Un GPS nos lleva por el camino de la finitud, donde olvidar el silencio, abrazarlo tiene su recompensa: saberse vivo. Ya que no hay camino alguno más que seguir las estelas atento a los mensajes, al silencio habitado, en el bosque, es el sitio, la arboleda, el latir de la esencia. Bellas imágenes de la nieve, la hoja, la vida lenta, el sitio es donde se está, no hay otro lugar para ir. La codificación de lo natural. La luz, la blancura, y flotando en el aire el simple enigma, siempre. De esto nos habla el poeta catalán, de la luz interior que nos habita, un silencio de singularización y liberación. Transitar en la naturaleza del ser dentro y fuera en una extensión del silencio para no perder las referencias y las coordenadas, en una interfaz de la finitud con una sensación de infinitud en los territorios existenciales detrás de los límites de velocidades lentificadas en sistemas de coordenadas transpuestas que dan maquina a la complejidad finito-infinito. Un anclaje a los días en sus silencios, momentos de luz, sitios hospitalarios, bellezas, nube que es refugio. Lo etéreo alberga lo real, lo concreto, el transcurrir la incerteza. Un poemario que se divide en Uno y Dos, que nos habla de lo mismo finitud- infinitud, de silencios, de atravesar el bosque de la vida con sus signos y significantes, de palabras que esparcen miserias y miedos y otras moran en el alivio, el conocer donde se alberga el silencio del dolor, saber su verdadero nombre. El pulso de la pasión con su báscula que determina las distintas intensidades de los poemas se hace presente. Había que pasar por esos puntos observación – reflexión donde allí algo se absorbe y se incorpora, dando líneas de sentido donde se veía un mundo asfixiante, miedo y miseria, incertidumbre desfallecen. Un discurso entre la voz interior y otro el de la presencia en una performance de universos que nos llevan a dimensiones temporales y atemporales, a-espaciales que llenan ese vacío, esas formas del silencio cuando es habitado. La musicalidad del idioma va dando el ritmo del poemario “atent a la remor delslíquens / lloar un sobtat / batzac de llum / a la carena / ser receptiu als missatges / invisibles del bosc /. ”, Vizca el poema. Cuadros bellos o escenas breves que dan la sensación de haikus encadenados, recorriendo los bordes, el rumor de los mensajes, un abrirse a lo no visible que se percibe. Y que se escribe porque la raíz, el lugar cuándo nada debe ser dicho es la escritura.
El dolor, la soledad amarga, palabras que se lanzan al aire y nadie entenderá porque cada sentir es propio del que lo siente, cuando se tensa el hilo y las palabras ya no significan, la solidaridad de una mirada, la compasión es el lugar. Lo que no se entiende, el sufrimiento, porque es tan difícil que las cosas salgan bien en este mundo y la mente nos engaña porque no tiene respuesta a la finitud. Y se prefiere reelegir la locura que creer crecer en simulacros, a pesar de un mundo que nos dice como nos quieren “nos preferían locos, que lucidos” en vez de atravesar la alambrada en torno al corazón. Las palabras son paisaje, formas del miedo, de la incertidumbre, de este andar de sombra que roza, que borra el silencio, da su verdad. Se escucha el sonido de esta fuga, ¿fuga de qué? De la locura mundana, de un ir hacia la vida de lo verdadero, salirse de la película, ser entes de una entidad del ser, ver el mar como el temblor porque el inabarcable sueño no será jamás. “Ir y volver recorrer un único camino”, el corsi e ricorsi de Giambatista Vico, parece hacerse presente. Todo es hacer derivas por el bosque hasta perderse en un encontrarse. Saberse en el lugar cuando nada necesita ser dicho.
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