Entrevista a Guillermo Orsi
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
“Tal vez me mude, sólo para estar más cerca de Gijón”
Por Javier Velasco Oliaga
Guillermo Orsi, escritor argentino y universal, acaba de ganar hace escasas fechas el prestigioso Premio Hammett de 2010 con su novela Ciudad Santa, que se concede en la Semana Negra de Gijón a la mejor novela negra publicada originalmente en castellano. Lo mejor de este premio es que lo conceden los propios escritores.
El Flaco Orsi, como le conocen sus amigos, nació en Buenos Aires en noviembre de 1946. Es considerado por la crítica especializada un referente del actual género negro. Trabaja como periodista en una publicación bonaerense, aunque antes de esto ya escribía novelas. Ha publicado, entre otros, "El vagón de los locos" (Premio Emecé 1978, Emecé), "Cuerpo de mujer" (1983, Ediciones Poniente), "Tripulantes de un viejo bolero" (1994, Ediciones De la Flor), "Sueños de perro" (Premio Umbriel de la Semana Negra 2004, Umbriel Editores) y "Noches de Pelayo", que fue Finalista del Premio UNED en 2005. Con "Nadie ama a un policía" (Almuzara, 2007), se alzó como ganador del II Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona. Es una persona extremadamente amable, cumplidora y rápida en sus respuestas. En Ciudad Santa hace una radiografía implacable de la urbe bonaerense, que es dominada por una corrupción tal, que ni la propia policía se salva.
¿Qué significa para usted la consecución del premio Hammett? La enorme satisfacción del reconocimiento por mis pares. Y la mayor recompensa posible: el afecto de tantos y tan queridos amigos.
¿Qué se siente al ser premiado por los propios colegas? Lo dicho. Orgullo, bienestar. Y compromiso con el trabajo literario de todos los días.
En España ha conseguido otros premios como el de Ciudad de Carmona, ¿cree usted que su obra está más reconocida en España que en su tierra? Absolutamente, sí. Pero no me quejo. Lo mismo les sucede a algunos amigos. Y a un escritor de raza, como Raúl Argemí. Pero no nos deben nada. Se lo pierden.
¿Cuál ha sido su experiencia en la Semana Negra de Gijón? Gratificante, como siempre. Una fiesta popular y un encuentro literario de primera, tal vez el mejor que se celebra ahora mismo en Europa. Sin prejuicios ni poses academicistas, sin divos. Si alguien se siente estatua y se tienta con subirse a un pedestal, pronto se da cuenta de su error y se une a la tribu.
¿Piensa volver otros años? Cada vez que me inviten. Vivo lejos, lamentablemente. Aunque tal vez me mude, sólo para estar más cerca de Gijón.
¿Por qué cree que la novela negra está tan de moda? Porque la crisis, la incertidumbre ante el presente, el temor a lo que vendrá, la soledad, están en el centro de un debate que se va por las ramas, que no da respuestas. Tampoco las da la literatura, afortunadamente, pero aporta ingenio, creatividad, algo de talento, tan escaso en otras disciplinas que presumen de serias.
¿Cree que los novelistas suecos son los culpables de este fenómeno? Los suecos se subieron al cayuco del marketing editorial. Ellos escriben sobre su sociedad sueca y sus conflictos suecos. Si lo hacen bien, trascienden las heladas fronteras suecas y hablan también de los que no somos suecos.
Tanto el Premio Hammett como el Rodolfo Walsh se van para Argentina. ¿Qué está sucediendo allí para que se les premie tanto? Suena a compensación por tanto sufrimiento popular, tanto tango a contramano, tanto miserable apropiándose del poder político y económico. Rodolfo Walsh dio su vida por entregar a la opinión pública una carta en la que denunció a la Junta militar asesina. Nosotros, el pibe Sinay y yo, sólo escribimos.
¿Argentina es un país propicio para este género? ¿Y España? Toda sociedad es caldo de cultivo para toda clase de conflictos. No hay tal “género”, sólo la necesidad de bucear en nosotros mismos, asomarse a la complejidad de los personajes, de sus pasiones y contradicciones, de sus traiciones y lealtades. La España en crisis tal vez encuentre en su novela negra –que la tiene y de la mejor: Juan Ramón Biedma, José Luis Muñoz, Leo Coyote, Fernando Marías, José Luis Ibáñez, Alejandro Gallo, Jerónimo Tristante, Paco Jurado y tantos otros- el espejo deformante de los viejos parques de diversiones, los monstruos de la razón y los acróbatas de la locura que forman el elenco del gran circo gobernado por los poderes fácticos, y ante los cuales los políticos desnudan su impotencia.
¿Cuáles son sus autores favoritos del género negro en su patria? ¿Y de España? Ernesto Mallo, Raúl Argemí, Leonardo Oyola, Carlos Salem (aunque vive hoy en España). Por supuesto y siempre, Rubén Tizziani, mi maestro, injustamente dejado de lado por la roñosa crítica “especializada”. En España, los nombrados. Y Vázquez Montalbán, claro.
¿El haber sido periodista le ha dotado especialmente para este género? Para nada. Escribo desde mucho antes de desempeñar los “oficios terrestres” que me permitieron, eso sí, pagar impuntualmente mis cuentas.
Como puntualizó anteriormente, en la actualidad vivimos una profunda crisis económica. ¿Es un momento propicio para este tipo de literatura? No lo sé. La gente busca respuestas, fórmulas, si es posible, mágicas que la aparten del abismo. Nada de eso se encuentra en la literatura de ningún tipo. Ni consuelo. Para consuelo, a misa.
¿Piensa seguir publicando novelas de esta temática o va a cambiar de registro? Pienso seguir escribiendo. El registro viene por añadidura a lo que va saliendo del ordenador mental. No hay temática previa alguna, sólo la necesidad de justificar cada día con la única tarea que hago más o menos bien, y que me apasiona.
En su blog tiene una entrada para Maradona. ¿Sería un buen personaje para una novela negra? ¿Cómo valoraría su papel durante el Mundial de Fútbol? No soy analista de fútbol. Hay demasiados en la Argentina, como para sumarme a esa multitud. Maradona es un personaje de la pasión popular, el pueblo escribe esa novela y lo hace mejor que cualquier escritor.
Con respecto a su última obra, ¿qué es Ciudad Santa? Una historia que tiene por protagonista a Buenos Aires. Luego, se dispara como fuegos de artificio. Ya no alcanza con narrar lo que sucede porque cada personaje adquiere vida propia y no se conforma con el papel que el autor haya imaginado para él o ella. Por eso nada es confiable, ni nadie. El que arranca bueno se puede torcer y el torcido, enderezarse. Como decía mi madre: tanto sacrificio para educarte y mira en qué te has convertido.
Como Ciudad Santa, siempre nos habíamos imaginado a Jerusalén. ¿No teme equívocos? Que el lector se informe de qué se trata. Jerusalén es una pacífica ciudad de provincias, al lado de Buenos Aires.
En su novela la policía no sale muy bien tratada. ¿En realidad es tal como usted la describe? Peor.
¿Qué ha representado esta obra para usted? La satisfacción que da toda novela a la que le encuentras una trama y un final más o menos coherente. La realidad en la que se inspira no sabe serlo tanto.
¿Se ha llevado alguna obra suya a la gran pantalla? ¿Estaría dispuesto a que sus obras se adaptasen al cine? No me gusta la palabra “adaptación”, creo que cine y literatura se llevan bien cuando respetan sus respectivos límites y no intentan reemplazarse uno a la otra. Si mis novelas van al cine y pagan bien, que vayan, ya son grandecitas. Yo no intervendría en nada, sólo me sentaría luego a ver una historia: la que cuente el director.
Sabemos que es un amante de las historietas (cómic). ¿Piensa colaborar en algún guión cinematográfico? Lo hice alguna vez, en complicidad con otro autor. Nos divertimos mucho. La película resultante fue malísima, como no podía ser de otra manera.
¿En qué momento cree que se encuentra ese género? No estoy actualmente muy “en forma” con la historieta, aunque sí advierto una fuerte corriente de renovación estética, creo que muy saludable.
¿Cuáles son sus historietas favoritas? Lo fueron: las guionadas por Héctor Oesterheld, “Ernie Pyke”, “El Eternauta”. Las dibujadas por el maestro Breccia. Son clásicos del género.
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