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Mar Busquets-Mataix
Mar Busquets-Mataix

La editorial valenciana Germanía publica "Esbozos", el sexto poemario de Mar Busquets-Mataix

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Mar Busquets-Mataix (1966), poeta española nacida en Santiago de Chile. Ha escrito novela, crítica literaria y demás géneros, pero una fuerte vocación le hace sentirse poeta por encima de todas las cosas. Desde su infancia, reside en la ciudad del Turia y es allí donde estudió Filología Hispánica y Comunicación Audiovisual. Ambas disciplinas, la palabra y la imagen, son dos objetivos que se imbrican, en una poética ya diseminada a lo largo de seis volúmenes.

La editorial valenciana Germanía publica 'Esbozos', el sexto poemario de Mar Busquets-Mataix

Los poemarios La pausa (1992) y Los hombres de paja (1996) resultaron ser los comienzos de esta autora, quien consiguió con ellos una gran aceptación entre la crítica. Un tercer poemario, publicado en la década de los noventa, La curva del aire (1997) reafirmó la voz de la poeta en el panorama literario de la época y la consagró y curtió al tiempo que contribuyó a su desarrollo personal.

Con su anterior poemario, Humanos (Els llibres de l’Argila, 2013), la autora ganó el premio Gabriel Miró de poesía 2011. También ha ganado el Vila d’Almussafes (1996) y el Premio Valle-Inclán de la Universidad de Bilbao (1994) entre otros. El pasado 23 de mayo de 2014, Mar Busquets presentó Esbozos en Valencia, concretamente en el Colegio Mayor Rector Peset, y los escritores y poetas Blas Muñoz Pizarro y María Teresa Espasa, prologuista y mentora, respectivamente, fueron los encargados de presentarlo. En Esbozos, según Blas Muñoz, la autora desarrolla líneas argumentales ya apuntadas en su poemario anterior, como también la utilización de técnicas poéticas que hermanan ambos libros y sugieren un vínculo invisible que de alguna forma se continúa en los versos.

El poemario se estructura en cuatro partes: La mirada, Esbozos, El cuerpo y Albada. Bloques que corresponden a las diversas estadías de un amor, en el más completo sentido de la palabra, que nace de la contemplación, para pasar al ensueño y más tarde culminar en la carne; motivo por el cual, la última parte que lleva por título Albada, está llena de melancolía y angustia por la llegada de ese imparable amanecer que separa a los amantes.

Una cita de Cioran abre los versos exonerando de culpa a la voluntad humana, que se ve en todo momento obligada, en el acontecer de la obra poética, por la fuerza de un sentimiento henchido de deseo que trasciende toda fortaleza.

Busquets-Mataix vehicula sus emociones a través de un hablante lírico femenino, para ello, utiliza poemas cortos, de versos -por lo general- breves, pero ungidos de un lirismo cercano a lo religioso. Los versos son en su mayoría blancos, aunque podamos encontrar asonancias por lo libre del verso y consonancias por la iteración -casi siempre- tanto de palabras, como de versos que repiten una forma fija.

Así, y para comenzar un diálogo poético entre el alter ego de la autora y el sujeto de su catarsis amorosa, es la figura masculina, contemplado a modo de dios, quien protagoniza con su voz el primer poema, y para distinguirlo, la poeta escribe sus versos en cursiva. Dicha caligrafía, y por tanto el discurso del ente masculino, irá apareciendo en breves pinceladas a lo largo del poemario, como una intermitente segunda voz lírica, tanto es así, que en el tercer bloque, el arquetípico amador, gozará de nuevo con la totalidad de un poema para expresar la tempestuosa musicalidad de su fuego interno.

El primer bloque está compuesto por cinco poemas, todos ellos sin título, y en lugar de transcribir la apreciación subjetiva de una mirada, como parece anunciar el título, habla -en los dos primeros poemas- de la procedencia del ente masculino, de la fragilidad de ambos, de la idolatría de ella hacia él, la autora poetiza de manera sentimental y pretérita, la nostalgia implícita en la antesala de un amor posible.

El tercer poema es una plegaria: “Ángel silente, / libérame de la quietud. / Ángel oscuro, / libérame”. La protagonista intuye que un contacto real con su venerado partenaire es posible, e invoca a lo divino en un arrebato por impedir ese cisma.

El segundo bloque lo componen seis poemas, tres de ellos llevan título, es aquí sin embargo, donde la mirada del yo lírico adquiere toda su relevancia. Así, el sujeto masculino es contemplado mientras duerme, y como si de una obra de arte se tratase, la capacidad de asombro y atracción de su espectadora van creciendo por momentos. La mirada escudriña cada centímetro del cuerpo y exponencialmente se estremece revelando sueños y fantasías: “Hombre dormido, / sueño / que nunca te despiertas”. El volcánico pálpito que acongoja a la protagonista, es tan erubescente como lascivo, tan pecaminoso como sacramental: “…tomarte / en este momento en que tu cuerpo / se ha elevado / por encima de los nombres / y atraviesa, / cauces de piel y río, / lavas y enigmas, / y lame con lentitud o gime…”.

De esta forma llegamos al inesquivable y esperado encuentro entre los cuerpos, tercer bloque. Una devocionaria hoguera de sentimientos próceres y deslumbramiento icástico.

El primer poema de este bloque, y más extenso del conjunto, está encabezado por una cita (anónimo de mujeres afganas) y es el primero en ser dialogístico. Los dos personajes componen el poema con versos intercalados en súplica demanda de protección y amparo: “Ángel pequeño / de terribles alas, / libérame de la quietud: / de la quieta espina, / del quieto oro, / y no me beses nunca”. A través de la unción del tacto se desencadena un proceso de inveterados instintos que florecen y se enlazan en la unívoca pira del erotismo: “Y tu fragilidad tocó la mía / y se dieron la mano, / y tu docilidad venció la mía, / y pusiste nombre / a despertares nuevos…”. Un bautismo que convierte la percepción de los enamorados en una reconfiguración a escala mínima, y cada pequeño detalle es una explosión de placentera celebración: “Llueve por mis caderas, por mis pies, / llueve en el mediodía posible / en mañanas oscuras llueve / llueve en tu cintura, en la mía / llueve despacio / llueve hacia adentro…”. Es entonces cuando la lluvia, el silencio, una caricia, buscan un nuevo significado en el otro, el anhelo, la aceptación, y la poeta alcanza cotas de surrealismo: “Tus pies en mis pies / cabalgando estrellas, / caracolas marinas en bolsillos, / levedad, / la luz de los paisajes / un nombre en las miradas, / ya van volando, / caracolas marinas en los bolsillos”.

Albada es el cuarto y último bloque, un canto dividido en ocho poemas, tres de los cuales abordan el silencio: “…clara viene la noche, y desnuda / cuando la noche entra en ti, / alumbrando / el silencio de los cuerpos”. Un silencio que devuelve al ser humano a su primigenia soledad, esa soledad que es tan densa como la misma noche. El amor inunda los cinco poemas restantes, un lamento de amor que se resiste a desfallecer hasta el último momento; “…y entonces me imagino / buscándote en tus ojos, / que no son lo real ni mucho menos, / pero son tus ojos…”. En el último poema, pese al dolor, a la desposesión, pese a lo absurdo de conocer el paraíso para acabar en soledad, la protagonista enamorada, reconoce haberse entregado con devoción a la “obligada” tarea de amar, y cierra su particular ceremonia con unos versos esclarecedores: “Te amé / como se ama a todos los seres a los que se ama, / en ese amar imantado aunque frágil, / que no es amar de hombres, / sino amar de hambre…”.

Esbozos nos revela lo efímero del amor, lo atávico del deseo, lo esencial de nuestros instintos más primarios que a fuerza de pasión nos guían, a veces, amordazados, en busca de nuestra identidad.

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