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Entrevista a Manuel Vilas, autor de “Los inmortales”

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

“No puedo aceptar la muerte, me parece un error de la naturaleza”

Manuel Vilas
es narrador y poeta. Ha publicado los poemarios: El Cielo (DVD Ediciones, 2000), Resurrección (Visor, 2005), Calor (Visor, 2008) y Amor (Visor, 2010), una recopilación de su poesía completa. Además, es autor del libro de relatos Zeta (DVD, 2002) y de las novelas Magia (DVD, 2004), España (DVD, 2008), que en breve será reeditada por Punto de Lectura, y Aire Nuestro (Alfaguara, 2009), que fue distinguida con el Premio Cálamo. Los inmortales es su última novela.



Es Aristo Willas, en el futuro más lejano posible (22011) quien nos abre la puerta a la historia, tras el hallazgo del manuscrito que vuelve innobles a sus antepasados, los primeros inmortales, ¿por qué decidiste utilizar ese marco narrativo?

Utilicé de una forma paródica el viejo recurso del manuscrito encontrado. Toda la novela de Los inmortales es un manuscrito encontrado en el año 22.011 por un personaje llamado Aristo Willas. En el año 22.011 la inmortalidad es un bien espiritual del que gozan todos los seres humanos. Es un bien noble y elevado, una conquista espiritual y material. En cambio, en ese manuscrito, que pertenece al siglo XXI, es decir, a nuestra época, la inmortalidad es una aspiración cómica. Con ese contraste entre lo trágico y lo cómico arranca la novela.

Si en Aire Nuestro se deformaba hasta la carcajada histérica (y maravillosa) una cadena de televisión, aquí se hace lo propio con una novela, que en este caso parece, como dice el propio Aristo Willas, una novela de caballerías invertida, siniestra, innoble para con los futuros inmortales. ¿Dirías que es una novela cervatina deconstruida?

Hay muchas cosas de Cervantes en Los Inmortales. Cervantes para mí es un misterio. Pero ese personaje de mi novela, llamado Aristo Willas, habla desde un punto de vista shakesperiano. Aristo Willas condena Los Inmortales, porque es una obra cómica. Tragedia y comedia se enfrentan en las primeras páginas de la novela, la galaxia Shakespeare frente a la galaxia Cervantes. Pero, efectivamente, esta es una novela cervantina. Mi cervantismo reside en que no consigo ver la realidad, eso me hace tolerante, y también compasivo. Los Inmortales nace de mi experiencia de ver morir a gente a la que quería. No puedo aceptar la muerte, me parece un error de la naturaleza. Corrijo ese error con la literatura. Me he inventado una inmortalidad made in Vilas. La muerte ya no existe para mí. He escrito esta novela contra la muerte.

El homenaje a Cervantes está servido desde el arranque (Saavedra). Y vuelven a aparecer algunos de tus ya clásicos: Johnny Cash (aunque esta vez sólo se le mencione), Juan Carlos I, Lorca, Picasso, ¿quién dirías que es el protagonista de esta historia?

El protagonista es Saavedra, un tipo que da la sensación de que es la reencarnación de Cervantes; sin embargo, él nunca llega a afirmar tal cosa. Aunque no preside todos los capítulos de la novela, Saavedra es el personaje que más aparece y el que más protagonismo concentra.

El humor (negro, bizarro) es el motor de cada una de las escenas (encarnado en misiones delirantes que incluyen degustar miles de hamburguesas del McDonald’s y cortar cabezas de directivos de Movistar.), ¿es una suerte de botón que desactiva la realidad o dirías que la hace aún más real?

Pensé en las misiones de la caballería andante del siglo XV y he intentado buscar el equivalente de esas misiones en el siglo XXI. A un personaje de la novela, Corman Martínez, se le pide que visite todos los McDonald´s de la tierra. Es una prueba heroica. Hay crítica social posmoderna en la novela. Un personaje recibe el encargo de cortar cabezas de directivos de telefonía móvil. Los personajes de mi novela piden justicia, pero no saben cómo lograrla. No saben dónde está la justicia.

Vuelves a aparecer como personaje, esta vez, camino de la Luna. ¿Hay algo de crítica al delirio de las lecturas poéticas en lugares de lo más insospechado?

No lo había pensado, pero imagino que sí, que hay una crítica lúdica a ciertos excesos del “estado cultural”. No sé si crítica o celebración. Puede que haya una exaltación enloquecida de la cultura. El último grado al que hemos llegado como civilización es a la creación de estados culturales, creo que eso es de lo que trato en ese capítulo, en el que un poeta llamado Manuel Vilas, en el año 2040, viaja a la luna junto con otros seis poetas, con el encargo de componer un poema sobre la luna a pie de luna. Veremos cosas así en el futuro. La cultura ya no tiene poder transformador, es un espectáculo más, eso he querido decir allí.

En un momento determinado, Corman Martínez, el personaje que habla con Stalin, ve de forma simultánea El Día de la Bestia y Los Lunes al Sol porque considera que cada una de ellas resume una de las dos Españas, la del esperpento la primera, la de la reflexión la segunda, ¿dirías que tu narrativa hace algo parecido?

Ese es un capítulo muy bestia. Trata de España a través de dos películas recientes. En las dos se dibuja una visión de España. Sí, yo creo que mi narrativa también busca reflejar la sociedad española, representar el país en el que vivimos. No es una tarea fácil. También se invoca a Larra en ese capítulo, en la medida en que fue uno de los pioneros en tratar el tema de España desde la modernidad. Valle-Inclán y Luis Buñuel también están presentes. Ya nadie sabe quién fue Mariano José de Larra, eso me parece divertido. Pronto no sabremos quién fue Galdós. Y pronto no sabremos quién fue Felipe II. No critico esto, me parece gracioso. Además, todo esto acaba confirmando mi teoría de que la Historia está mutando.




Ponti (Juan Pablo II) está fascinado por la sección de electrodomésticos de El Corte Inglés y por el tacto de los neumáticos nuevos, ¿hasta qué punto el consumismo nos está consumiendo?
Ponti exalta la materia. Ponti es una abreviatura de Pontífice. En la novela hay una exaltación de lo material. Una fascinación por tocar frigoríficos, televisores, microondas, ruedas de automóvil. Ponti entiende que toda esa materia lleva oculto un significado trascendental. Es como si bendijera el avance de la industria. Piensa que los seres humanos están acercándose a Dios. Es una sacralización del consumo, es otra vuelta de tuerca a la crítica del consumismo. Es la divinización del consumismo. Ya casi no hay crítica, sino gozo. Para Ponti la riqueza material de este siglo XXI es un misterio tan grande como el de la Eucaristía.

La fascinación que sienten todos los viejos inmortales por los avances de la técnica (los ordenadores portátiles, el aire acondicionado, ese tipo de cosas) deshonra la inmortalidad en sí y la convierte en una inmortalidad de saldo (sólo en algunos casos), ¿es el ser humano hoy menos noble de lo que lo era antes (y sitúa ese antes donde lo creas oportuno)?

No, yo creo que el ser humano está mejor ahora –desde cualquier punto de vista, político, económico, social-- que en cualquier otro momento de la Historia. El problema es que mi novela niega la Historia. Se dice todo el rato que sólo existe el Presente. La muerte es solo un lugar del estadio evolutivo del ser humano. El ser humano acabará siendo inmortal. Tal vez ya lo sea. La muerte es inadmisible. Por eso me interesa la Ciencia Ficción, y mucho. Porque en el futuro nadie morirá. Lo veo clarísimo. A los ojos de los que vendrán, nosotros seremos pobres neardentales. Inspiraremos mucha lástima. Eso ya lo dice Aristo Willas al principio de Los Inmortales. Haber nacido en esta época significa que, desde un punto de vista tecnológico, aún tendrás que morir. Es mejor nacer dentro de 20.000 años. Nos confundimos naciendo ahora. Por la maldita prisa en nacer. Morirse es patético, es como seguir viajando en mula en vez de viajar en un avión supersónico. Un retraso. Yo lo veo así. Dentro de un par de siglos, la gente vivirá ya 140 años. Nosotros seguimos con la expectativa de vida de 80 años como mucho, que es ridícula. Amo la vida, por eso digo todo esto. Imagínate, poder vivir ya 140 años, eso sí es fuerza y grandeza. Yo no pienso morirme, y en cualquier caso volveré.

Si Manuel Vilas, el único personaje de la novela que le teme a la muerte, fuese inmortal, ¿a cuál de los escenarios que describes (las playas de Cambrils, Santa Cruz de Tenerife, Zaragoza, la Luna, etc.) se desplazaría y qué demonios haría una vez allí?

Yo creo que la luna. Intentaría comprender desde allí qué es la vida humana, qué demonios hacemos mientras vivimos. Intentaría ser feliz en la luna, pero buscaría saciar mi curiosidad. En realidad, la novela toca el tema del conocimiento humano. Como no podemos llegar a conocer la verdad, los personajes se refugian en el amor. El amor es la única alternativa siempre. Al final, Los Inmortales se convierte en una novela de amor.


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