La literatura sirve para desengañarnos sin poner en riesgo el pellejo (ponemos en riesgo cosa más querida, el alma); sirve, además, para atizar la mohína, que descifrada se torna risible, según la teoría clásica sobre la comedia que Aristóteles plasmó en su "Poética". La obra de Goethe, aunque simula ser marmórea apoyatura moral, remedio de cuitas wertherianas, no lo es. ¿Qué hacer después de leer, de soñar toda una tarde las fantasías del autor del "Fausto"? "Harto de prodigios", como dice el "Arte poética" de Borges, buscar las asperezas de Heidegger o de Kant. No se ha urdido una ciencia de la lectura, una que enseñe a combinar los géneros para allegar el mayor placer.
Recuerdo que la primera vez que leí la mayor obra de Heidegger, "Sein und Zeit", me hice preguntas importantes sobre la existencia humana. Luego, investigando qué era la existencia, me topé con Montaigne y con el "existencialismo" de Sartre, dramatización de la "nada", la "nada" hecha escenario (¿no quería Sartre ser dramaturgo?). Entre Heidegger y Goethe está, pienso, Schopenhauer, filósofo que no temía, según cuenta su biógrafo, el agudo Safranski, ser el objeto mirado por el arte. Uno cree que mira el arte, que lo examina, que lo critica, mas no sabemos si es el arte cosa viva, con consciencia, ente eterno con gestos tan lentos, tan duraderos, que no logramos percibirlos. El arte, como decía Goethe, puede ser la obra
"Von jenem Mut, der früher oder später
Den Widerstand der stumpfen Welt besiegt",
es decir, la obra de un "valor que tarde o temprano puede con la vil resistencia del necio mundo". Sufrir, llorar, gemir, suspirar, gritar, redactar versos traidores, libros de filosofía para políticos, tomos de historia ficticia y tratados lógicos para enloquecer a la humanidad, son algunos de los modos que los hombres más altos, sensibles, es decir, despiertos, tienen para "habérselas" con el mundo.
"Habérselas" nada tiene que ver con "sentir", con "observar", con "contemplar", con "luchar"; "habérselas" es saberse en el mundo, "en él", pero también a causa de él. Heidegger explana qué significa "estar en el mundo"; Goethe, en tanto, narra cómo debería ser el mundo, y Schopenhauer, analizando la vida a través de la poesía de Goethe, se ocupa de lo excelso y de lo terrible del mundo, de lo excelso y terrible "que-hay" en el mundo. Leer a Schopenhauer nos diviniza la tierra y nos humaniza el cielo, nos mueve a flotar como dioses, a ir en volandas sobre el imperativo categórico kantiano, pero también nos acucia para que entendamos que el arte es "suspensión".
¿Qué es eso de "suspensión"? El genio del idioma le da a la palabra "suspensión" varias significaciones, tales como "detención" y "sorpresa". El arte debe "sorprender", debe ser una nueva perspectiva de la vida, nuevo espacio; y debe también paralizar, detener, "cancelar" eso a lo que llamamos "tiempo". Una obra de arte, sostendría Góngora, poeta con que el helenista Alfonso Reyes paliaba sus fatigas filológicas, es "muchos siglos de hermosura en pocos años de edad".
El césped, el árbol, el viento, el bosque, el odio, la ira, son todos objetos, ora ideales, ora reales, que encajan perfectamente en nuestro entendimiento, siempre sensible, siempre dispuesto a intuir, que es incluir (Wittgenstein). Pero el arte no es objeto real ni ideal: es otra cosa, es algo que altera nuestra sustancia, algo que nos paraliza, que nos bonifica y nos beatifica, algo que nos convierte en objeto.
La obra de arte no se deja incluir en las series de objetos que nuestra percepción acumula día tras día. ¿En qué parte de nuestras galerías memorísticas pondremos el retrato de Van Gogh que hemos visto? ¿Lo pondremos entre otros retratos? No. El retrato de Van Gogh, por ser una obra de arte, captación de un modo de "habérselas" con el mundo y no sólo de gestos y colores, de líneas y texturas, dejará de ser retrato entre retratos y se hará observador, o rey que sueña (como en la obra de Carroll), o vórtice (según el "Imaginismo" poundiano). ¿Lo colocaremos entre las reliquias religiosas? No. Las reliquias representan, mas no tienen vida. ¿Lo acomodaremos junto a otros retratos igualmente insignes? Tampoco. Dos pinturas juntas, como dos versos pronunciados a una, son una contradicción, casi una herejía, una polifonía que sólo mentes como la de Dostoievski, a decir de Bajtín, podrían tolerar.
El arte, y sobre todo la gran literatura, "habla viva", es la representación del presente más puro de cualquier pueblo. Refiere Borges que a Carriego, poeta argentino, le dolía vivir en un continente abandonado en el que nada importante acaecía. Borges, gran lector de Berkeley, razonó que tan relevante es lo que acontece en Chicago como lo acontecido en París, en Bruselas o en la pulpería más olvidada de cualquier pampa. Arguedas, escritor del Perú, en su discurso "No soy un aculturado" trata el mismo tema; dice: "En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo".
Arguedas arremete no contra Europa, sino contra el propio peruano, que como casi todo latinoamericano desprecia lo propio, lo que se traza, esculpe o versifica en tierras propias, todavía incultas y que borbotean azules, verdes y amarillos no gastados por la fricción de la palabra... poética. Siempre he pensado que la palabra "arte", que significaba "técnica", no sirve para definir o describir lo que en América se hace a guisa de arte o se tiene por arte. ¿Será el arte americano una modesta alegoría del arte europeo? ¿Será el arte europeo alegoría del griego? ¿Era el arte griego realmente griego? No intentaré responder en tan sencillo artículo tamañas cuestiones.
El análisis de cualquier técnica artística, sea el octosílabo, el puntillismo o el peculiar uso de la fricción de Boulez, nos enseña que "técnica" es "mecánica", mas una sometida más al capricho del hombre que a las simples fuerzas físicas o químicas. "Técnica", es claro, no es improvisación, aunque mucho de ésta hay en ella. Pero improvisación tampoco es pura espontaneidad. Un mico con una guitarra no hará música, así como de la máquina de una capaz mecanógrafa no brotarán versos porque sí.
Arguedas, ya lo sé, hablaba de la "técnica" como se habla de la "ciencia", de la "tecnología", que bien miradas también son arte, singularísimos modos de "habérselas" con el mundo. "Habérselas" es improvisar, aunque también es planear. Toda planificación es una "detención" y toda improvisación es un "sorprenderse". El arte es "sorpresivo" porque nos muestra cómo un hombre pudo convertir su espontaneidad, su modo improvisar, de "habérselas" con el mundo, en plan, en programa, en mecánica, en técnica. Cuando el actuar espontáneo y efectivo se transforma en técnica, en movimiento asequible para cualquier palurdo, podemos decir que hay progreso, escuela.
Mis meditaciones estéticas, más que apurar una teoría nueva sobre el arte pretenden incitar al lector a preguntarse sobre lo que está allende la "improvisación" y la "maestría", esto es, el genio, el entusiasmo y la inspiración. ¿Podremos algún día inspirarnos mecánicamente o instaurar una religión del arte? ¿Podremos hacer del genio, esencia de dioses, un asunto de grado, filosófico? ¿Qué ganaríamos y qué perderíamos? ¡Cuidado, que en los asuntos del alma no hay vuelta atrás!
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