Ernest Hemingway y Martha Gelhorn; Gerda Taro y Robert Capa; Arturo Barea e Ilsa Kulcsar vivieron la Guerra Civil de diferentes maneras. Todos tuvieron un denominador común: el periodismo. Pero los seis trataron el tema de diferente manera. Ernest Hemingway y Martha Gelhorn cubrieron la guerra como enviados especiales. Nunca se enteraron bien de lo que vivieron porque sólo buscaban una buena historia para escribir una novela. Fueron los más famosos pero, también, los más superficiales y pueriles.
Gerda Taro y Robert Capa fueron dos fotoperiodistas que implantaron una nueva forma de hacer el periodismo. Pegados al terreno, se jugaron la vida para sacar fotografías llenas de vida. Gerda Taro encontró la muerte cuando volvía de visitar el frente de Brunete en un atropello estúpido de un tanque republicano. Robert Capa, que en esos momentos no se encontraba en España, nunca superaría la muerte de su amada.
Arturo Barea e Ilsa Kulcsar vivieron el periodismo desde el otro lado de la barrera. Fueron censores de la oficina de propaganda republicana, siempre buscaron la verdad, creían en la verdad y eso les costó la persecución por parte de las autoridades comunistas de la República. Su historia es de las que dejan huella y ellos sufrieron la guerra en sus entrañas, sobre todo Barea, que ya no volvería a ser el mismo desde esos días de dolor.
Los seis tuvieron en común que estuvieron alojados en el Hotel Florida o fueron a comer a su restaurante en numerosas ocasiones. Parte de su vida giró alrededor de esas habitaciones de hotel que eran bombardeadas desde el cerro Garabitas, de la Casa de Campo, en innumerables ocasiones. Unos bebían mientras sonaban los cañonazos, otros amaban y Barea no soportaba el ruido continuo de las explosiones.
Por el Hotel Florida pasaron muchísimos corresponsales de guerra, escritores y militares de las Brigadas Internacionales. Era un hotel de diversión que parecía ajeno a la batalla que se libraba a poco más de un kilómetro de allí. Algunos pasaban las noches bebiendo, bailando o jugando al póker mientras la población sufría la escasez de alimentos y el frío helador del invierno.
Amanda Vaill ha escrito un libro de historia con una sensibilidad y ecuanimidad digna de elogio. Todas las historias que cuenta han sido lo suficientemente contrastadas con diversas fuentes y, sin perjuicio alguno, ha buscado y encontrado la objetividad que la mayoría de los autores no consiguen. ¡Qué diferencia con los autores españoles y británicos que nos tienen acostumbrados a manipular los hechos! Además, el libro tiene la frescura de haber sido escrito por una periodista que no es historiadora, lo cual le da mucha más fuerza. Porque el libro no es que se lea como una crónica, que lo es, sino que se lee como si fuese una novela que engancha desde la primera página.
Hotel Florida mantiene la máxima de “verificar la verdad de los hechos cuando se escribe una historia sobre el pasado”, por eso escogió a seis personas características y que están alejadas de los extremos, aunque alguno pecaba de ello. Los corresponsales rusos y sus comisarios políticos no podían ser los protagonistas de una historia que huye de la manipulación. Bien es verdad que el protagonismo de Hemingway nos parece excesivo por lo vacuo que resulta y lo demasiado apegado que está al partido comunista.
En el libro aparecen muchísimos otros escritores y periodistas mundialmente conocidos y que estuvieron en España durante la guerra. La historia sobre John Dos Passos intentando salvar a su traductor y amigo José Robles Pazos merece la pena ser leída, aunque Ignacio Martínez de Pisón ya nos desentrañó esa historia. La rivalidad entre Dos, como se le conocía, y Hemingway alcanzó su cenit durante la guerra civil, llegando a enfrentarse verbalmente en varias ocasiones.
Ni que decir tiene que la postura de John Dos Passos fue siempre coherente y entendió a la perfección los acontecimientos de nuestra guerra, mientras el premio Nobel solo se quedaba en la anécdota. Una sola página de la literatura de Dos Passos equivale a toda la obra de Hemingway, bravucón donde los haya. Y lo mismo sucede con la obra de Arturo Barea, que sí supo relatar con verosimilitud nuestra historia.
Todo ello y más está contenido en la páginas escritas por Amanda Vaill, que nos ha dado una lección de cómo se debe escribir un libro de historia para hacerlo ameno a la par que riguroso, interesante a la par que fidedigno y, sobre todo, ecuánime a la vez que preciso. Libros como éste, vamos a encontrar pocos en el yermo de nuestra historia.
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