El centenario del nacimiento de Gerald Durrell trae consigo el reencuentro con uno de los autores más apreciados por generaciones de lectores, quienes aprendieron a amar la naturaleza mientras disfrutaban de una prosa optimista, encantadora y cargada de humor irreverente. La novedad, que estará disponible a partir del 20 de marzo, es fruto del trabajo realizado por su viuda, Lee Durrell. Ella ha recopilado memorias póstumas que el destacado naturalista británico comenzó a redactar antes de sufrir una grave enfermedad, así como un libro inédito sobre un viaje a Australia en 1969 para explorar la Gran Barrera de Coral. Además, incluye otros escritos donde comparte sus experiencias en diversos lugares y su compromiso con la protección de las especies en peligro de extinción.
El libro narra un viaje a lo largo de su vida, desde su infancia en la India hasta la creación de la Fundación para salvar especies en peligro de extinción mediante el Durrell Wildlife Conservation Trust. También se exploran sus experiencias familiares en la isla de Corfú, sus aventuras zoológicas alrededor del mundo y el descubrimiento cronológico de sus animales y lugares favoritos.
Este mosaico de textos autobiográficos comienza desde el inicio, con su nacimiento en Jamshedpur, India. Recuerda cómo su madre, “a diferencia de otras señoras, que tienen antojos de espárragos o de toneladas de carbón, ella tenía antojos de champán y lo bebía en cantidades desaforadas. Estoy seguro de que esa fue la razón de que durante toda la vida yo haya tenido una gran afición al alcohol”. A la edad de dos años, su vida da un giro al conocer el zoológico local: “Si no me llevaban al zoo, mis protestas llegaban hasta la cumbre del Everest y hasta Australia por el sur”. Desde los vibrantes colores de la India hasta la Inglaterra de luz filtrada, su familia realiza una excursión a la isla griega de Corfú, un viaje que inspirará sus obras más célebres y que para Durrell fue “como si te dejaran volver a entrar en el Paraíso”.
En este paraíso, su hermano mayor, el novelista Lawrence Durrell, quien lo motivó a escribir, y el doctor Teodoro Stefanides, que se convirtió en su mentor en los campos de la ciencia, el humor y la poesía, tienen un papel fundamental junto a su madre. En ese idílico entorno, disfrutó de los años más felices de su vida sin asistir a una escuela: “campando a mis anchas en una isla, mientras hasta cuatro preceptores trataban asiduamente de educarme”. Durante su adolescencia, comenzó a realizar disecciones rudimentarias de diversos animales, como insectos, cigarras y renacuajos, cuyas estructuras y funciones le parecían milagrosas. “Me habría gustado hacer la disección de una vaca o un caballo, pero sabía que las complicaciones de colar un cadáver tan grande en mi dormitorio seguramente me llevarían a ser descubierto, y con ello acabarían mis experimentos”.
Los retratos que realiza de algunos de sus animales favoritos, como los sapos del Congo, son realmente deliciosos. “Me parecen criaturas tranquilas, de buen comportamiento y con un encanto particular; no poseen el temperamento tan excitable y algo torpe de las ranas”. En su viaje a América del Sur, lamenta la mala reputación que tienen la boa constrictor y la anaconda entre los reptiles. Respecto a la primera, destaca su belleza “con su hermoso dibujo de alfombra persa en rosa, gris, negro, plata y marrón”, y añade sobre ambas que “habría que irse muy lejos para encontrar una serpiente de disposición más amigable que la clásica boa constrictor, o tan discreta como la anaconda”.
Existen memorias de experiencias en Madagascar, “una de esas partes de nuestro planeta que cualquier científico que se precie estaría encantado de que Santa Claus le dejara en su calcetín en Nochebuena”, así como también en Mauricio, la Patagonia, América Central, Nueva Zelanda, Malasia y Australia.
En Australia, se manifiesta una notable debilidad por el koala, considerado el marsupial más seductor y popular. “El koala es uno de los animales más lerdos que he tenido la desgracia de conocer. Vienen a ser como las aspirantes a estrella de cine: agradables a la vista, pero al parecer absolutamente desprovistos de personalidad o inteligencia”, expresa. Sin embargo, su entusiasmo se desplaza hacia el ornitorrinco, un animal inusual que destaca por su extraordinaria personalidad. Con una habilidad descriptiva que lo caracteriza, señala: “Viene a ser como si el Pato Donald hubiera cobrado realidad. Tiene, asomando por detrás del pico gomoso, unos ojillos chispeantes y guasones”. También hay menciones sobre otros animales como canguros y tortugas, así como reflexiones sobre sus propios perros, comenzando desde el primero que tuvo cuando contaba con seis años.
La visión de los zoológicos ocupa el tramo final del libro, donde se plantea que “deberían ser un laboratorio complejo, un establecimiento educativo y una unidad de conservación”. También se aborda el sueño realizado de poseer un zoológico con animales que se integraban en su hogar: “cuando no estabas entreteniendo a una gorila en el cuarto de invitados, tenías una pitón enferma en una caja junto a la estufa, o un cesto lleno de bebés de ardilla abandonados por su madre a los que había que dar el biberón cada hora”. Además, su esfuerzo por proteger las especies en peligro de extinción se manifiesta a través de su Fundación. Durrell señala que, aunque su principal interés radica en la conservación de la fauna, es plenamente consciente de la importancia de preservar los hábitats. “Se puede destruir igual a un animal mediante la destrucción de su medio ambiente que con un fusil, una trampa o un veneno”.
Gerald Durrell (1925-1995) se mudó con su familia desde Inglaterra a la isla griega de Corfú cuando tenía ocho años. Pasó gran parte de su tiempo estudiando la vida silvestre isleña y sorprendiendo a propios y extraños por la enorme cantidad de mascotas que logró reunir, algunas poco domesticables, y que cobijaba en lugares inesperados. Con los años su afición por los animales se convirtió en su pasión y en su oficio, y llegó a convertirse en un naturalista y ecologista de fama mundial. Durrell dedicó su vida a la preservación de la vida silvestre, en particular de las especies menos glamurosas, a las que llamaba «pequeñas labores marrones». Con el fin de estudiar la diversidad de la flora y la fauna, dirigió expediciones a lugares exóticos entre los que destacan Sierra Leona, Assam o Madagascar. Gracias a sus esfuerzos, criaturas como la paloma rosada de Mauricio y el ferreret o sapo partero mallorquín, entre muchos otros, han evitado su desaparición. En 1959, fundó el zoológico de isla de Jersey, en el canal de la Mancha, como centro para la conservación de especies en peligro de extinción. A lo largo de su vida presentó numerosos programas de televisión y escribió más de treinta libros, entre ellos "Mi familia y otros animales" y sus dos secuelas, "Bichos y demás parientes" y "El jardín de los dioses", que forman la llamada Trilogía de Corfú y que Alianza Editorial, entre otras novelas de Gerald Durrell, publica en su catálogo.
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