Entrevista a Eduard Márquez
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
“La gente me dice «oh, es que tus libros son muy duros»”
En El último día antes de mañana Eduard Márquez permanece fiel a sus principios de brevedad narrativa y contención estilística. Mediante una sucesión de secuencias hábilmente entrecruzadas, nos presenta una conmovedora simbiosis de sentimientos y peripecias humanas y dibuja un vigoroso fresco de una generación, la de quienes rondan los cincuenta, que sobrevivió a la pesada losa del oscurantismo tardo-franquista a base de sarcasmo, sueños, drogas, rock y poesía.
El último día antes de mañana es una emotiva reflexión, teñida de nostalgia y de lirismo, sobre la amistad que permanece y supera el paso del tiempo, el dolor de la ausencia, los amores perdidos y la fragilidad de los mundos que construimos para justificar nuestras vidas. Eduard Márquez nació en Barcelona, en 1960. Es autor de libros de poesía (La travesía innecesaria y Antes de la nieve), narraciones para niños (Los sueños de Aurelia, Aurelia y el robasombras, Las ranas de Rita, Andrés y el espejo de las muecas y las cinco primeras entregas de la serie «Las increíbles y superheroicas aventuras de XXL», entre otras), recopilaciones de cuentos (Zugzwang y L’eloqüència del franctirador) y novelas (Cinco noches de febrero; El silencio de los árboles, finalista del Premio de los Libreros Catalanes 2004, y La decisión de Brandes, Premio Octavi Pellissa 2005, Premio de la Crítica Catalana 2006 y Premio Qwerty 2007). Todas las novelas han sido publicadas en esta misma colección de Alianza Literaria con un notable éxito entre la crítica.
Para empezar, ¿puedes explicarnos el origen de la novela? Como en otras ocasiones, el origen de la novela fue un regalo del azar. Hace unos cinco años, paseando por el centro de Barcelona, me encontré a un amigo de juventud convertido en un sin techo. Estaba sentado en la calle, con un carrito de súper a su lado lleno de bolsas y cartones, y tocaba una armónica.
¿Y le reconociste? Sí, sí. A pesar de los 20 años que habían pasado, era él. Sin ninguna duda. Aproveché el portal de una tienda para observarle con calma. Sin saber qué hacer. Al final, empujado por la prudencia o por el miedo, decidí seguir mi camino. Reacción de la que no tardé mucho en arrepentirme. Ahí nace la novela. De la pregunta ¿qué habría pasado si me hubiera detenido y hubiera hablado con él?
Este hecho vivido, más otros que se adivinan detrás de la historia, comporta una gran proximidad con el lector. ¿Buscaste este efecto de entrada o lo decidiste a medida que ibas avanzando en la gestación de la novela? Hacía tiempo que me rondaba por la cabeza la idea de recuperar algunos hechos y circunstancias de mi infancia y de mi juventud, no porque tengan un valor específico, sino porque, tarde o temprano, sientes la necesidad de tirar de los hilos del pasado para ver qué sale. Y aún más en mi caso, puesto que la memoria ha sido, y sigue siendo, una de mis obsesiones literarias. Pero no había encontrado la manera de hacerlo. En cierta manera, encontrar a mi amigo fue el pretexto perfecto para intentarlo. Ya que, en el momento en que me pregunté qué habría ocurrido si me hubiera acercado a él, fue inevitable pensar en lo que vivimos juntos. De la misma manera que también fue inevitable hacerse otras preguntas: ¿qué le habrá llevado a su situación?, ¿por qué él y no yo?, ¿cómo me las arreglaría yo en una situación similar?
Supongo que este hallazgo te obligó a romper con la indeterminación temporal y con el distanciamiento geográfico de tus novelas anteriores... Exactamente. He tenido que someterme a las imposiciones de la historia. Y esto quiere decir hablar del barrio donde crecí, de la escuela, de la universidad... De Barcelona o de los pueblos a los que nos escapábamos para pasar los fines de semana o las vacaciones.
Y no solo de los espacios físicos... Bueno, sí, más la vida que se respiraba en ellos... Los efectos devastadores del paso por una escuela de curas, con su carga de violencia y de perversión; la familia tradicional; los amigos; la música... Los primeros años de la transición desde la perspectiva de los que teníamos 15 años en 1975... Demasiado jóvenes para según qué y demasiado mayores para no desaprovechar las primeras rendijas de descontrol, con el consiguiente descubrimiento del sexo, la droga y el rock and roll. Para hacer referencia al tópico de siempre...
¿A la hora de escribir el libro, te preocupó en algún momento esta posible carga generacional? En algunos momentos, sí, porque temía que algunos lectores, sobre todo los más jóvenes, pudieran encontrarlo un poco «batallitas». Pero me ha tranquilizado ver que no es así... Los lectores más jóvenes con los que podido hablar de esta cuestión lo han leído con ganas. Me imagino que la trama de ficción que envuelve todo lo anterior, que gira alrededor de las consecuencias del reencuentro con el amigo perdido, también ayuda, pues aporta su dosis de intriga y de inquietud. O al menos esto es lo que me gusta creer...
Y quizá porque se habla también de temas que pueden interesar a todo el mundo... Sí, claro. Mi intención no era escribir una crónica ni una reflexión sobre un tiempo y un país. Fundamentalmente, el libro habla de la fragilidad de lo que nos envuelve y de los diques, aparentemente seguros, con que intentamos proteger nuestras vidas. En este sentido, es fundamental la pregunta que se hace James Salter en la cita que encabeza la novela: ¿qué ocurrirá cuando las vigas que tenemos sobre nuestras cabezas, como acaba ocurriendo siempre, empiecen a ceder y a venirse abajo? Buena pregunta, ¿no? Al menos a mí me lo parece...
A pesar de la reflexión de Salter que vertebra el libro y de las trágicas consecuencias del reencuentro con el amigo de juventud, no es una novela desesperanzada, ya que apuestas claramente por la posibilidad de redención y de cambio. Es que siempre he sido una persona positiva... A veces, la gente me dice «oh, es que tus libros son muy duros». Sí, quizá sí, pero, en el fondo, siempre hay un margen para la esperanza y para la capacidad de salir adelante y de ser feliz. En el fondo, soy menos pesimista de lo que parece.
Hablemos de narrativa y de estilo... Una vez más, te mantienes fiel a tus principios formales: austeridad, desnudez, lirismo... Bueno, sí. Aún no he encontrado ningún motivo para cambiar. Me gusta la austeridad formal y conceptual. Me gusta explicar las cosas con los mínimos elementos posibles, ya que mi lema ha sido, desde siempre, «menos es más». ¿Y la poesía? Pues ahí está... Sigo pensando que el lenguaje poético, con su atención a la musicalidad, al ritmo y a la eufonía, es una muy buena base para trabajar en una novela.
Por lo que acabas de decir, se podría pensar que es una novela en que pesa mucho el tono lírico, pero no es así, porque sacas provecho a una gran variedad de registros y de tonos. Es que la poesía no es solo una cuestión de utilizar según qué palabras, que es lo que piensa mucha gente, sino una manera de entender la lengua, en la cual son fundamentales la búsqueda de la palabra adecuada y la forma de trabajar el fraseo y la sintaxis. Y esto puede hacerse en cualquier registro o tono. Y en esta novela era fundamental la variedad, porque no es lo mismo el afán satírico y ridiculizador con que trato a los curas que la carga emotiva con que hablo de la enfermedad y muerte de mis padres o la explosión deslumbrante que supone, por ejemplo, el descubrimiento del LSD.
Y todo ello con una estructura muy bien trabada, en que, a pesar de la dificultad que probablemente ha supuesto conseguirla, no se aprecian las costuras. Otra marca de la casa... Es que una novela sin una estructura sólida no acaba de funcionar... En este caso, al tratarse de una historia con diversos planos temporales, he optado por una construcción a partir de escenas representativas de esos diversos planos temporales. El reto era que el lector pudiera transitar sin perderse por esa superposición, aparentemente aleatoria, de situaciones tan separadas en el tiempo y en el espacio. Espero haberlo conseguido...
Y, para acabar, ¿qué puedes decirnos de la traducción? Pues que, por fin, me he atrevido a hacerla yo mismo. Y la verdad es que ha sido una gran experiencia. Un reto muy divertido. Mi aspiración era intentar perder lo mínimo del estilo, de la lengua... En el fondo, ha sido como reescribir un poema. Me ha gustado mucho. Creo que voy a repetir.
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