Muchos libros interesantes duermen el sueño de los justos por no tener una conveniente distribución y, lamentablemente, no pueden ser conocidos como se merecen. Una mansión en Praga es uno de esos libros que merecería una buena distribución por su calidad, tanto por la forma, -es una novela muy bien escrita-, como por el fondo, una trama poco convencional y muy original. Rocío Castrillo está empeñada en dar a conocer su novela y para ello no para de trabajar. Tantos años de trabajo demandan que se le haga caso.
"La novela la terminé hace cuatro años, pero no he parado de corregirla y retocarla hasta el mismo momento en que se publicó", nos dice orgullosa, pero también con un punto de melancolía porque la distribución de la misma hace aguas estrellándose en los procelosos acantilados de la costa de la muerte gallega, cerca del lugar donde se ha editado la obra que tiene una muy cuidada portada, creación del actor y, por supuesto, pintor, Miguel Mota, muy conocido por sus trabajos en televisión y teatro.
Muchos años de documentación, muchos meses de escritura y, otra vez, muchos años buscando un editor es demasiado tiempo para dejar dormir la novela en el olvido. Por eso, la escritora almonteña está peleando para que se conozca su obra. Lo mismo hizo con su página web http://abremeloya.over-blog.es un conocido y muy visitado blog donde se entremezclan relatos eróticos con recetas de cocina y que está causando sensación tras el boom de la novela erótica.
La novela surgió cuando la escritora estuvo viviendo en Praga, "el entonces mi marido montó un negoció de moda en la capital checa. Allí estuvimos viviendo por dos años y un día, en un bar donde nos reuníamos casi todas las noches con unos amigos, una noche apareció un joven, rubio, alto y fornido, de aspecto eslavo al que pregunté de dónde era, de ese tema no voy a hablar, me respondió", cuenta la escritora para a continuación remachar "tú no me cuentas tu vida pero yo, me la voy a inventar". Así nació el protagonista de la novela Alexander, un pintor que plasmaba las guerras más importantes de finales del siglo XX, desde la antigua Yugoeslavia a Irak, y donde analiza el proceso de cambio de la dictadura comunista a la actual democracia checa.
"En la República Checa era corrupto desde el ciudadano normal hasta el político. España me recuerda mucho al país que yo conocí", dice rotunda la novelista. Para montar un negocio, y lo dice por experiencia, se deben ir soltando coronas (antigua moneda checa) desde el primer momento hasta el final de la creación de cualquier negocio. "Si no tienes para comer te corrompes", dice y en el antiguo país comunista, donde un día la primavera desapareció del calendario y tardó muchos años en regresar, el hambre campaba a sus anchas, de tal forma que cuando su marido fue ingresado en un hospital, tenía que llevarle la comida todos los días o si no, no comía. Un panorama desolador en una ciudad demasiado cara.
Con todos esos mimbres y un trabajo de investigación periodística donde se documentó con mil y un teletipos sobre la guerra de los Balcanes y un hecho estremecedor que sirvió como detonante de la novela, el suicidio de una madre con su hija en el asedio de Sarajevo, ha montado una bonita historia de amor entre el eslavo Alexander y la española Adriana, que recibió en herencia una abandonada mansión de un familiar que se había exiliado en Praga después de la Guerra Civil española. "En mi mundo había una mansión familiar que se perdió... en la novela no se pierde", nos desvela Rocío Castrillo.
"La novela es la historia de una mansión", apunta y añade que en esa "historia no hay nada puesto al azar, desde un criminal de guerra juzgado en el Tribunal de la Haya hasta los recuerdos de los exiliados españoles en la capital checa". Lo que sí reconoce es que "una primera novela siempre tiene mucho de sí mismo". Recuerdos, experiencias, vivencias e una implicación mayor. "La novela tiene una bonita historia de amor, pero también tiene guerras. El pintor que va plasmando guerras en circunstancias horrorosas para que la humanidad las vea", subraya. La humanidad tiene que ver esas guerras para que no se olviden, para que no se vuelvan a repetir. Por eso, "el protagonistas las pinta de manera realista, al natural, desde un cuartucho, por una ventana, solo y encerrado, va reflejando el horror de la guerra, del sitio de Sarajevo", cuenta.
La periodista andaluza, que tiene un fuerte acento de su tierra contenido en una voz grave y sugerente, recuerda que el trabajo previo de escritura la llevó diez años. El estilo de la obra se podría circunscribir en lo que ahora se denomina en Estados Unidos Fact-fiction, "personajes de ficción en escenarios históricos", apostilla. Para la escritora, "la historia no habla de la gente que sufre las guerras en sus vidas, éstas solo son recordadas por la literatura".
Su novela es la historia de personas de carne y hueso que han tenido experiencias traumáticas y difíciles. En ella hay claramente diferenciados que se enfrentan: los que han sufrido la guerra por un lado, y los del mundo de Adriana por otro. A su modo de ver, "las guerras son económicas, sólo interesan al poder; a los ciudadanos no les interesan las guerras, pero no pueden pararlas, las personas se limitan a sufrir las guerras", explica.
Hay que acabar con ellas. Alexander, el protagonista, está empeñado en ello. "Por eso pinta las guerras, para que la humanidad tome conciencia de sus miserias. Él pinta para cambiar el mundo", finaliza. Pinta, pero los dirigentes de este mundo sin corazón no le hacen caso y los conflictos se siguen reproduciendo al amparo de las grandes potencias. Una mansión en Praga sirve para remover las conciencias, sobre todo las de los poseedores de esas conciencias, ya que en su mano está acabar por la gran lacra de la humanidad: la guerra.
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