“¿Cómo yo no he oído hablar de esta persona? ¿Cómo un científico que sentó las bases de la tecnología moderna está en el olvido?, se preguntaba el escritor asturiano. Una persona capaz de levantar la primera central hidroeléctrica del mundo en las cataratas del Niágara y dar luz eléctrica a una quinta parte de los Estados Unidos debía ser recordada y famosa, más si añadimos que inventó el motor eléctrico y la corriente alterna. Parecía más un personaje salido de la pluma de un escritor fantástico que un personaje real.
Además, un halo de cierto malditismo le rodeaba. El experimento Philadelphia o la explosión del bólido de Tunguska se le llegaron a achacar a su ingenio. Esas experiencias que entran dentro del terreno de lo esotérico nunca llegaron a resolverse. Ciertos grupos afines a esas teorías mantuvieron vivo el recuerdo de Tesla. Con estos mimbres, Miguel A. Delgado comenzó a tejer una tupida red sobre el científico que fue dando su fruto. Primero fue el largo prólogo de Yo y la energía. Después siguió el ensayo Firmado: Nikola Tesla. Pero Tesla daba más juego, merecía una novela de aventuras como aquellas que leíamos en nuestra infancia. Así surgió Tesla y la conspiración de la luz. Una novela donde mezcla realidad y ficción; personajes reales con otros salidos de su imaginación; futuro posible y un pasado alternativo y muchos desencuentros.
Nikola Tesla tuvo problemas con Thomas Alba Edison, al que achacaba que no tuviese una formación científica. “Edison encontraría una aguja en un pajar, removiendo todo el heno, yo intentaría deducir dónde es más posible que estuviese”, decía más o menos sobre el inventor de la bombilla incandescente. O de Guglielmo Marconi, que le plagió la trasmisión sin hilos o la radio. Un juzgado americano fallaba a favor de Tesla en 1943, justo después de la muerte de ese atractivo científico que encandilaba a las mujeres con su verborrea y aspecto donjuanesco.
Después de escribir tanto sobre Tesla y conocer su vida casi al dedillo, “el otro paso sería usarlo como un personaje de ficción”, confiesa el autor. Quería escribir una historia de ficción, sin que se pareciese a una biografía. Quería hacer algo distinto y, desde luego, que lo ha conseguido, basándose en su fascinación por los libros de aventuras que leía de joven, Asimov, Verne o Salgari. Su mente empezó a bullir hasta conseguir una novela en la que se cuenta la historia de Tesla para lectores que no se acercan nunca a los libros de ensayo y aunque en un primer momento pensó en escribir una novela juvenil, su editora Silvia Sesé, le convenció para que fuese para todos los públicos. Así, su lectura también podría llegar a los jóvenes.
Su novela la define como “una novela de aventuras con componentes de ciencia-ficción, construida para que atrape al lector desde el principio”, confiesa el autor de Inventar en el desierto. El esquema de la obra es el típico de una novela de aventuras que tiene mucho de aprendizaje. Es un esquema muy clásico concebido para mostrar luz sobre la obra y las ideas visionarias de Tesla. Para eso necesitaba un protagonista juvenil y lo encontró en Edgar Kerrigan. Con él podría insertar los inventos visionarios del científico en un entorno conocido. Así “se muestra un mundo en que habría triunfado la tecnología tesliana”, cuenta el escritor y crítico cinematográfico.
Y qué mejor escenario que Nueva York, que es casi un escenario de ficción. “La gran manzana se ha convertido en un lugar donde coexiste tanto la realidad como la ficción. Es algo parecido a lo que sucede con Venecia. Hay una real, pero otro donde se desarrollan episodios de ficción”, explica con calma Miguel A. Delgado. Hace tan solo unos años era él el que preguntaba y ahora es el preguntado.
Y, por supuesto, en toda novela de aventuras que se precie ha de haber malos. “Hacía falta para la trama identificar a un malvado. Son tremendamente inspiradores los malos”, opina. Buscaba que fuesen autosuficientes. Sobre la estructura de Tesla y la conspiración de la luz, confiesa que fue tremendamente fácil. “La dividí en tres partes, con tres estilos diferentes, como si fuese algo vivo. No tenía pensado salir de Nueva York, pero en la segunda parte lo pedía y no pudo ser de otra forma”, razona el escritor.
Bien es cierto que es una novela lineal, pero va introduciendo elementos nuevos en la trama que dan al lector motivos para seguir leyendo. Algo que no tenía planificado al comienzo de la novela. “Sabía cómo debía acabar, pero en el viaje modifiqué cosas del desarrollo de la misma”, afirma.
Gran parte de la tecnología que ideó Tesla quedó en el limbo por falta de financiación. Eso pasó con la transmisión de la electricidad sin cables. Comenzó a construir la torre Wardenclyffe en Shoreham (Long Island) a unos 100 kilómetros de Manhattan con ese fin. La falta de financiación primero y el excesivo celo de las autoridades durante la Gran Guerra, que creían que podría transmitir información con dicha torre, propició su destrucción. Así quedó sin poder desarrollar sus ideas sobre el control del clima y lo que sería su auténtica obsesión: la aurora artificial.
Para Miguel A. Delgado, “Tesla era una persona fascinante, muy atractivo, que hablaba un perfecto inglés con acento eslavo. Muy sociable, divertido y querido. Muy coqueto y embaucador, que le gustaba ser el centro de las reuniones y muy obsesivo con la higiene. El número 3 era para él la panacea de todo calculo”, comenta entre divertido y riguroso el autor.
“Si tuviese que destacar una cualidad de Tesla es la capacidad para trascender lo que existía en el momento y crear algo nuevo. Dio un paso más allá en la ciencia”, puntualiza. Sin embargo, no fue entendido en su momento. Se preocupó por el ecologismo, por la finitud de los combustibles fósiles. Gran parte de su legado lo podremos ver en la Fundación Telefónica a partir del 12 de noviembre en una magna exposición de la que es comisario Miguel A. Delgado junto a María Santoyo. “Allí podremos ver objetos personales de Tesla que es la primera vez que salen de Belgrado. España, después de Serbia y Estados Unidos, es el país más tesliano del mundo”, concluye.
Tesla, como el protagonista de la novela, fue un científico con un punto de ensoñación que vislumbró un mundo mejor gracias a la tecnología. La economía hizo que muchos proyectos suyos cayesen en el olvido. Miguel A. Delgado nos ha devuelto los sueños de un científico singular y al leer sus obras nos hace sentirnos soñadores, algo que se necesita en un mundo tan materialista.
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