Y si él lo dice será verdad, porque hay pocos investigadores que conozcan tanto Egipto como él. Hasta hace pocas fechas ha sido director de la Revista de Arqueología, la más prestigiosa revista en España sobre estos temas, que incomprensiblemente la editorial MC ha cerrado, como otras muchas de su editorial, al no saberse adaptar a los tiempos. La distribución en papel de revistas culturales puede estar dando sus últimos pasos si no se adapta a las nuevas tecnologías y aquí Internet tiene mucho que decir. "La tumba perdida" es su primera novela ambientada en Egipto, su verdadera pasión desde que a los trece años de edad quedó prendado de la historia y de la personalidad de Howard Carter, descubridor de la tumba del Faraón Niño Tutankhamón. La tumba más famosa hasta ahora descubierta. La pasión por Howard Carter le viene desde siempre y Carter sintió pasión por Egipto, también desde una temprana edad, desde que a los 17 años le propusieron ir al país de las pirámides como dibujante. “Tengo bastante de Howard Carter”, afirma sin recato el egiptólogo leonés, que comparte con él su pasión por Egipto: el ser una persona centrada en su trabajo, con una parte muy germánica del mismo, el ser un personaje solitario que diferencia su parte pública y privada. Pero también hay notables diferencias y es que Ares no es tan arisco como el británico. Es mucho más accesible y amigable. Porque Nacho Ares, al igual que Carter, pone mucha pasión en lo que hace y lo transmite. Sus ojos se iluminan cuando habla de Egipto y de todo lo que conlleva. Desde que muy joven leyó el libro del alemán C. W. Ceram Dioses, tumbas y sabios, la arqueología ha formado parte de su vida, pero sobre todo Egipto. “También siento una gran pasión por Ana de Mendoza de la Cerda, conocida como la princesa de Éboli”, explica el novelista, de la que escribió un libro. El siglo XVI es otra de sus pasiones y en la novela El retrato trata el reinado de Felipe II, del que también es especialista, hasta tal punto que el hispanista británico Geoffrey Parker le consulta en ocasiones. Pero sobre todas esas pasiones está Egipto y sobre Egipto está la figura de Howard Carter y por eso ha escrito una novela sobre el arqueólogo más famoso del mundo y sobre la tumba, también, más famosa del mundo: “fue tanta su importancia en ese año 1922 que el descubrimiento hizo sombra a la independencia de Egipto”, señala Ares. Y tiene toda la razón, los periódicos occidentales y egipcios sacaban día sí y día también en portada el descubrimiento más importante, la tumba llena de tesoros y riquezas que traía consigo una maldición: la maldición de Tutankhamón. La independencia de Egipto acarreó bienes pero también males. Se rompió con el colonialismo inglés y francés y eso “hizo que resurgir falsos protagonistas de la política”, explica el arqueólogo leonés. Llegaron al poder personajes que buscaban más su bien económico que el de la nación y Carter lo padeció en primera persona. Un malentendido, perfectamente explicado en la novela, con una tensión creciente que llega incluso a agobiarnos por la falta de escrúpulos de ciertos personajillos egipcios, hace que tenga que abandonar la exploración, eso conllevó a meses de inactividad en los cuales “se llegaron a perder piezas de gran valor como un tejido de lino de la época de Seti II que cubría toda la capilla funeraria”, afirma Ares y que este pasaje no llega a contarlo en la novela, pero que alumbra el comportamiento de los responsables del Servicio de Antigüedades. “El personaje de Pierre Lacau era tal y como lo describo en la novela”, dice el novelista. Y personajes como él han abundado en la historia de la arqueología egipcia. Sólo cabe recordar al arqueólogo Zahi Hawass, que llegó a ser Ministro de Antigüedades de Egipto y que de manera despótica y prepotente ha dirigido diversos departamentos, donde ha puesto dificultades a muchos descubrimientos. “Siempre ha tenido un afán desmesurado de controlarlo absolutamente todo y de querer aparecer constantemente en los medios”, cuenta Ares de este personaje que en un momento de su carrera dio con los huesos en la cárcel. Su documentación para realizar la novela ha sido metódica y extenuante, varios viajes al Valle de los Reyes y a Inglaterra para empaparse bien del terreno y numerosas horas de trabajo estudiando las cartas de Carter que se conservan en el Instituto de Oxford, sin embargo, los egipcios no conservan nada. Todos los objetos que aparecen en la novela son reales, como el ostracon, vértice de la trama y objeto que podría haber servido para descubrir alguna tumba perdida. Es reales también el proceder de esos egipcios que buscaban más el enriquecimiento personal que los descubrimientos científicos, como lo fueron los impedimentos que pusieron las autoridades al trabajo bien hecho. Pero todo eso forjó el carácter de nuestro protagonista, que se desenvolvió en un mundo que no era el suyo, pero lo terminó siendo. Al autor le ha ocurrido un tanto de lo mismo. Conoce bien el mundo de la arqueología y como él mismo señala: “me han acusado de estar en los dos bandos de la arqueología, en el ortodoxo y en el heterodoxo” y continúa diciendo: “Egipto tiene todavía muchos misterios, pero según he ido madurando, esos misterios se han ido cayendo”. Lo dice respecto a las increíbles teorías sobre la construcción de las pirámides que algunos periodistas lanzaron en su día, pero aún a día de hoy, “nadie puede decir cómo se construyeron las pirámides”, afirma tajante. Para Nacho Ares, Egipto está cargado de signos, “todo esta cargadísimo de símbolos, colores, textos, posiciones de las manos. Todo tiene un significado mágico”, apunta, y eso es lo que ha querido transmitir en su libro. “Para mí el libro se lee fácilmente. Te entra por los ojos. Es accesible a todos los públicos, hayan o no hayan leído algo sobre Egipto y contiene infinidad de guiños para los entendidos”, termina diciendo. La obra se lee con pasión, atrapa desde el principio pero, además, tiene una principal virtud y es que emociona, es profundamente emotiva y al protagonista y a sus amigos los entendemos y comenzamos a quererlos como si fuesen de nuestra propia familia. ¡Qué diferencia con las soporíferas novelas de un arqueólogo francés tan de moda! No pierdan el tiempo con ese autor cuando aquí los tenemos infinitamente mejores. Y no lo digo por lo que dicen los franceses de nuestros deportistas. Lo digo porque es la verdad. Prueben y me darán la razón.
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