La autora barcelonesa ya sabía que era su último párrafo y por eso lo termina con la palabra Mada, la última que escribió, un recuerdo a su tata en los años de niñez. Ana María Matute juntó en ese párrafo el inicio y el final de una vida literaria. Nos dejó su canto del cisne, un canto familiar lleno de demonios de una infancia que no fue precisamente feliz. Por eso, ella era una escritora de finales tristes, finales que en ocasiones la censura le hacía cambiar. No podía permitir otra cosa que no fuese un final feliz. Pero la escritora sabía que los finales no son felices y menos la pérdida definitiva de una de las mejores escritoras españolas del siglo XX, si no la mejor.
A la presentación de su última novela, inconclusa y fragmentaria, como casi todo en este mundo, se citaron amigos y medios de comunicación para rendir un nuevo homenaje. No será el último, porque nos seguiremos juntando para recordar a la escritora del adjetivo preciso, de las historias mínimas que se convierten en grandes y en las historias fantásticas que sólo ella supo contar con esa maestría.
Estando en el Instituto Cervantes no podía faltar su actual director Víctor García de la Concha, quien la recordó como una “persona que se dejaba querer mucho. Le gustaba que la atendiesen, que la cortejasen”, recuerda el anterior director de la Real Academia Española que fue el encargado de mover los hilos para que se convirtiese en académica. En Demonios familiares está todo Ana María Matute. El que la obra sea inconclusa y fragmentaria poco importa. Todo está unido por un hilo conductor que es la memoria”, ha explicado el director en su casa.
Ha recordado el prólogo del poeta y literato Pere Gimferrer, que ha escrito: “cada elemento es real, pero no necesariamente realista, verdadero muy hondamente, pero no necesariamente verídico o veraz”. Ese es el sentimiento de la gran escritora de la posguerra con “la verdad de las imágenes simbólicas” Nada mejor podía explicar la literatura de Ana María Matute, salvo la pertinaz sonrisa de sus labios.
Los editores Emili Rosales y Silvia Sesé no podían faltar a la cita, ya que la tuvieron que acompañar en muchas ocasiones. El editor y poeta señaló que el día de hoy es a la vez triste y jubiloso. Triste porque ya no está y jubiloso porque estamos ante un libro excepcional que “nos transmite el escalofrío de la pérdida y la esperanza loca de los anhelos, todo esto está en Demonios familiares”, afirmó. Silvia Sesé nos recordó que su obra sigue viva y que se están haciendo continuas ediciones en libro de bolsillo y en libro infantil ilustrado.
Después intervino la amiga y transcriptora de su obra, María Paz Ortuño, que ha escrito un epílogo sentido de su gran amiga. “Todo lo que hacía estaba muy pensado. Después de escribir el último párrafo ya no quiso escribir más. Lo hizo a finales del mes de mayo y murió a finales de junio”, recuerda con emoción y también evoca que “a Ana María no le gustaba el ordenador. Escribía siempre a máquina con renglones separados para poder hacer acotaciones. Yo me encargaba de pasarlo todo al ordenador cuando me lo indicaba”.
“Demonios familiares surge de Paraíso inhabitado, su obra anterior. Los demonios los tenía en su propio cuerpo, que no la impedían tener siempre ilusión por escribir”, cuenta su amiga. Para ella era una escritora que se lo podía permitir todo, pero siempre “con honradez y compromiso con sus palabras.
Finamente tomó la palabra otra de sus muchas amigas, la escritora Almudena Grandes, que recuerda “los muchos bolos que hicimos juntas, a raíz de la publicación de la mejor novela fantástica escrita en España, Olvidado Rey Gudú. Como a Ana María Matute le gustaban los adjetivos, Almudena la calificó con tres, pero podían haber sido muchos más, “descomunal, monumental, excepcional”. Poco cabe añadir, sólo que “Ana María Matute es uno/a de los grandes autores que ha tenido la lengua española en el siglo XX. Una mujer que iba por libre y que nos ha dejado muchas páginas de lo más brillante de nuestra literatura reciente. El mejor homenaje que la podemos hacer es seguir leyéndola.
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