Con su anterior obra, Las cuatro esquinas, un magnífico libro de relatos con el que consiguió el Premio de los Libreros de Madrid y el Premio Francisco Umbral al libro del año, "fue para mí una magnífica satisfacción: me gusta que la gente del gremio me reconozca. Es un honor", dice orgulloso. Desde entonces ha sido encumbrado al Parnaso de la literatura capitalina. Los ingenuos puede considerarse una continuación de esas esquinas de la villa y corte. Basta leer sus páginas para darse cuenta de que los ojos de Manuel Longares miran deformados pero certeros, como lo hacía el gran Valle-Inclán en el callejón del gato.
Sobre los mimbres de los cuatro largos relatos o novelas cortas de Las cuatro esquinas se ha desarrollado la nueva novela en la que "sigo apostando por la línea experimental, más por el sentido de concebir la historia y desarrollar el argumento en sí", explica el periodista madrileño en la conversación que mantuvimos en una céntrica plaza madrileña aledaña a las calles por donde se desarrolla su novela.
"Yo llevo en el cuerpo la pretensión y la idea de que la literatura es un ejercicio de vanguardia", apunta risueño y añade que "no concibo hacer una novela con los mimbres de Pepito conoce a María, creo que en el ejercicio literario debe haber algo más y ese es el experimento de vanguardia". Es algo que se nota en la selección de los personajes, casi todos ellos modestos, pero con una vida digna de ser contada.
La novela está concebida en tres partes, la primera nada más terminar la guerra civil, la segunda se desarrolla en los años sesenta y la tercera en el otoño de 1975. "Son tres secuencias significativas en el proceso que se desarrolla desde la posguerra a la muerte de Franco", apunta y reconoce que "en mi concepción de la novela, no era posible una cuarta secuencia o periodo".
La novela se desarrolla alrededor de una familia humilde de porteros de la calle Infantas y de una tertulia de aragoneses que se desarrolla en un bar cercano. Esas personas humildes quedan reflejadas a la perfección y para ello buscó un emplazamiento muy específico. La calle Infantas cerca de la Gran Vía le daba pie a mezclar dos mundos en un espacio muy pequeño. Por una parte esa Gran Vía, que se denominaba entonces avenida de José Antonio pero que nadie la llamaba así, donde confluía el negocio y la riqueza y donde no vivía casi nadie porque los edificios eran de oficinas o cines, y la calle Infantas, donde vivían personas normales y corrientes que estaban a un paso del lujo pero que no participaban del mismo, sólo lo veían pasar. "Siempre me fascinó que la riqueza y la miseria estuviesen a un palmo de distancia", dice.
El título de la novela Los ingenuos es muy sugerente y atractivo para lo que está pasando en nuestro país, como ya ocurrió en los tiempos pretéritos del franquismo, "antes que madrileños o españoles, los seres humanos somos ingenuos hasta que algún revés nos despierta", apostilla. Sin embargo, parece que, en la actualidad, los reveses tienen que ser muchos para reaccionar.
Los protagonistas de la novela no participaron en la guerra, no fueron perseguidos por ninguno de los bandos, "fueron personas que no participaron activamente, sólo sufrieron las desgracias", recuerda. Padecieron el hambre, las bombas; de hecho los dos protagonistas se conocen en un refugio antiaéreo durante un bombardeo. El amor surge en el lugar más inesperado. Así terminan padeciendo, sin ser perseguidos, a los dos bandos.
Pese a ser una novela muy madrileña, Manuel Longares sostiene que "yo no participo del casticismo costumbrista del XIX. Mi consideración de la ciudad es diferente", más actual y más centrada en las personas que en las costumbres. Sin embargo, ese halo costumbrista se refleja en algunas escenas de tertulia donde los participantes cantan unas coplillas, bien de Miguel Fleta, un par de ellas, o bien del propio autor que ha hecho un trabajo magistral y original, "dándole al octosílabo o al endecasílabo" y que recomiendo su lectura. Todas ellas con humor y originalidad, de tal forma que no parecen haber sido compuestas en la actualidad y parecen de aquellos tiempos.
El lugar favorito del novelista en su libro es "la confluencia de la calle Marques de Valdeiglesias con Reina", donde todavía hay un cierto casticismo y su personaje favorito de la obra es Modes, la hija de los porteros de la finca de la calle de Infantas.
Su forma de trabajar los textos es cada vez más clara y sencilla, con ese deje de vanguardismo tan caro del autor. Los manuscritos de sus obras salen siempre directamente al editor, "soy mi único lector": sólo tiene en cuenta la opinión de amigos y profesionales después de terminar el trabajo. De ahí que tenga muchas simpatías por su editor Joan Tarrida y los editores modernos. "Los escritores nos jugamos nuestro trabajo, pero los editores se juegan su dinero", concluye.
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