Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria. [1]
En el Prólogo a sus Novelas ejemplares, Cervantes afirma que Juan de Jáuregui [2] lo pintó (“pues le diera mi retrato el famoso don Juan de Jáuregui)”. No obstante, esta pintura parece estar perdida, y la que se conserva en la Real Academia Española no pasa de ser una atribución, ya que su autenticidad la ponen en duda tanto historiadores del arte como cervantistas. Y, en cualquier caso, no parece que se ajuste en exceso a cómo se pinta literariamente Cervantes con el mencionado retrato.
Y aunque muy breve, Cervantes estructura su autorretrato en tres partes bien diferenciadas: aspecto físico, cita de los títulos de algunas de sus obras y vicisitudes en su condición de soldado. En primer lugar, describe su rostro: aspecto general, cabello, frente, ojos, nariz, barba, bigote, boca y dientes, y acompaña cada una de sus partes con adjetivos o breves explicaciones fuertemente caracterizadoras: su rostro es largo y delgado (“aguileño”); tiene el cabello marrón (“castaño”), la frente despejada y sin arrugas (“lisa y desembarazada”); los ojos vivos (“alegres”); la nariz algo arqueada, pero no deforme en su tamaño, esto es, ni grande ni pequeña (“corva, aunque bien proporcionada”); las barbas blancas, encanecidas por el paso de los años (“de plata, que no ha veinte años fueron de oro”); bigote amplio sobre boca pequeña; y pocos dientes -solo seis-, mal situados y peor repartidos entre ambos maxilares (“mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros”, lo cual dificulta la masticación). Y tras el rostro, presenta Cervantes una visión global de su cuerpo: de estatura normal -ni alto ni bajo-; de piel clara -y no morena-; con cierta convexidad en la columna vertebral (“cargado de espaldas”); y de andares lentos y pausados (“no muy ligero de pies”). [3]
En segundo lugar, Cervantes cita algunas de sus obras: una novela pastoril -La Galatea [4]-, la novela que cierra el ciclo de los libros de caballerías -Don Quijote de la Mancha- y una obra poética -Viaje del Parnaso [5]-; pero no hace referencia algunas a sus obras teatrales (se limita a decir que es autor de “otras obras que andan por ahí descarriadas [perdidas] y, quizá, sin el nombre de su dueño”).
Y, en tercer lugar, Cervantes resume su vida militar: participó en la batalla naval de Lepanto, recibiendo un arcabuzazo en la mano izquierda; y fue apresado por los piratas berberiscos a su regreso a España, que lo trasladaron a Argel, en donde estuvo preso cinco años y medio (hasta que el pago de su rescate por los frailes trinitarios le devolvió la libertad, poco antes de su traslado a Estambul para ser vendido en el mercado de esclavos).
A Cervantes se debe -y él mismo lo señala, sin ser consciente de ello- que la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571) sea recordada como “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”; y se siente orgulloso de la herida en ella recibida (“que aunque parece fea, él la tiene por hermosa”), pues tuvo la oportunidad de participar en tan trascendental batalla, “militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice momoria”. Sin duda, Lepanto y el emperador Carlos V quedan ensalzados con metáforas de carácter heroico, acordes con su grandeza histórica.
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NOTAS.
[1] CERVANTES SAAVEDRA, Miguel: Novelas ejemplares. Del “Prólogo al lector”. Madrid, Ediciones Cátedra, 2 volúmenes (I, 2015; II, 2005). Colección Letras Hispánicas. Harry Sieber, editor literario.
[2] Juan de Jáuregui y Aguilar fue un pintor sevillano (1583-1641), elogiado por el suegro de Velázquez, Francisco de Pacheco, en su Libro de descripción de verdaderos retratos, de ilustres y memorables varones (1637). Como autor de obras de preceptiva literaria, escribió Antídoto contra las Soledades, y Discurso poético contra el hablar culto y estilo obscuro (1624). Su obra poética se publicó con el título de Rimas (1618).
[3] Las enfermedades de Cervantes. Al menos en la última etapa de su vida, Cervantes padecía varias enfermedades: hidropesía (es decir el vientre hinchado, que es lo que se llama en la medicina actual ascitis: cavidad abdominal llena de líquido), polidipsia (que es la necesidad de beber con frecuencia y abundantemente, y que puede sugerir que Cervantes era diabético) y fatiga crónica (astenia, que es la falta o decaimiento de fuerzas caracterizada por apatía y debilidad física):).
[4] La Galatea es una novela pastoril publicada en Alcalá de Henares en 1585; y aun cuando no tuvo éxito entre los lectores -en comparación con la Diana, de Jorge de Montemayor, o de la Diana enamorada, de Gaspar Gil Polo, Cervantes siempre la tuvo en gran estima, e incluso planeó una segunda parte que la muerte le impidió escribir. La obra se cierra con el poema “Canto de Calíope”, la musa de la poesía, que se aparece a los pastores y efectúa un elogio de un centenar de “ingenios” -entre poetas e intelectuales- que cultivaron la lengua española, haciéndola más culta y refinada.
[5] Viaje del Parnaso es una obra narrativa en verso -está escrita en tercetos-, publicada en 1614. En ella Cervantes relata el viaje marítimo que realiza desde Cartagena, en compañía de los mejores poetas españoles, hasta llegar al monte Parnaso, donde entablan una batalla alegórica contra los malos poetas -arrojándose libros y poemas-, que finalmente son derrotados.