Dos son los enfoques: la faceta empresarial y la política. Nos quedamos con la primera y pero conviene no perder de vista la segunda, que en mi opinión, aparece prejuzgada desde el prólogo. Las empresas de Oriol fueron cuantitativa y cualitativamente emblemáticas de aquel período, y siguen siendo muy importantes hoy. Las dos más señeras son Hidroeléctrica Española (HE) y Talgo, aunque había muchas más.
Ambas, electricidad y ferrocarriles son servicios públicos, así que su desarrollo y éxito dependen extraordinariamente de sus relaciones con el Estado: funcionamiento estable, precios estables y regulados. Creo que no es posible configurar una gran empresa sin una adecuada política laboral y sin planificación pública orientada a la subsidiariedad que evite tres tentaciones: los riesgos del monopolio, la politización sindical y la expropiación estatal. No es contradicción, sino equilibrio de ambas partes
orientado las exigencias y las coyunturas del bien común.
Como una novela de aventuras, Alfonso Ballestero nos narra la apasionante vida de Jose Mª de Oriol y Urquijo, un personaje que destacó por su capacidad emprendedora a lo largo de gran parte del siglo XX, y por su importante protagonismo en el ámbito político. En el mundo empresarial fue presidente de Hidroeléctrica Española S.A. (hoy Iberdrola) y gran impulsor de la energía nuclear. Durante más de 30 años fue presidente de Patentes Talgo, empresa que hoy día se mantiene una posición puntera, tecnológica y comercial a nivel mundial. Acompañan numerosos documentos y cartas que sirven como anexo documental. A modo de ejemplo, recomiendo especialmente la carta enviada a F. Franco en relación a la ingeniería en España, fechada en febrero de 1964, donde se indica qué se puede hacer y cómo lograrlo, con cuatro recomendaciones concretas.
Si HE fue la empresa más rentable para la familia Oriol, aquella de la que más orgullosos pueden sentirse es de la compañía Patentes Talgo, originada en un proyecto del ingeniero militar y –y espíritu requeté- Alejandro Goicoechea, convencido de que su nueva estructura de tren articulado podría generar numerosas ventajas tecnológicas. Una visita al Museo del Ferrocarril de Madrid da una idea de su alcance e impacto. Con acierto señala el profesor Gabriel Tortella que ambos actuaron como el verdadero emprendedor schumpeteriano (Joseph Schumpeter, La teoría del desenvolvimiento económico), que reconoce el valor de un invento, lo adopta, lo realiza y lo lanza al mercado.
En estos tiempos de crisis económica y denuncias de corrupción política, es un momento adecuado para aprender de modelos empresariales y de una colaboración público-privada eficaz y eficiente. Aquí las escuelas de negocios tienen mucho que aportar. La gran revolución industrial y social que vivió España en las décadas de los cincuenta y sesenta es un ejemplo de cómo ambas realidades, la iniciativa privada y la política de Estado, pueden confluir, pese a las numerosas dificultades que siempre se darán. Estas páginas muestran un ejemplo que puede servir de emulación para emprendedores, directivos empresariales y altos funcionarios de la Administración. Personajes como Oriol y Urquijo nos recuerdan que España cuenta con unos ingenieros magníficos y con todas las capacidades necesarias para desarrollar con perfectas garantías nuevos “Talgos” e “Hidroeléctricas”. Estoy convencido de que esa, y no otra, es precisamente la mejor política social.
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