Uno de los aciertos indiscutibles de esta novela es su protagonista-narrador, un demente paranoico y encantador que lo mismo habla de Spinoza mientras una prostituta le aprieta los testículos, que cita a Borges y a San Isidoro, o bucea en la mitología griega buscando arquetipos modernos mientras intenta escapar de unos matones atropellando a su paso a quien se ponga por delante. Rubén Ondarra es un pensador enganchado a los videojuegos; todo un filósofo de lo cotidiano trufado de Groucho Marx, con una mente algo perjudicada que produce elucubraciones surrealistas con delirios paranoides y que mezcla la realidad con Dragones y mazmorras.
Álex de la Iglesia se ríe de sí mismo, de todo y de todos con una ironía feroz que, en ciertos momentos, sin embargo, tiene un cierto tinte melancólico.
Ondarra es una especie de pícaro del siglo XXI, pero la parte del pícaro que más sufre. Tiene también reminiscencias de ese personaje inolvidable sin nombre de Eduardo Mendoza, sufridor impenitente de las calamidades del mundo. Pero Rubén no está solo. Junto a él se encuentra Satrústegui, el enloquecido amigo que una vez intentó, sin éxito, dominar el mundo montado en una excavadora robada en las obras del metro de Bilbao y que será quien desate los demonios que Rubén tenía adormecidos y le acompañe en su bajada a los infiernos.
Álex de la Iglesia construye una inteligente y delirante metáfora de nuestro tiempo, de sus sinsentidos, sus contradicciones salvajes, sus personajes esperpénticos y su futuro apocalíptico. Como un juego de rol, los acontecimientos se desarrollan con una lógica propia, desconocida para el común de los mortales, pero que arrastra al lector como un tsunami. La locura del protagonista, sus actos dementes, tienen de fondo un Madrid como anestesiado, donde los transeúntes asisten impávidos a los acontecimientos sin saber qué hacer. Una ciudad de obstáculos físicos y mentales, como el de la cola del Starbucks:
Original cineasta como es, Álex de la Iglesia despliega en este libro una auténtica catarata de imágenes a cual más impactante y desternillante. Carreras, persecuciones, accidentes sin fin, atropellos, heridos, mulas ciegas y matonas nigerianas, todo un despliegue de imaginación y sentido del humor con un impresionante y sorprendente colofón final que coloca todo en su sitio. O no.
Una novela imprescindible para los amantes de la tradición más auténtica del humor negro español, del comic, de los juegos de rol, de lo truculento, de las historias donde nada es lo que parece y por supuesto, de la filmografía de un Álex de la Iglesia en estado de gracia
Bruno Kossovsky es uruguayo y uno de los dibujantes de cómic más revolucionarios e influyentes del mundo. Rubén Ondarra es su editor y está desesperado por encontrarle. Kossovsky tendría que haber entregado ya el original de su nueva obra y no aparece por ningún lado. El puesto de trabajo de Rubén corre peligro así que el editor se lanza a la búsqueda del dibujante por las procelosas calles de Madrid. Hay que decir que Rubén se encuentra en un momento bastante delicado de su vida. Fue abandonado hace algunos años por Montse, el amor de su vida, y desde entonces no ha dado pie con bola. La desaparición de Kossovsky podría ser la puntilla que destruyera su precario equilibrio mental.
Su primera parada, como es lógico, es en la casa del dibujante. Allí, a pesar de la actitud extraña del portero, descubre que el piso de Kossovsky ha sido asaltado por unos desconocidos que han agredido a la asistenta y que esta se encuentra ingresada. Ya en el hospital, Rubén se encuentra con una mujer muy vapuleada que, en su confusión, confunde a Rubén con Kossovsky y le entrega las llaves de la casa.
Después de una procelosa incursión en una casa oscura llena de obstáculos y de accidentes, Rubén consigue abrir el ordenador del dibujante desaparecido. Lo primero que aparece en la pantalla es un inquietante cuadro de Durero, Melancolía, que produce en Rubén un desasosiego extraño. Recuerda que Kossovsky ya le había hablado de ese cuadro e intuye que puede contener las claves para encontrar al dibujante desaparecido.
Desgraciadamente, la torpeza habitual de Rubén hace que destroce el ordenador sin poder seguir investigando, no sin antes descubrir el comienzo de una carta dirigida a una tal Montse. ¿Será esa Montse su Montse? ¿Tendría Kossovsky una aventura con su exmujer? ¿Se habrá escapado Bruno con Montse porque no había sido capaz de terminar el encargo de la editorial?
Confundido, decide acudir a la Biblioteca Nacional para seguir investigando el cuadro de Durero. Pero para ello tiene que cambiarse de ropa, ya que la suya se ha destrozado durante la incursión en el piso. Así que se pone una camisa y un pantalón blancos y algo tiesos que Kossovsky tenía en la lavadora, una “trama secundaria” de la historia que le traerá muchos sinsabores.
Y será en la biblioteca donde comience el viaje delirante de Rubén. Primero, por tener que dejar fuera de juego a los vigilantes de la entrada que, vista la pinta de Rubén, no le permiten entrar a pesar de su carné de investigador. Y después, y más importante, porque dentro se encontrará con Satrústegui, un antiguo compañero de psiquiátrico, al que creía muerto, con el que comenzará una espiral delictiva que les llevará de las calles de Madrid a las de París y, finalmente, a Eurodisney, donde Rubén descubrirá toda la verdad sobre su vida.
Un delirio desternillante, ejemplo del mejor humor negro español
Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) es director, productor y guionista de cine. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Deusto, en 1991 realiza su primer corto como coguionista y director, Mirindas asesinas, que acaparó premios en numerosos festivales y sirvió para que Pedro Almodóvar se animase a apadrinar su primer largometraje, Acción mutante (1993), que fue doblemente galardonado en el Festival de Cine Fantástico de Montreal y consiguió tres premios Goya. A esta película le siguió El día de la bestia (1995), que cosechó seis goyas. Desde entonces, Álex de la Iglesia ha ido sumando éxitos muy variados, tanto en temas como es repartos, oscilando entre producciones ambiciosas destinadas a un público internacional, y otras más apegadas a la tradición española, con toques de esperpento y humor negro. Destacan Perdita Durango (1997), Muertos de risa (1999), La Comunidad (2000), 800 balas (2002), Crimen ferpecto (2004), Los crímenes de Oxford (2007), Balada triste de trompeta (2010), ganadora del León de Plata a la mejor dirección y mejor guión en el Festival de Venecia, y Las brujas de Zugarramurdi (2013), ganadora de ocho goyas y dos fotogramas de plata.
Ha dirigido también series de televisión como Plutón B. R. B. Nero. Fue Presidente de la Academia de Cine entre 2009 y 2011 y autor de la novela satírica Payasos en la lavadora (2009), precuela de la actual Recuérdame que te odie. a filmografía de un Álex de la Iglesia en estado de gracia.
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