Mientras las ciencias naturales estudian "identidades materiales" (pólvora, fonética, cerebros, astros), las sociales lo hacen con las "formales" (guerra, poesía, emociones, astrología). Toda "forma" oculta una substancia o representa en sí misma, con su piel, cierta substancia. El naturalista corona sus labores con el análisis y el sociólogo con la síntesis. Pero el naturalista primero se pregunta por la autenticidad de las síntesis que observa, por los componentes de la hermosa piedra, de la misteriosa rana o de la eterna estrella, y luego procede a la vivisección o fragmentación; por otro lado, el sociólogo primero se interesa por la autenticidad de los análisis que estudia y que han sido hechos por otros sociólogos.
Los naturalistas tienen una gran ventaja: trabajan con "identidades" que cambian lentamente y que no están del todo sujetas a la opinión de los hombres. El murciélago será murciélago y el desnutrido un desnutrido le pese a quien le pese, mientras que la pobreza no será siempre pobreza para todos, ni el estúpido un estúpido.
Decía Kant, filósofo penetrante, que los juicios u opiniones, para ser válidos, deben ser universales. ¿Es posible el saber universal en las ciencias sociales? No; lo que sí es posible es encontrar una "gramática social", si me permiten usar tales términos, una que explique cómo las sociedades se relacionan y se entienden a sí mismas. Todas las sociedades humanas viven en el planeta, luego, todas tendrán algo en común (Lévi-Strauss).
Meditemos. ¿Cómo es posible que dos "identidades" hechas "a priori", como Dios y la Causalidad, se unan para formar otra, como la Esperanza? ¿Cómo separarlas sin deformarlas, sin hacerlas maniqueísmo o deísmo? Podemos hacerlo de dos modos: rompiendo o desarmando. Decía Lenin que el proletariado sólo se liberaría de la burguesía "rompiendo" el Estado, haciendo imposible su reconstrucción. Pero sigamos. Un poema de un autor argentino que no mencionaré para no sobrecargar su atención, insignes alumnos, cuenta la historia de un hombre que camina a la "media noche" por una "calleja de antigua cepa moruna" y que encuentra la "traición" de su amada, la cual resuelve con una "pistola" que hace brotar un "borbotón de "gran sangre española". ¿Qué sucede si eliminamos de la historia algunas informaciones, tales como lo "nocturno", lo "moruno" y lo "español"? Que rompemos la historia, deformándola. Romper con elegancia no es desarmar o analizar.
Resulta que lo que más importa en la historia es lo "nocturno", lo "moruno" y lo "español", y no la pasión amorosa. ¿No es el amor entre Lela Zoraida y el Cautivo, personajes del "Quijote", amor puro porque la una es mora y el otro cristiano, español? Prosigamos. Asesinatos pasionales hay por doquier, en Veracruz y en Chicago, en Palermo y en Sevilla, en la Universidad Madero y en Harvard, es decir, que los temas del amor y de la muerte no nos sirven para conocer la peculiaridad de un "hecho social". En cambio, si tratáramos de imaginar cómo es la "media noche" en una "calleja de antigua cepa moruna" para un "traicionado", nuestros conceptos de amor y de muerte cambiarían.
Al leer cualquier mito deberemos interesarnos antes por las descripciones, instrucciones y adjetivaciones que por los temas (Wittgenstein), pero practicando, según dice un poema de Carriego, la virtud de la "indiferencia". "Indiferencia" no es igualdad. Tres o cuatro cosas iguales o harto parecidas pueden parecernos dignas de interés (Marte, Venus, Júpiter), mientras que tres o cuatro cosas peculiarísimas pueden simplemente aburrirnos (el "Ramayana", Henri Matisse, la "Torá"). El siguiente cuarteto, a guisa de axiología científica, nos servirá para estudiar los "hechos sociales":
"Hermano, ya lo ves, ni una exigencia
me reprocha la vida… así me agrada;
de lo demás no quiero saber nada…
practico una virtud: la indiferencia".
Primera enseñanza: hacer del tribal nuestro "hermano", ver en él "lo" humano, lo que tenemos con éste en común; segunda: trabajar sin exigencias, esto es, buscando todo y nada; tercera: poner atención en el "mundus" que vemos y tratar de olvidar el que nos hizo hombres. Aceptar las leyes del "mundus" que escrutamos es aceptar su "gramática", el modo en el que en él se unen o forman las "identidades".
El filósofo Berkeley, en la introducción a sus "Principios del conocimiento humano", afirma: "Todo el mundo está de acuerdo en que las "cualidades" o "modos" de las cosas no existen por sí mismos y separados de los demás, sino que están –por así decirlo– mezclados y combinados en un mismo objeto". El color es una cualidad que sirve para saber, por ejemplo, si algo existe o si no existe, si vive o no, si la sangre está viva o muerta o si el metal arde o no. Luego leemos: "No es que el color o el movimiento existan si la extensión, sino sólo que la mente puede formarse a sí misma, por abstracción, la idea de color sin la extensión y la de movimiento sin la de color y la de extensión". Nosotros, sociólogos, al mirar el color rojo del líquido libado en tal o cual ceremonial, lo separaremos de la "extensión", pero además del significante cultural al que está adherido, para no leer en éste "ardor", "vida", "amor" o "pasión".
Los prejuicios, preconceptos y prenociones, aceptémoslo, tienen que "romperse", pues de otro modo no nos dejan libres para observar sin atavismos. Nuestros conceptos siempre representan algo así como un "valor de uso", cuando deberían representar, si realmente queremos observar libremente, un "valor de cambio". No podemos interpretar los conceptos de los tribales con nuestros conceptos, pero sí buscarles equivalentes. Marx diría que lo que para nosotros es sed corporal para otros es sed espiritual.
¿Dónde buscar tales conceptos intercambiables? En la historia ajena. Es en la historia donde las "identidades" se confunden, donde lo mineral se convierte en lujo, por decir algo. La literatura ofrece hermosos ejemplos que bien ilustran nuestras aseveraciones. ¿Quién cambiaría el "Pedro Páramo", de Rulfo, que es obra de placer, por "El Capital", de Marx, que es obra de ciencia? Ezra Pound, que decía que el arte es ciencia, registro fiel de la humanidad.
Páramo, luego de oír el grito de un muerto, dice: "lo oí aquí, untado a las paredes de mi cuarto". Páramo troca lo que es sonido en algo pastoso, en algo que la piel puede sentir. ¿Pero lo que para nosotros es terrorífico también lo será para otros pueblos? ¿Cómo saberlo? "Rompiendo" nuestra epistemología y "desarmando" la historia ajena, determinando qué calificativos y no qué cosas causan terror en nuestro sujeto de estudio. J. Habermas, citado por W. Adorno ("Teoría analítica de la ciencia y la dialéctica"), afirma que una sociedad "no mantiene ninguna vida propia por encima de los componentes que aúna y de los que, en realidad, viene a constar. Se produce y reproduce en virtud de sus momentos particulares". Sólo la "indiferencia" nos permitirá conocer cuáles son los momentos álgidos de un pueblo, momentos en los que lo "moruno", lo "nocturno" y lo "español", por ejemplo, causan inquisiciones, expulsiones, matanzas o sectas.
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