Es de señalar que los elementos característicos de sus poemarios anteriores, la precisión evocativa y el ágil empleo de nuestra lengua, sin rispideces ni concesiones al mero fulgor de las imágenes, encuentran en este flamante poemario un todavía mayor acendramiento, al tiempo que se acentuó el contrapunto entre el universo de la conciencia individual y el cosmos de lo objetivo.
Misael Castillo se muestra en No hagan ruido en la orilla con un pleno dominio de sus facultades expresivas, incluso ante el difícil desafío de plasmar en sus versos las interacciones y los vasos comunicantes que conectan lo intrínsecamente humano y la secreta intensidad de la naturaleza, aunque no repite la estratagema característicamente romántica de tomar a esta última como símbolo de lo primero, como mero reflejo de sensaciones, emociones y sentimientos, sino que sabe apelar -y muy efectivamente- a la plasmación en la palabra de esas intersecciones donde el encanto, la hermosura y gracia de uno y otro campo permanecen separados pero en señalada correspondencia.
El abordaje de Castillo contempla también el poderoso motor evocativo de la infancia como mirada primordial, capaz de develar las epifanías de lo secreto escondido en la vasta galería de lo natural, devolviéndole a sus lectores la posibilidad de acceder nuevamente a la mirada primera, cuando esta parecía ya perdida para siempre. Aquello que el filósofo, ensayista y narrador español Fernando Savater (1947) intentó y logró en su ensayo La infancia recuperada (1976) en relación a la maravilla que brinda la lectura encantada de la ficción, lo obtiene Castillo en paralelo (en la mayoría de estas páginas) cuando su poesía nos devuelve verso a verso el hechizo de la niñez ante la belleza de lo natural.
Tal es el tesoro destinado a la sensibilidad de quien lee No hagan ruido en la orilla, en tanto y en cuanto haya sido capaz de preservar, escondida entre los desengaños y desilusiones que la adultez brinda a raudales, la brasa, todavía incandescente entre tanta ceniza, que le permitía ver el mundo con ojos virginales. Como tan acertadamente enunció el poeta ítalo-argentino Antonio Porchia (1885-1968), “quien conserva su cabeza de niño, conserva su cabeza”. Castillo la conservó y, lo que es todavía mejor para nosotros, sabe cómo hacerla retornar al presente y colocarla sobre nuestros hombros nuevamente.
El autor
Misael Castillo nació en 1993 en Tostado, provincia argentina de Santa Fe. Es profesor de Lengua y Literatura. Publicó anteriormente Robarle al cuerpo (2019), El tiempo cuando falta (2021), Germinará o será parte de la tierra (2022), Gorriones que anidan en las manos (2023), Como el fuego que avanza por la tierra (2023) y Niño, Perfecto Luminoso (2024). Fue uno de los ganadores de la convocatoria para participar del Festival Poesía Ya, realizado en Buenos Aires en 2023. Escribe para el suplemento Fractura de la Agencia Paco Urondo y dirige, junto a Pilar Sanjurjo, el medio cultural Espías Rusos.
NOTAS
(1) Tiempo de Parque Ediciones, ISBN 978-631-90853-1-0, 60 pp., Buenos Aires, 2025.
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