El Lobo, como él mismo cuenta en el epílogo de la novela, estuvo infiltrado en ETA durante dos años. Su infiltración dio como resultado la captura de 326 militantes de ETA y otros 50 del FRAP. Como verán, es una cifra realmente espectacular que le acarreó el no poder volver a pasear por las calles del País Vasco, donde los etarras pusieron precio a su cabeza y empapelaron en su día todas las calles de su tierra.
En el libro, y en la realidad, siempre hubo una queja por su parte de que las autoridades no le trataron como se merecía. En España no sabemos reconocer a nuestros héroes y los corruptos políticos, con sus tejemanejes, han primado más sus intereses que los de la población. En la novela, esta queja sobrevuela por casi todas sus páginas. Y algo de verdad habrá cuando lo dice el mayor especialista sobre nuestro sistema de inteligencia.
Partiendo de hechos verídicos, Fernando Rueda ha dado rienda suelta a su imaginación para componer una ficción política de unos sucesos que no ocurrieron. ¿O sí? Unos posibles atentados a tres símbolos neoyorkinos un año después del 11-S que no llegaron a cometerse, pero eso no es lo realmente interesante de una novela que se mueve a un ritmo entre desbordante y reflexivo. Y me explico.
Estamos acostumbrados a leer thriller vertiginosos donde los hechos se desarrollan de forma sorprendente, pero que tienen una cualidad negativa: la imposibilidad. Nadie que lea a Dan Brown puede tomarse en serio ni lo que cuenta ni cómo lo cuenta. Se mueve en terrenos entre lo fantástico y lo grotesco. El regreso de El Lobo tiene la principal virtud de la verosimilitud. Todo lo que cuenta está razonado, explicado. No se saca nada de la chistera como esos narradores estadounidenses y eso se refleja muy bien en la forma de proceder de los espías de la CIA en contra de los españoles del CESID.
Frédéric Leblanc es un jubilado espía del servicio de inteligencia español al que solicitan sus servicios cuando es localizado El Lobo en Dubái. Leblanc es el contrapunto a los espías norteamericanos Olson y Taylor. Éstos, acostumbrados a jugar a lo grande; aquél, a sacar las castañas del fuego con pocos recursos y haciendo gala de su inteligencia por encima del músculos de los americanos.
Leblanc es la parte reflexiva de la novela, el que no da ninguna puntada sin hilo y no se deja llevar por las prisas del momento. El contrapunto entre estos dos estilos lo da la agente Samantha Lambert, espía correosa y concienzuda cuyo defecto son sus sentimientos. Es una espía humana, no un saco de músculos con unas gafas de sol. Una espía que no cierra su corazón al amor y a lo que pueda venir.
Cuando esa mujer se cruza con Mikel Lejarza saltan chispas. Fernando Rueda las sabe tratar de forma creíble. Labor complicada, pero que resuelve con solvencia el escritor madrileño y que da un tono humano a una complicada trama que el escritor maneja con ritmo.
El regreso del El Lobo no necesita explosiones ni palizas para mantener un ritmo vivo. Es un thriller donde el perfil psicológico de los protagonistas predomina en la trama y donde las conversaciones entre ellos nos van dando las claves. Es un juego de ingenio donde el lector, en ocasiones, se siente superado por los acontecimientos. Una novela inteligente para lectores que quieran desafiar sus conocimientos sobre el espionaje actual. Bueno, de hace unos diez años.
En la novela, Fernando Rueda vuelca todo su saber sobre los servicios de inteligencia mundiales, además ubica el desarrollo de la novela en puntos candentes de la actualidad. Sus descripciones son reales, meticulosas, sin dejar nada al azar. Y la composición de los protagonistas tiene el colorido de personas que se salen de toda regla, de toda norma preestablecida.
Estamos, pues, ante una novela que nos hace disfrutar con su lectura, que desafía a nuestra inteligencia y donde todo cuadra como un puzle gigante. El doble juego, las dobles verdades, nos inundan con un lenguaje ecléctico donde sumergirnos, para pasar unas horas entretenidas en las que no podemos ni debemos dejar la lectura.
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