El escritor argelino ha firmado todas sus novelas con nombre de mujer, los dos nombres de su esposa, para sortear a las autoridades de su país por su oficio de militar del ejército argelino, donde llegó al grado de comandante, y así poder denunciar la corrupción que asola su país. Algo que en España conocemos muy bien. Ahora ya no necesita esconder su nombre, más después de intentar presentarse a la presidencia de su país y no conseguirlo por un cúmulo de arbitrariedades, pero él prefiere mantenerlo para así distinguir su personalidad de escritor de la de ciudadano normal.
Después de la mala experiencia como candidato a presidente, prefiere centrarse en su carrera literaria, que le lleva mucho tiempo. “Viajo mucho por todo el mundo. Un novelista no es dueño de su tiempo”, se queja sin acritud. Cuando tiene unos días libres viene a España, tiene una casa en una localidad alicantina cerca de la capital, donde disfruta de merecidos descansos. El resto del tiempo vive en Orán.
Como escritor, Yasmina Khadra se considera dueño de toda su obra. A todas las novelas las quiere por igual, ya que le han supuesto un trabajo considerable, “son como los hijos, lo que me queda es el embarazo y el parto feliz, a todos quieres por igual, pero tengo que reconocer que a Los ángeles mueren por nuestras heridas la tengo un cariño especial, siento cierta predilección.
Para el escritor que firma con nombre de mujer, la literatura no puede ni debe confundir al lector. La literatura ha de diferir del periodismo, de la inmediatez. “Me gusta toda la literatura, sea del género que sea. Cada escritor al que he leído me ha enseñado algún truco y con todos los géneros que he explorado me he sentido cómodo. No he tenido ningún problema en cómo estructurar mis obras y he tratado temas diferentes, como bellas historias de amor o sórdidas historias de corrupción”, refiere sobre su forma de entender la literatura.
Con el periodismo se muestra crítico pero está muy apegado al poder. “Los periodistas deberían desconfiar de las palabras. Si se dice reiteradamente que el mundo va mal, eso puede hacer que el lector caiga en el pesimismo y privar a los lectores de obras que pueden leerse. Mi literatura creo que tiene una cierta virtud terapéutica por que encierra sinceridad y eso es lo que la gente necesita”, habla sobre su relación con los medios. También se muestra crítico con algunos profesionales de los medios de comunicación, “mis mejores amigos son periodistas y mis peores enemigos, también. Unos me han dado a conocer al mundo entero y otros me han acusado de espía de Francia o de plagiador. Así que a cada uno hay que tratarle como le corresponda”, explica con ecuanimidad el autor de A qué esperan los monos…
Por eso se muestra agradecido con los periodistas, pero también se muestra perturbado por los nuevos derroteros que están tomando los medios de comunicación. “Se está pasando de la información a la opinión. La prensa, en muchas ocasiones, se está convirtiendo en un ajuste de cuentas, en caldo de cultivo para la difamación. La lucha titánica que se desarrolla entre la inteligencia y la maldad”, opina. La dicotomía que se padece por la forma de utilizar los medios.
Esa dicotomía se nota en sus novelas. En la última, elige como protagonista a una mujer policía. “El bien suele identificarse con una mujer, una mujer frágil y vulnerable. El bien nunca ha triunfado sobre el mal, más bien es el mal el que termina tirando la toalla”, expone con seriedad, ya que el bien no tiene muchas oportunidades hoy en día. Su belleza radica, en opinión del escritor argelino, en que no se rinde.
Yasmina Khadra asiste perplejo al proceso de tribalismo que se está viviendo en todo el mundo, “se está sustituyendo lo nacional por lo tribal y está ocurriendo en muchos países de Europa. Es como si cada cual volviera a su instinto gregario. Lo cual creo que son aventuras muy peligrosas”, elucubra sobre la vuelta de los nacionalismos, que ya sabemos todos cómo suelen acabar, ya que no se “llama al amor, sino al odio”, apostilla y añade “si la gente acepta dar su vida por una causa es asunto suyo, pero nada es superior a la vida. La única verdad y valiosa es nuestra propia vida”.
El novelista afincado en Orán se describe a sí mismo como “un escritor molesto. Nunca han logrado encasillarme y no lo harán”, afirma taxativo. Sus historias nos hacen revolvernos contra las injusticias. En esta ocasión sobre la corrupción de su país y es consciente de que la ficción puede ayudar a denunciar ciertos comportamientos. “La ficción puede tomar ciertos visos de mentiras, pero nunca deberán ser malintencionadas. Es una forma de desquitarse de lo cotidiano. En mis novelas puedo equivocarme, pero lo que no puedo hacer es trampas al lector”, puntualiza con honestidad.
“Para un escritor argelino es difícil tener un universo de lectores muy amplio, por eso estoy obligado a esforzarme más que un escritor occidental”, reflexiona sobre lo difícil que lo tienen los escritores africanos en Francia y en otros países de Europa. En su nueva novela un crimen desencadena toda la trama que tiene que ver mucho por la corrupción de diferentes esferas de la sociedad argelina. “La política no tiene nada que ver con el arte o con la ética, sino con las personas. Unos quieren hacer algo por su país y otros quieren enriquecerse. Pero es falta de ética meter a todos en el mismo saco”, arguye, y agrega: “No me gusta juzgar al prójimo, como no me gusta juzgar a mis personajes. Me gusta ser lo más ético posible, aunque la única ética absoluta es el amor”, concluye.
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