Claus Biehl llamó a Francisco Martín Moreno para comunicarle que se estaba muriendo. Aquel día le contó que su apellido materno Biehl no era el verdadero, que lo habían modificado del original Bielschowsky. “Tu apellido es polaco y judío”, le dijo. El descubrimiento le dejó auténticamente noqueado. Desconocía el pasado de parte de su familia, se lo habían ocultado, hasta que su padre les arrebató el apellido materno y lo dejó en los dos paternos. “Tú no eres un Bielh, eres un Martín Moreno”, sentenció.
Sin embargo, es imposible renunciar a las raíces y eso se demostró cuando su tío Claus le llamó y mantuvieron una curiosa conversación sobre la madre del escritor. ¿Tío, por qué te enfadaste con mi madre?, le preguntó. “Ya ni me acuerdo”, respondió. Habían pasado ya cincuenta años. “Entonces ve a ver a mi madre”, le dijo. “No, a quien quiero ver es a ti”, sentenció. Y en ese encuentro se enteró de cosas que habían estado ocultas durante mucho tiempo.
Su familia vivía a caballo entre España y Alemania. La Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial se encargaron de diezmar y atomizar a su familia. México fue el lugar de encuentro y refugio de parte de esa familia vapuleada por la historia. En media hora... la muerte, cuando se publicó en México, fue un auténtico éxito de ventas. Más de un millón de lectores tuvo en su tierra de acogida familiar, pero siempre gusta volver a los orígenes. “Nunca me había encantado tanto Madrid como ahora. Cuánta amabilidad. He caído en un encantamiento con los madrileños, acostumbrado a la rudeza española en México”, dice el escritor.
“La Guerra Civil estalla en la familia. Mi abuelo monárquico, mi abuela republicana. Alfonso XIII es un pedo debajo de la corona, solía decir mi abuela”, recuerda Francisco Martín Moreno. Después de padecer las penurias de nuestra guerra, los miembros de la familia se separan; unos irán a Francia, a los campos de refugiados que los soldados senegaleses vigilaban de forma ruda, otros a Orán y después a Marruecos. Mientras la familia materna seguía haciendo negocios con los nazis sin percatarse de lo que estaban preparando Hitler y los suyos.
Su padre y su tío César fundaban una industria conservera en Casablanca, su otro tío Luis participaba en la resistencia francesa donde es traicionado por un compatriota. Hecho prisionero da con sus huesos en Auschwitz donde sobrevive gracias a ser un sonderkommando. El enterarse de ese extremo le hizo sentirse realmente mal. Era algo que no esperaba, saber que su tío había sobrevivido gracias a sacar los cadáveres de miles de judíos de las cámaras de gas era algo superior a sus fuerzas.
“Nunca pude aparcar el sentimiento de la creación. Incluso sufrí un ataque de pánico en algunas fases de la escritura del libro. Se me paraba el corazón, sufría unas asfixias espantosas, colitis, diarreas. Llegué a creer que tendría que abortar la escritura del libro. No creía que podría concluirlo”, confiesa el escritor mexicano. Llegaba al extremo de nublársele los ojos por las lágrimas. Le caían gotas de sudor en los pantalones pero, al superar todas esas crisis, halló la recompensa, “vivo más en paz, después de haber escrito el libro”, afirma rotundo.
Tardó en escribirlo sólo seis meses, la fiebre le hizo trabajar más rápido sin hacer caso al reloj, rompiendo todos los horarios. Estuvo más de dos años investigando sobre su familia, eran muchos los hilos de los que tirar. La estructura del libro fue saliendo con el tiempo cuando tenía recopilada toda la documentación que buscó por muchos países. Así le salió una trama lineal que va cambiando de escenario según va contando la historia de los diferentes familiares.
En Alemania, la ambición económica de su abuelo materno, que se creía amigo de Goebbels le costó la vida, no hizo caso a su mujer Hedwig y no quiso huir de Alemania cuando aún se podía. De muchos de estos acontecimientos se enteró Francisco Martín Moreno por cartas que guardaban algunos de los integrantes de la familia en cajones olvidados o cajas desportilladas.
Cuando la Guerra Civil llegó a su fin, muchas familias huyeron a México. “Mientras España se empobrecía por la barbarie fascista, México se enriqueció. Hasta allí llegaron muchos intelectuales de primera fila y también trabajadores que fundaron empresas de construcción, de cine, etc. Como los toros bravos se crecen al castigo, aquellos españoles se crecieron y trabajaban de sol a sol. En México no tenemos con qué darles las gracias por todo lo que nos enseñaron”, relata con orgullo este descendiente de españoles. Éstos también dieron las gracias con su trabajo por lo bien que fueron acogidos aquellos gachupines llegados de sus tierras.
Sin embargo, no fue todo tan fácil. La colonia española residente en México se opuso a la llegada de españoles, a los que ellos llamaban destructores de España. El fuego acabó con muchas iglesias en España y con la llegada de esos españoles creían que podría pasar algo parecido. Ya ocurrió a comienzos del siglo XIX, cuando en España se aprobaba la constitución de Cádiz. Aquel texto liberal fue recibido mal en América. Veían que la Iglesia Católica se hundía en la península y la curia católica no quería lo mismo en aquellas tierras. De ahí que fomentasen los procesos de independencia para así seguir controlando el gran negocio de la educación. “Lo único que mueve a la Iglesia Católica es el dinero”, sentencia el escritor mexicano.
Para una persona que no crea en una inteligencia superior, la posición de los católicos en estos conflictos bélicos le enervan, así como la postura de ciertos líderes europeos que no ayudaron a la República española. “El peor error de todos fue cuando Inglaterra y Francia firman el Pacto de No Intervención. Pese a ver que Alemania e Italia bombardearon muchas ciudades españoles tenían que haber intervenido. La postura de Chamberlain y León Blum fue despreciable”, opina con precisión. Luego hubo otros errores menores como el de Negrín al continuar una guerra que ya sabían los dos bandos hacia dónde se decantaría. Eso por no hablar del perdón. En España no hubo perdón para los perdedores, ni siquiera para algunos triunfadores.
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