“Nadie sabe tanto de la soledad como yo”. Con esta frase arranca esta obra, este conjunto de relatos, ligados, este paseo por muchas historias, que parten de una maravillosa prostituta, japonesa, que en un barrio de Venecia, lee, cada noche, los poemas que sus pretendientes le envían, para acostarse con quien le proponga el verso más hermoso, o más sugerente el que acierte, con la palabra adecuada en el momento preciso. Esa es la vida. Esa es la búsqueda. Lo que llamamos destino.
Y así,
Natalio Grueso nos lleva desde Venecia hasta Maipú donde conoceremos al recetador de libros, que cura con la lectura, que provoca el encuentro con las letras que necesitamos, “que tenía la infinita capacidad de empatizar con su cliente hasta leerle el alma”, y hasta Buenos Aires donde Ricardo Kublait, el más famoso comentarista deportivo, va cada semana al asilo de su abuelo, y termina inventando un resultado para hacerle feliz, y hasta el futuro, donde conoceremos al hombre que patentó las palabras y al que había que pagarle por los derechos cada vez que se pronunciaban, o se escribían. Como conoceremos al cazasueños, en una Guatamala sometida por la dictadura y la pobreza, o a aquella mujer perseguida, halagada, admirada, por las calles de París, y hasta dentro de su habitación, por un amante silencioso.
Pero también conoceremos, en distintas fases de su vida, a Bruno Labastide, el protagonista, si es que lo hay en esta obra, como gigoló, a veces, vendiendo en tugurios las joyas robadas al amor la noche anterior, o como camarero, al lado del pianista que jamás había fallado una nota, a punto de perder la inocencia en brazos de la mujer más hermosa y más elegante, o como traficante de caviar en las fronteras rusas, o contando la terrible historia de Khaled, el niño jugador de fútbol en plena guerra, con una zurda prodigiosa, la historia más terrible, que le abrirá las puertas del paraíso, del burdel del Dordosuro, donde la prostituta japonesa le espera, al fin. Todo ello contado desde un apartamento donde “cada noche, ocurren cosas que hacen justicia, que desafían a la realidad y al destino, y que mitigan la terrible condena de mi maldita soledad”.
Tal vez la soledad solo sea la espera, o la certeza de la victoria, del paso del tiempo, saber lo que se espera y lo que se desea, y recordar lo vivido.
Ha sido una lectura gratificante, ligeramente inquietante, amable, triste y placentera, con historias desgarradoras e historias hermosas, que nos hablan de la soledad, del amor, de la lucha por la vida, del pasado, de la supervivencia, de la victoria. Ha merecido la pena.
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