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Entrevista a José Antonio Suárez: "La novela puede sentar mal a aquellos que viven la política como una religión"

Autor de "Tercera República"
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
José Antonio Suárez
José Antonio Suárez
José Antonio Suárez ha escrito la novelaTercera República, llamada a suscitar polémica y reflexión en los lectores. El autor es un abogado albaceteño que lleva muchos años dedicado a la escritura. Con Tercera República lleva ya publicados una decena de libros y numerosos artículos, algunos de ellos con temática de ciencia ficción.

Por eso no debemos extrañarnos de que haya dado un paso a la política ficción. Su escritura es sumamente clara y precisa. Bien documentado, su novela no chirría por ningún lado pese a lo complicado que es tratar un tema como el que desarrolla. Es ideal para pasar un buen rato con su lectura en los días de las próximas vacaciones, ya que conjuga distintos géneros, como la novela policíaca, el thriller y la política ficción. Sus personajes, excelentemente bien dibujados, nos hacen enseguida tomar partido por unos o por otros. Suárez demuestra en la novela y en sus contestaciones una profesionalidad a toda prueba. El libro está llamado a ser una sorpresa muy positiva en la literatura actual española.

¿Cree que su obra va a resultar polémica?
Soy consciente de que es un argumento muy polémico, que pretende inducir a la reflexión del lector. Hemos crecido en un sistema democrático y, por fortuna, no hemos pasado las calamidades que vivieron nuestros padres. Por esa razón, porque no las padecimos, pensamos que estamos a salvo, que una nueva guerra civil no puede volver a enfrentarnos, que son historias del pasado que a nosotros no nos van a suceder, porque nuestra sociedad es madura, adulta y ha aprendido de los errores. Desgraciadamente, no siempre es así. Los humanos tendemos a repetir errores. Pensamos que estamos inventando la rueda, pero ésta se inventó hace mucho. Y las guerras son el fracaso de la razón. En la vida política, que rige nuestras vidas, se toman muchas decisiones que no están presididas por la lógica, o por el bien del pueblo, sino por intereses partidistas.

¿A quién cree que puede sentar mal esta novela?
A aquellos que viven la política como una religión. Yo no la vivo así, no creo en la bondad o maldad de partidos políticos concretos. Su capacidad para dirigir un país me la tienen que acreditar. Nunca votaría a un partido de forma constante y metódica, solo porque me caiga bien o porque su ideología sea afín a la mía, sino por su capacidad de gestionar los asuntos públicos de una forma eficiente y honrada.

Usted da unas claves sobre cuándo podría suceder la novela, pero concretamente, ¿cuándo sucedería ésta?
Deliberadamente, no he fijado fechas, eso queda a la imaginación del lector. Solo realizo una acotación temporal en el texto: Felipe VI, el próximo rey de España, está exiliado. Eso puede suceder de aquí a un año o dentro de treinta. O no ocurrir nunca, claro. Cada lector puede situar la acción en la fecha que se sienta más cómodo, pero pienso que es irrelevante. Es una novela que habla de la realidad de nuestro país, y lo hace sin metáforas, sin alegorías. Las situaciones que aparecen son muy reconocibles.

¿Cree que la realidad política española está tan deteriorada que se podría dar alguna situación que relata en la novela?
No creo que esa situación vaya a darse en la actualidad. Pero tampoco quiero hacer de esto una cuestión de creencias, sino de posibilidades. He tratado de ajustarme a parámetros reales, desarrollando una historia en la que el lector se sienta implicado. El Ejército español ya no es el de 1981; ha evolucionado mucho, ha aprendido el papel de servir a la sociedad, en lugar de dedicarse a tutelarla, como lamentablemente sucedió en el siglo XIX y parte del XX. Pero la tensión territorial, unida a una crisis económica, puede ser caldo de cultivo para soluciones totalitarias. Eso ya ha sucedido antes. El surgimiento de los fascismos o de las dictaduras comunistas suelen ir precedidos por crisis económicas muy graves, unidas a una pérdida de crédito de la clase política; los ciudadanos creen que no hay salida, y pueden optar por apoyar soluciones demagógicas de efectos desastrosos.

Por ejemplo, usted critica un posible estado federal asimétrico. ¿No se está dando ya en las autonomías?
Sí, en este momento, el mayor punto de tensión en la estructura territorial es el Estatut de Catalunya. En el año 2006, el general Mena, por aquel entonces número 2 de la fuerza terrestre del Ejército, realizó unas inquietantes declaraciones en el transcurso de la Pascua Militar. Dijo que si el Estatut rebasaba los límites de la Constitución –y él esperaba que no- sería de aplicación el artículo 8º de la Carta Magna, que habla del papel de las Fuerzas Armadas como garantes de la integridad territorial del Estado. Bien, han pasado cuatro años y el debate se ha enquistado en la política. Hasta cierto punto es normal, todas las opciones democráticas son respetables. Pero lo que más me preocupa es la demonización del Tribunal Constitucional, sometido a presiones intolerables desde hace meses. Algunos periódicos han llegado incluso a insinuar que habría que suprimirlo y dejar el control de la constitucionalidad de las leyes en manos del Parlamento. Es decir, que las Cortes serían juez y parte. Jurídicamente, eso quiebra el sistema de división de poderes y reforzaría el papel de la clase política, a costa del poder judicial. Las consecuencias de esta forma de pensar, si se llevan a la práctica, podrían ser muy graves para nuestra democracia.

En la novela, ciertos políticos abogan por una reforma constitucional en la que el Senado sea una Cámara territorial, ¿está usted a favor de esa medida?
Mis personajes no expresan mi forma de pensar. Intento meterme en la piel de cada uno, y narrar lo que ellos dirían en una situación real. Las opiniones de Joana, por ejemplo, son radicalmente distintas a las que tiene Montoro. Contestando a su pregunta, habría que definir antes qué poderes tendría una cámara territorial, porque si son muchos, quedaría desequilibrada. El Estado debe de tener sus propios mecanismos que garanticen la solidaridad ínter territorial de las Comunidades Autónomas. Un estado asimétrico, que es el que se desarrolla en la novela, quiebra ese equilibrio, y puede originar una fractura.

¿Y qué opina de que los nacionalistas no vayan al Congreso de los Diputados? ¿Si queda éste como circunscripción única, resultaría difícil?
Es una idea que aparece en la novela, como forma de superar una crisis. No la defiendo. La utilicé como recurso dramático para narrar la historia. En todo caso, sí pienso que el sistema electoral vigente no garantiza una proporcionalidad suficiente entre el número de votos y el de escaños, y que se prima al territorio sobre los ciudadanos. Es algo que habría que revisar con calma.

En ciertas tertulias comentan la tesis de que la situación económica podría hacer necesario un gobierno de concentración, como sugiere en la novela. ¿Estaría a favor de esta medida?
Antes del 23 F, se hablaba precisamente de un gobierno de concentración para superar las dificultades económicas y la inestabilidad política. Lo cierto es que entonces no se hizo. Tampoco creo que se haga ahora. No sé si un gobierno de concentración solucionaría algo; antes habría que preguntarse si nuestros líderes están dispuestos a trabajar al servicio de los ciudadanos, o si solo están pensando en las encuestas electorales y en qué medida les perjudica o beneficia tal o cual decisión o declaración. Las estrategias políticas juegan en el corto plazo, pero eso no es bueno para nadie.

En la novela, la derecha moderada española ha desaparecido y es sustituida por un partido ultra conservador, ¿piensa que esa situación se puede dar en la realidad?
Trato de evocar nuestro pasado; algunas soluciones involucionistas, tanto en el siglo XIX como en el XX, tuvieron complicidad o apoyo de los partidos absolutistas o conservadores. Es una situación que podría volver a darse. Solo hace falta que el líder de la derecha sea defenestrado, víctima de una derrota electoral o de una lucha interna, para que un radical ocupe su puesto. Como he dicho antes, las crisis económicas son el caldo de cultivo de las soluciones totalitarias.

También relata la posibilidad de una escisión en el partido socialista, ¿se ha basado en hechos reales o es pura ficción?
Cuando escribí la novela, aún no existía UPyD, y vivíamos una época de bonanza económica. Seguía con atención el desarrollo de los acontecimientos y me planteé si podría haber una lucha por el poder en el seno del partido socialista que degenerase en fractura, y que la mecha la encendiese la división territorial del Estado. Luego, contemplé con preocupación que lo que aparecía en la novela empezaba a hacerse realidad. En algún momento, confieso que he llegado a asustarme. Pero, bueno, sigo trabajando, como la mayoría de la gente, porque no he acertado todavía ningún boleto de Euromillón, así que mis poderes precognitorios son más que cuestionables.

Parece que no tiene mucha confianza en la clase política de España, ¿tenemos los políticos que nos merecemos?
Creo que los políticos no están del lado del pueblo, de los que necesitan ayuda. Quienes están pagando la crisis no tenían ninguna culpa de ella, no la ocasionaron. ¿Por qué ese empeño en atacar a la clase media? Mediante decreto ley se aplican medidas contra los ciudadanos, pero no hay prisa en instaurar un impuesto sobre las grandes fortunas. Mire, el origen de la crisis está muy claro: la economía de casino y la avaricia. La sociedad occidental está basada en el juego. Hace tiempo que la crisis estalló, en Estados Unidos la economía se desplomó, se sabía la causa, podían haberse tomado medidas para acabar con el casino y los especuladores. No se hizo. Ahora, el presidente Obama está introduciendo cambios cosméticos en el sistema; bueno, es mucho más de lo que hizo su antecesor, pero, aparte de sus buenas intenciones, esas medidas no atajarán la raíz del problema. Y nuestros políticos hacen lo que les dicen otros; contentan a Wall Street, a los mercados, y todo a costa de inocentes. En realidad, nuestros políticos deciden muy poco en la economía global. Nuestras vidas están en manos de otras personas, a quienes no hemos votado, y a las que no les daría más placer que ver al euro desintegrado y a una Europa dividida, porque así ganarían mucho más dinero con sus ataques coordinados a los países débiles. Los políticos, y aquí hablo en general, todavía tienen que demostrar de qué lado están, si de los ciudadanos, de los poderosos o del suyo propio.

¿Realmente es usted pesimista con la situación política española?
Hemos atravesado situaciones peores y las hemos superado. Recuerdo que en la última crisis económica que padeció España, se corrió el rumor de que la nómina de Navidad de los funcionarios la pagó la ONCE. No había ni un duro para abonar los sueldos de los empleados públicos. Pero salimos a flote. Esta vez también saldremos.

¿Ha partido o ha tenido en cuenta hechos de la Segunda República, de la Guerra Civil o del 23-F para escribir la novela?
Sí, hago bastantes referencias, algunas explícitas, otras más escondidas. Intento evocar nuestro pasado trágico, y esa fue la principal razón de ambientarla en una próxima tercera república. Históricamente, la república ha tenido resultados desastrosos. No debería ser así, porque se trata de un sistema políticamente neutro. Sin embargo, tanto en la primera como en la segunda, la República venía envuelta en procesos revolucionarios y federalistas, y ésas fueron las causas de su fracaso. España debería haber sido republicana ya a principios del siglo XIX, tras el final de la invasión francesa. Pero, por desgracia, nos tocaron en suerte reyes incompetentes que taponaron el proceso de reformas para modernizar el Estado. Ese taponamiento acabó por estallar en la primera república; y en el 36, los problemas que se arrastraban de entonces se agravaron con otros nuevos.

¿Qué opinión le merece el Estado de las Autonomías?
Las autonomías han acercado la administración al ciudadano, han tenido un efecto positivo; antes, todo dependía de Madrid, que se llevaba la parte del león. Ahora, la distribución de riqueza y poder está más equilibrada. Hemos prosperado como país y como pueblo. Pero una administración descentralizada cuesta dinero, y en épocas de crisis, se piensa que las autonomías son un error y que esto es un despilfarro. Deberíamos racionalizar más el gasto, empezando por la clase política, los puestos de libre designación, las subvenciones, los pluses de productividad que se reparten entre el personal afecto. Hay que atajar todo eso; es nuestro dinero, y tenemos derecho a que no acabe en bolsillos equivocados. Si no hay para subir la pensión a un jubilado, tampoco debería haberlo para pagar sobresueldos o mantener a miles de asesores con fondos públicos. Y total, me pregunto para qué sirven; si en una época de crisis, la solución es subir los impuestos y bajar los sueldos, no hay que estudiar mucho para llegar a ella.

¿Qué soluciones propondría para reformar el diseño autonómico español?
Las autonomías pueden fracasar si unos territorios se creen superiores a otros. Eso genera desigualdad y rechazo en el resto de España. La escasez de dinero agrava el panorama, y al final, esto se convierte en un sálvese quien pueda. El Estado tiene que velar por todos los ciudadanos, no fijarse en los que más tienen, sino en los que más lo necesitan. Sin embargo, yo tampoco pretendo hacer política ni aportar soluciones magistrales, sino exponer en la novela una historia dramática. El lector debe sacar sus propias conclusiones. Yo no deseo pontificar e indicar a la gente lo que tiene que pensar o a quién tiene que votar.

¿Es realmente España un país cainita?
Las guerras sacan lo peor de nosotros mismos. Nadie podía imaginar que el conflicto del 36 acabase en una barbarie. Los humanos que arrasaban pueblos enteros, hacían sacas de las cárceles o fusilaban indiscriminadamente sin piedad, se habían transformado en monstruos. Monstruos que mataban en nombre de una ideología. Eso es terrible. En una situación extrema como la que se plantea en la novela, creo que sí, habría venganzas, cainismo, y algunos volverían a matar al adversario simplemente porque no piensa como ellos.

¿Cree que siguen existiendo “las dos Españas” en el corazón de los españoles?
Creo que sí, pero en la novela, más que una España de izquierdas y otra de derechas, quería expresar la dicotomía entre ricos y pobres, y el conflicto entre el norte y el sur, agudizado por la crisis; problema que no es exclusivo de España.

¿Por qué decidió escribir una novela de ficción política?
La política es un ingrediente que no falta en mis novelas, especialmente en las últimas que he publicado, así que el cambio no ha sido tan grande. Sí lo ha sido en el continente; desarrollo una historia con un marco actual, que nos atañe directamente. Si planteas lo mismo en un futuro distante y en otro marco espacial, a la mayoría de la gente no le interesa, porque no se lo cree.

¿Piensa seguir por estos derroteros, o tocar distintos géneros literarios? ¿Está ya trabajando en una nueva obra?
Bueno, mi próxima novela es muy distinta a ésta; transcurre en un entorno cerrado, con un puñado de personajes que se enfrentan a descubrimientos que podrían reescribir hechos fundamentales de nuestra historia contemporánea. Nuestro país tiene un protagonismo destacado en el argumento.

¿Qué le ha supuesto el cambio de editorial?
Un aumento considerable de la distribución de la novela. Ahora, por fin, mis libros pueden llegar a muchos más puntos de venta que antes, y por tanto, tengo la oportunidad de encontrar a más lectores. La Factoría de Ideas está formada por un equipo muy profesional y además cuenta con su propia distribuidora. Eso es clave para dar estabilidad al negocio y conseguir que el libro se vea en las librerías.

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