panorámica de los distintos puntos de vista con los que se puede uno enfrentar ante un suceso. “El tema de la novela es el desarraigo, el destierro que sufrieron estas personas pero, también, y tan importante es la relatividad de la mirada, de la historia, según la hayan vivido los protagonistas que suelen variar dependiendo de la cercanía con la que estuviesen. Es como un calidoscopio que va girando y esa suma de voces es mi propia mirada”, explica el autor de “Las lágrimas de San Lorenzo”.

Para el autor, “la verdad no existe y cada cual ve los acontecimientos de diferentes formas, lo cual no es ni mejor, ni peor. La realidad es la mirada que cada uno de nosotros vemos sobre ella”. Todos los personajes ven el hecho histórico de diferentes formas según su grado de implicación en el mismo. No pueden ver lo mismo los que lo sufrieron en primera persona que los hijos o los nietos.

Aquellas expropiaciones fueron realmente dolorosas para los que las sufrieron. Se desarrollaron a mediados de los años sesenta. El pantano se inauguró en 1968, de manera inmisericorde. “Estoy en contra de cómo se hicieron, se debieron de hacer causando menos daño. Esto no es un alegato contra el progreso sino contra la forma en que se hicieron, con mucha insensibilidad”, atestigua.

En aquella época, comenzaban los estertores del franquismo, se realizaban estos actos sin que se pudiera manifestar cualquier queja. En los años 80, concretamente en 1985, con Felipe González en el poder, se hicieron igual o peor en el embalse de Riaño. “Se volvió a hacer con mucha insensibilidad y todo por el negocio que hay detrás. Algún ex ministro de aquel gobierno me aseguró que se hizo como compensación a Iberdrola por no construir la central nuclear de Lémoniz después de estar muy avanzada”, cuenta con dolor.

Julio Llamazares es consciente de que el progreso de España pasa por arreglar el problema de la sequía y del riego pero esos acontecimientos que se han producido en diversos escenarios de España se podrían haber hecho de tal forma que causasen el menor daño posible para esas personas que se quedaron sin hogar y sin historia. Ante esos acontecimientos dolorosos, muchos, en vez de quejarse, reaccionaron con el silencio. Domingo fue uno de ellos, “mucha gente es de pocas palabras y siempre me han parecido personajes muy interesantes. Gente ruda de las montañas incapaces de manifestar sus sentimientos, que eso no quiere decir que no lo sintiesen”, sostiene sobre la postura del protagonista silente.

De todos los personajes que tienen voz en la novela, su preferido es Agustín, el menor de los hijos de Domingo y Virginia. “Siempre he tenido mucho cariño a los personajes a los que se mira por encima del hombro por tener alguna debilidad mental. Es el que más me costó escribir porque tenía que encontrar una voz que no rebajase el nivel literario de los demás. Al final opté por crear una voz que fuese un punto intermedio entre el personaje y la mía”, alega con cariño.

“Distintas formas de mirar el agua” es la forma de Julio Llamazares de luchar contra la desmemoria que sufrimos en nuestro país; es poner de actualidad hechos que han quedado sepultados bajo millones de litros de agua. La literatura tiene que reivindicar esos recuerdos que la historia no trata, quizá por ser demasiado locales y son los libros los que lo tienen que hacer pese a que crea que “el libro va desapareciendo del paisaje urbano y, también, los periódicos” apostilla. Algo tendremos que hacer para que no ocurra lo que en la novela “Farenheit 451” de Bradbury.


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